Amor en el puente.
Publicado en Nov 04, 2009
Desde que la conocí (una noche fría de otoño, a la espera de los chicos que sacaban la basura del McDonalds) he sabido que es una mujer especial, y ese ser especial no tiene que ver, en absoluto, con que a pesar de su belleza y cultura innegable, haya optado por vivir en la calle, de hecho, el vivir sin techo es también mi opción desde que “quedé solo”.
Siempre la he visto hermosa, posiblemente sucia a los ojos de los ajenos, pero hermosa. Su aroma de mujer esta para mí, por sobre cualquier otro olor propio de la escasez de aseo, su pelo nunca ha perdido su brillo natural ante mi mirada y sus ojos, ooh, su ojos: hermosos, luminosos, esperanzadores, como soles verdes rodeados de rayos oro… ellos me han indicado el camino este último tiempo, o tal vez, simplemente he seguido equivocadamente sus destellos. Habíamos caminado juntos el último mes, habíamos pasado hambre también y nos habíamos mojado bajo la lluvia. Habíamos dormido abrazados, algunas veces en un vano intento por escapar del frío, otras simplemente, para sentir nuestros cuerpos juntos. Esa tarde, caminando sin apuro por la rambla, ella me dijo (desaprensivamente) que no podía dejar pasar esa noche. Que tenia ganas de hacerlo, de gozar como hacia meses no lo hacía, ganas de volver a sentirse mujer. Debo reconocer que lo más machista de mi ser se apoderó de mi y pensé que quería que le hiciera el amor, de hecho era algo en lo que pensaba desde hacía varios días, pero ella siempre sabía ponerme diplomáticamente en mi lugar de compañero y no de amante, tal vez sin pensar en eso, es que me atreví a preguntarle ¿Por qué esta noche? Su respuesta no la entendí del todo, pensé que era otra indirecta más para echar por tierra mis intenciones. Porque esta noche pasan los trenes, me respondió. Caminamos en silencio un largo rato, cada uno en sus propios pensamientos, cada uno buscando con la mirada algo útil que el suelo nos pudiera entregar. Finalmente me miró, sonrió y me dijo, esta noche serás afortunado. No me atreví a preguntar el porque, no quería que hundiera mis deseos en la negativa, simplemente le respondí con otra sonrisa, la tomé del brazo y seguimos caminando, esta vez juntos. Eran cerca de las ocho de la noche cuando me pidió que camináramos hacia el Puente Victoria. Está lejos le respondí, pensando que sería un largo camino antes de tenerla. No te preocupes me dijo, tenemos tiempo, pero no podemos llegar después de los trenes. Por un instante pensé en que tal vez quisiera dar un paseo, pero luego desatendí la idea porque conocía el puente y sabía que por ahí los trenes ya van lanzados y sería imposible subirnos a uno. Caminamos dos horas y por fin llegamos, eran las diez de la noche, la luna creciente, casi llena, iluminaba el lugar y el calor de la caminata nos evitaba cualquier sensación de frío. Sentémonos, me pidió, debemos esperar hasta las once de la noche. ¿Cómo sabremos la hora le pregunte ingenuo? La sabremos cuando por ese costado veamos venir la primera luz del tren me respondió y tomo mi mano. Ella se recostó a mi lado con la cabeza apoyada en sus manos, mirando hacia el vientre del puente, yo me había dado el trabajo de limpiar un lugar y de mirar de vez en cuando su silueta delgada, formada, sus pechos y sus piernas. Después de un tiempo, a lo lejos… apareció la luz. Sentí nervios, hacía días que soñaba con poseerla y ahora no podía darme el lujo de no estar a la altura de las circunstancias…. Ahí está la luz, ahí viene. Se incorporó rápidamente, sacudió su cuerpo y me pidió que me diera vuelta, que le diera la espalda hasta que terminara de pasar el primer tren…. Yo en ese momento no entendí sus motivos, pero pensé que sería mucho mejor de esa forma así que le hice caso. El tren se aproximaba a gran velocidad y aún distante, ya el suelo comenzaba a temblar y la vibración del puente se podía sentir a cada instante más fuerte. El tren se estaba acercando, el ruido se hacia ensordecedor, parecía que no me podría mantener de píe, menos aún cuando al otro extremo sus ruedas pisaron el puente. Todo vibraba, era increíble, se sentía una sensación de estremecimiento total. Cuando el tren finalmente terminó de pasar, me di vuelta fascinado. Había cumplido, durante los al menos cinco minutos que duro la venida del tren desde que vimos la luz, estuve de espalda esperando momento. Todavía tembloroso y con los oídos sintiendo todavía el traqueteo de las ruedas sobre los durmientes, me di vuelta y ahí estaba ella, hermosa, completamente desnuda, con sus ojos cerrados y su cara llena de deseo; tendida sobre un tubo de fierro puesto en diagonal, con sus piernas cruzadas como abrasándolo, con su sexo expuesto y en armonía total con el metal y con sus brazos colgando, pera evitar tanta adherencia. Intenté acercarme pero fue en ese instante que nuevamente todo comenzó a vibrar; era el segundo tren que empezaba a cruzar, en sentido contrario, sobre nosotros. Ví como el puente comenzó a vibrar y sobre el tubo, su cuerpo. Cada vez más rápido, y poco a poco, pero también rápidamente, su expresión de deseo cambio por la del placer recibido y fui testigo de cómo sus soles verdes se apagaron en un cierre de parpados que dio cuenta de su goce. Estoy seguro que nunca antes nadie había tenido la suerte de presenciar tal espectáculo de amor. No fueron necesarias las palabras. Cuando dejó de pasar el tren y las vibraciones cesaron, me acerqué a su lado y al cabo de unos minutos, lentamente, le alcancé su ropa, ella me miro con dulzura y se fue vistiendo; finalmente le di las gracias por todo el cariño demostrado ante tal acto de confianza. Caminamos juntos otra semana antes de que pudiera entender. Jamás podría estar con ella, no era competidor adecuado para el amor que ella sentía por su puente. Luego dejé de verla, pero no de recordarle, ella es una mujer, muy, muy especial.
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Miriam
Glen E Lizardi F.
Verano Brisas