Mam con el espejo
Publicado en Nov 04, 2009
MAMÁ CON EL ESPEJO
Los olores y los sonidos pasaban suave, lentamente; llegaban, se dejaban sentir..., y se iban. Despacio, hilos de seda en el aire. Las cosas, en cambio, esperaban. Quietas. Eran tan leves, sin embargo, había que tocarlas para que fueran. Y el tiempo también, ya no es el mismo. Nada es lo mismo. Todo comenzó a precipitarse una tarde al volver del Conservatorio (estudio violín). Ya desde el vestíbulo pude escuchar a tía Blanca y las exclamaciones de mamá en la sala ¡Ay, Ernesto! No sabés, no sabés la noticia. Sentate, dejá todo y sentate ¿Estás bien? ¿Cómo te fue? ¿Qué tal el Conservatorio? ¿El viaje? ¿Tuviste frío? Blanquita, decile a la muchacha que prepare el té. Andá, dale, yo mientras tanto le cuento. Se conoce que la mucama había encerado el piso mientras yo no estaba, porque se sentía un intenso olor a cera, y por el rechinar de las suelas de mis zapatos al caminar. Alargué el brazo, corrí una silla y me senté. Las manos sobre la mesa, en esa franja todavía tibia que deja el sol antes de irse. Preparate, le escuché decir de golpe a la tía Blanca que ya había vuelto de la cocina. Ni te imaginás la novedad. Una canilla goteaba en alguna parte, gluc, y el informativo de la radio un poco corrido, más al costado que otras veces. Sí, me dijo mamá cuando advirtió que me había dado cuenta, la cambiamos de lugar. Y ahora escuchá lo que te vamos a contar. Y me contaron. Las dos a la vez. Se interrumpían, se encimaban. La voz de mamá el Doctor Echebarne vio los estudios. La tía Blanca lo llamamos esta tarde. La mucama tintinear de tazas. Nos dijo que es posible, Ernesto, te das cuenta. Y otra vez mamá según el doctor un gran porcentaje. Pero ahí nomás la tía no importa que sea de nacimiento. No, no tiene importancia, la confirmación de mamá. Porque con el trasplante. Y con los adelantos. Vos sabés muy bien que Echebarne es una eminencia. Y después las voces mojadas, caricias en la cara, risas ¿Estás contento? Y yo claro que sí, no lo puedo creer de la alegría. Si fuera por mí mañana mismo. El té, budín de naranja y miguitas en el mantel. Y a partir de ahí la vida como succionada. La consulta, los análisis, la clínica. El viaje en camilla hasta el quirófano en donde el doctor Echebarne con las enfermeras, ruido metálico de los instrumentos, una mano en el hombro el pinchazo la máscara y el sueño. Un corredor vacío y al final mamá y la tía Blanca ya está. Un rato después el doctor Echebarne todo salió muy bien. Y yo que no digo nada aunque ya lo sé porque entre los ojos y el vendaje todavía la oscuridad pero distinta. El regreso a casa. La espera. Son unos días más, Ernesto, tené un poco de paciencia. Una semana y la llegada del doctor. Cierren las cortinas. La venda. Vueltas y vueltas de gasa interminable. El último roce sobre los párpados. La explosión. El estallido sordo y vertiginoso de millones de partículas incandescentes, que como por efecto de una deflagración en retroceso, constituyeron de pronto las manzanas en la frutera, el jarrón del bargueño, la puerta de la sala, mamá, tía Blanca y el doctor Echebarne. Todo se me vino encima. Todo extrañamente igual a lo que fueron mis presentimientos de toda la vida. Casi veinticuatro años durante los cuales el mundo fue para mí apenas una conjetura. Una minuciosa y delicada conjetura. Dije extrañamente igual y es correcto. Hay, ahora lo sé, un misterio encerrado en esa especie de milagro en virtud del cual las manzanas, el jarrón, la puerta, mamá, tía Blanca y hasta el mismo doctor Echebarne, terminaron siendo idénticos a mis figuraciones. Me asusté. Tuve miedo de que las cosas siguieran bajo el dominio de mi imaginación. Me atemorizó la posibilidad de que todo fuese un anhelo. El médico se fue y nos quedamos solos. Al rato, recién al rato, como a la hora, me animé a pedirle a mamá que me trajera un espejo.
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