LLAMADAS EN EL SUBTERRNEO
Publicado en Nov 06, 2009
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William Zapata M

- UNA MICRO NOVELA -


4:06 p.m.
Era un viernes de esos autoadhesivos. Era un viernes de esos que se te pegaba en el cuero como un tatuaje. Era un viernes de aquellos, de tomar cerveza en la mañana y de ir al cine por la tarde y de pasear en los callejones por la noche. Un viernes de ésos: de ir a hablar con las estatuas de héroes desconocidos en parques sin nombre y de ir a morir en el autoparking de un centro comercial, caja de cigarrillos en mano, mientras se observaban las luces de los edificios reflejadas en alguna mancha aceitosa del pavimento.

Era de todos modos, un viernes normal y Darcy no fue al cine ni a un autoparking, aunque le pareciera lo más adecuado. Tampoco fue de compras. No lo haría en plena temporada ni porque tuviera uno de aquellos ataques de ansiedad.  Darcy había aprendido, por fin,  a programar sus rituales de consumo y desde entonces su estado de cuentas había mejorado ostenciblemente. Darcy ya había comprado los regalos de fin de año. Un i-pod a su hermano, y un paquete de turismo a sus padres. Qué hacer entonces? Parecía tener el resto del viernes libre, para ella sola. Iría al cine. Compraría libros de arte en el Gughenhaim y no se moriría en un muelle del East River con un paquete de cigarrillos en la mano. Se pegaría una ducha. Prendería velas y pondría incienso. Llenaría la tina y echaría  diez gotas con aceite de bergamota, tal como se lo había recetado su asesor de aromaterapia y tal como lo venía haciendo en los últimos cinco años.  Destaparía una de aquellas botellas de vino que le había regalado su jefe. Oh, no! mejor compraría una botella de algo más fuerte de camino a Battery Park. Allí la esperaba la tranquilidad de su semi-loft con vista al río. Tal vez un Viuda De Cliquo para anticipar buenos augurios de feliz año. Se masturbaría con la noche. Abriría toda ventana cerrada en su configuración emocional; delinearía un cuadro de estadísticas para sus sueños realizados;  activaría todos los comandos que hicieran falta para tener en control su sistema de sensaciones. Necesitaba quitarse el pegante de ese viernes; ese aspecto autoadhesivo que sólo una buena borrachera podría lograr.

4:04 p.m.
Rujo; rujo; rujo; soy un león. Rujo; rujo... y los gallinazos se meten hasta mi jaula y se comen parte de mi ración y se aprovechan de mí porque no puedo moverme con agilidad, porque estoy viejo y cansado y porque no rujo. Mejor dicho, sí rujo, pero rujo para adentro, para mí mismo, como rumiando recuerdos y rujo; rujo pero no rujo como antes y ahora rujo para adentro y rujo en silencio, en el silencio de estos 28 años bien vividos. Y rujo de bondad y suena a ronroneo. Y rujo a los nuevos animales que traen a la villa. Y rujo para saludar y rujo para contar historias en las tardes rojas de este Cali crepuscular y rujo para abrazar a Ana Julia en las mañanas, cuando viene y se para al pie de mi jaula y me mira con esa expresión de tristeza disimulada. Y Ana Julia mete la cabeza entre los barrotes y me dice; Hola, Tantor, amaneciste perezoso hoy. Amaneciste sin ganas de levantarte, Tantor; hoy vienen nuevos amigos; una tortuga que tenían encadenada, una cebra sin pasado; un ocelote que pinta realidades maquilladas, un burro que se salvó de ser convertido en salchichón, eso me dice Ana Julia.


4:15 p.m.
En la oficina todos habían hecho planes, todos irían a la fiesta de Dan, pero Darcy había preferido pasar por alto la invitación. Estaba cansada de las fiestas en casa de Dan. Siempre eran lo mismo: chistes de barra y anécdotas comerciales y pelos de gato. Sobre todo eso: pelos de gato!!! Cada vez que Darcy volvía a casa después de una de las tradicionales fiestas de Dan, le tocaba enviar su ropa y sus sobre-camas a la lavandería. Pasaban los días y los pelos de gato persistían. Viajaban hasta su cocina, hasta su ducha, hasta su guardarropas y se alojaban irremediablemente en los cinco desagües del noveno piso de aquel edificio de atardeceres rojos y de cañerías muy viejas. No; definitivamente no más pelos de gato en su vida por cuenta del colegaje profesional. Así que había puesto un e-mail colectivo a Dan, y a los demás, acusando un resfriado. Dan había venido hasta su cubículo y le había dicho: "Oye, Darcy, realmente me hubiera gustado verte esta noche con el vestido negro. Aquel que tú y yo tanto conocemos ", y Darcy le había contestado: "No esta vez, Dan; perdona, a mí también me hubiera gustado probar esa torta de manzana que te ha mandado tu madre".
4:18 p.m.
La verdad es que todos los animales en la villa somos unos perdedores totales. No hay nadie quien se salve. Ni los nuevos, ni los antiguos, ni los que tienen probabilidades de volver al mundo real, ni los que estamos condenados a esperar la muerte en este silencio de ranas saltando entre los lotos y de tortugas masticando hojas de almendro y de mediodías de cuarenta grados a la sombra. Venimos de universos repletos de violencia, injusticias, inequidad, golpes, tortura, barbarie, hambre, corrupción, machetazos, ignorancia, maltrato y más maltrato. Sangre, maldad. Todos tenemos nuestras huellas. Pero nos las zanjamos y hemos aprendido a inflar nuestro valor tal como le toca aprender a todo perdedor total. Ya era hora de un alto a tanto sufrimiento. Y si sopesamos todas nuestras circunstancias, debemos decir que esta villa es una especie de paraíso en comparación a nuestros lugares de origen. A veces hacemos fiestas en las jaulas de los animales vecinos para celebrarlo y a veces nos reunimos a cantar poemas de amor a orillas del río Cauca por donde pasan los desperdicios de la ciudad y por donde desembocan los tóxicos industriales de los caleños y, a veces, algunos animales tratamos de meternos mentiras a nosotros mismos, relatando viejas aventuras, épocas idas al lado de dueños de circos prestigiosos y zoológicos ultramodernos. También nos gusta fanfarronear con esa suerte de nuevos proyectos que, intuimos, nunca vamos a cumplir.  Pero la verdad es que nosotros somos lo que somos, lo que hemos sido y el molde de lo que nuestro destino nos trazó: Una tortuga con un hueco en el caparazón; un elefante con la trompa diseccionada, un rinoceronte raquítico; una pantera alcohólica y todo tipo de animales decomisados en las fincas mafiosas: loros, tigres, caimanes, pavos reales, micos, ciervos, leones, avestruces, jaguares, culebras. Y lo peor no es que seamos unos perdedores. Lo peor es cómo nos sentimos con respecto a ello y cómo lo enfrentamos: con soberbia, con orgullo pendejo. Siendo nuestra verdad tan contundente. Si vinimos a parar aquí es porque somos lo que somos: animales salvajes maltratados en un mundo de animales más salvajes que los mismos animales.

4:17 p.m.
Este viernes de crazy-glue, Darcy se regalaría un tarde a solas con su cuerpo. Compraría uvas y manzanas en una frutería de Chambers Street y pondría avisos locos en Internet. Se metería a una de esas páginas web de craigslits donde la gente se anunciaba con mensajes sexuales llenos de soledad y resaca. También podría meterse a un spa de Madison Avenue o podría simplemente mirar las vitrinas de Louis Buitton o apurarse a embadurnar su piel de aceites, y de mascarillas, y afeitarse las piernas, y pulirse los vellitos del pubis con una toalla amarrada en la cabeza para que se le secara el cabello. Era viernes y aún estaba temprano.     

4:20 p.m.
Hola, me dice Rumbero, un ligre, quien recién traído, había sido mi compañero de jaula. Hola, digo. Sabes qué, me dice, Qué, le digo. Estás un poco loco, me dice. Eso dicen, le digo. Voy de un lado al otro de la jaula, me paseo, reviso las raciones del día, algunos huesillos de la semana pasada con moscas alrededor.  Rumbero me empieza a hablar de  Vladimir Cifuentes y de Daniel Sánchez. Rumbero es un ligre, una especie de mezcla entre león y tigre. Rumbero se siente muy mal por eso. Rumbero no lo ha podido superar. Rumbero dice que se siente de mala raza. Rumbero cree todo lo que dice Ana Julia cuando los visitantes vienen y ella les dice que Rumbero es una aberración. Yo lo consuelo, yo siempre le digo: "Fresco Rumbero, vos sos una personalidad única. Lo insólito no quita lo original. Vos sos puro sincretismo Rumbero". Y entonces, Rumbero se echa a un lado del palo de mangos, paquete de cigarrillos en mano, y se dedica a espantarse las moscas con su cola de ligre cansado durante toda la tarde, y nos cuenta una y otra vez esa historia de cuando Sánchez y Cifuentes se lo llevaban de rumba en la parte de atrás de la 4x4 y también nos habla de las calurosas noches cuando lo alimentaban con carne humana; cuando algunas mañanas Rumbero estaba muy tranquilo en su jaula, tratando de recuperarse de sus recurrentes insomnios, y cuando entonces de repente Sánchez y Cifuentes entraban con alguna bella chica hasta su jaula y se la ponían  frente a sus narices. A Rumbero le daba mucha lástima verse en la obligación de comer mujeres hermosas. Pero era su trabajo. Un trabajo sucio. Pero alguien tenía que hacerlo. A Rumbero de todos modos le gustaba mucho las piernas de mujer. Las piernas era lo primero que se comía Rumbero cuando le tocaba comerse a algún ser humano. Empezaba con doblegar a la presa con un zarpazo en la espalda y luego le propiciaba una dentellada en el cuello. Posteriormente seguía con las vísceras del estómago y terciaba con las piernas. Había ocasiones en que la carne le sabía fría y había ocasiones en que la carne le sabía caliente. Eso dependía de la sangre. Había ocasiones en que la situación le olía miedo y había otras oportunidades cuando en el aire se respiraba tristeza.  Eso dependía de la presa. Eso dependía si la presa era una muchacha lesbiana o si era un niño recién recogido de la calle. Si era un burgués asustado o una prostituta tranquila y drogada.

Sí. El sabor dependía de si el sacrificado lloraba o si reía, si era feliz, o si era un desgraciado.

Rumbero recuerda esas épocas con mucha nostalgia. Sánchez y Cifuentes lo hacían sentirse como un ligre útil. No como Ana Julia, que lo trata como a un gato viejo acabado. Rumbero es un veterano de guerra con una gran historia qué contar.


4:25 p.m
 Darcy decidió entonces que quería tomar el tren en midtown. Darcy, en general, prefería caminar e ir a tomar el "L" hasta la calle 14 y de ahí hacer un transfer hasta la Octava Avenida, y de allí cumplir el resto del recorrido a pie, esquivando a esos artistas callejeros que se apostaban en la aceras a ofrecer sus pinturas y que le recordaban tanto a Rudovic González y que le daban tanta lástima y fastidio: siempre inflando su valor, siempre vendiendo cuadros por doscientos dólares; pinturas que no valían más de 99 centavos. Deberían aprovechar la coyuntura del Euro e irse a Francia y dejar las aceras de Nueva York un poco más transitables. Esos pintorzuelos! Siempre haciendo toda suerte de malabares para zafarse del anonimato; siempre tan furiosamente callejeros; siempre tan llenos de mañas y tan desesperadamente confusos y tan terriblemente perdedores; a Darcy le parecía que los artistas extranjeros, sobre todo los que venían de países tercermundistas como Rudovic, eran demasiado pagados de sí mismos, sin tener en cuenta el detalle de que estarían dispuestos a cambiar todo el bagaje de su talento por un ápice de legalidad. Darcy podría poner las manos en el fuego por la idea de que estos vendedores de la calle no tenían un sólo mérito universal y que si habían tomado el camino del arte era porque urgían desesperadamente de saltar alguna brecha social, lo cual estaba, del todo, históricamente acertado. Hacía parte de la dinámica social de una sociedad como la estadounidense, pero quizás eso era lo que más la irritaba de los artistas de la calle: esa vertiginosa necesidad de influir y encajar en un mundo que les había sido negado desde antes de nacer  y, encima de todo, esperar a ser retribuidos con algún billete o, por lo menos, con alguna retroalimentación de tipo adulatoria. Qué se esperaban? Que ella iba a adornar su pent-house con aquellas baratijas? o que, Iría a cambiar su cosmovisión anglosajona del mundo por el sólo hecho de que un latinoamericano pudiera representar los colores del trópico? Por favor!!!!  Si los irlandeses estuvieron aquí antes que los mongoles. Y entonces quiénes eran realmente los nativoamericanos? Darcy conocía a los artistas de la calle. Darcy había salido con uno de ellos. Darcy siempre los evitaba.


3:25 p.m
Hoy es un día especial en la Villa y ya han empezado a llegar los nuevos vecinos y el sol brilla y el sol es una moneda de veinte centavos fundida en la siderúrgica de los malos recuerdos.  Y esta mañana el aire de Cali huele a farmacia. Esta mañana el tiempo huele a camión de Carnes Frías Zenú recién estrellado; esta mañana la vida huele a navajazo, a esperanzas oxidadas. Esta mañana es una mañana bastante especial y Rumbero me dice: "la mañana sabe a estación Terpel". "La mañana sabe a Canal de Interés Público, Rumbero", le digo.


4:01 p.m.
Aquel viernes, a Darcy tal vez no le apetecía caminar tanto como creía. Aquel viernes, a Darcy le apetecía observar. A Darcy a veces le gustaba montarse en el tren "V" y mirar a los yuppies de midtown. Eran tan diferentes!  Los yuppies de midtown tenían esa cosa de la que adolecían los yuppies de Wall Street, algo que los salpicaba como los copos de nieve a los cristales de los pubs en las navidades blancas. Quizás, era ése el detalle. Que los yuppies de Wall Street  no leían el periódico. Podría ser intrascendente, pero para Darcy era un detalle fundamental. A ella le parecía que los yuppies de midtown leían la sección de finanzas con un real interés, mientras los ejecutivos de Wall Street ni siquiera lo leían. Sólo sostenían el periódico frente a sus narices y posaban de leerlo. Pero no lo leían. Era imposible que alguien se tardara media hora leyendo un párrafo, sin cambiar de página. Cuántas veces a Darcy le había tocado presenciar cómo aquellos ejecutivos jóvenes cabeceaban a las siete de la mañana con un titular de Forbes en el regazo. Era realmente extraño cómo la cultura urbana creaba cofradías de ejecutivos con características tan puntuales. Tendría el lenguaje moderno algún modismo para dicho fenómeno social? Darcy lo dudaba y lo cierto es que las jergas la tenían sin cuidado. Prefería ahorrar su energía y gastarla en esta vitrina de Gucci que estaba mirando ahora.

4:30 p.m.
En la jaula junto al árbol no vivía nadie. En la jaula contigua al árbol de Rumbero no entraban ni las moscas. En la jaula junto al árbol ahora vive una pantera. El árbol de Rumbero es el árbol de Rumbero porque a Rumbero le gusta hacer la siesta bajo aquel árbol y porque a Rumbero a veces le gusta echarse allí para contar sus viejas historias, paquete de cigarrillos en mano, sobre sus viejos días en la casa de un narcotraficante.


4:32 p.m.
 Darcy gastó un buen pedazo de tiempo al frente de Gucci. Le gustaban los cinturones aquellos. Los de lentejuelas y diamantes. Tan naif y sofisticados al mismo tiempo. Pero sobre todo, lo que más le gustaba de aquelloos cinturones eran los abstraccionismos que se derivaban de su background y los resultados plásticos con los cuales eran ofrecidos al público. La historia que había detrás, la que no se veía. No se suponía que los cinturones se llevaban en el cinto? Y entonces, Qué era lo que hacían allí en la cabeza de estos maniquís? Seguramente, quien había decorado esta vitrina se había propuesto contar un historia. Darcy había conocido a un famoso decorador de Soho en la cafetería del Lincoln Theater el mes pasado. El decorador le había ayudado a superar esos tortuosos minutos de los lobbies con un bourbon tomado en un vaso de papel mientras daban vueltas a los espejos de agua en la plaza central y mientras esperaban el primer llamado de inicio al Flautista De Hamelin. Angelatto, el diseñador le había explicado todo el proceso de su trabajo, algunos detalles sobre su profesión, esa manera tan newyorkina de estar en el mundo. Le había relatado que siempre escribía un guión antes de empezar a adornar las vitrinas como Sheakspeare había escrito un libreto antes de montar a Romeo y Julieta en las tablas. Todo aquello le había parecido tan extraño, tan contenido y tan del todo cordial: Angelatto y su caballerosidad y el más absurdo pretexto para entablar una conversación; la plaza del Lincoln Center y esa extraña historia de la vitrinas y el gesto de dos extraños flirteando en la antesala de un espectáculo, para después no atreverse a sentarse juntos y compartir la obra y despedirse al final, sin intercambiarse el número telefónico, "si una no puede dejarle nada a la casualidad en una ciudad como éstas". Se habrían gustado, pero ahora había que seguir con el presente. Ahí estaba Darcy. Caminando por las calles de Manhattan a la hora mágica en que todos deberían estar tomando fotos porque la luz era perfecta. Tomó el tren. Era Times Square y vio a toda esa gente con paquetes de tiendas famosas y se sentó en uno de los vagones centrales y pensó que si había un atentado terrorista los pasajeros de los últimos vagones serían los que más sufrirían. Darcy no sabía de dónde había sacado aquello, pero lo puso en su mente y allí lo dejó.

3:58 p.m.
No sé si dije que yo a veces rujo. Yo rujo, pero rujo en silencio. Yo rujo para mis adentros y esta mañana no he rugido nada. Esta mañana una pantera ha venido a vivir en la jaula contigua al árbol de Rumbero. Le decimos "el árbol de Rumbero" porque Rumbero a veces se echa allí, a tomar la siesta, y a contar cómo en los viejos tiempos trabajaba en la casa de los narcotraficantes más temibles del país hasta que una tarde decidieron cortarle los colmillos porque sus dueños querían verlo andar libremente por el jardín. Otras veces, Rumbero cuenta aquella vieja nueva historia muy reciente: de cuando una mañana vino el señor Oso Polar hasta su jaula y lo invitó a nadar. Rumbero fue a nadar con el señor Oso Polar y terminaron apostando una caja de cervezas, de premio, a quien alcanzara en primera instancia la línea del horizonte. Rumbero y el Señor Oso Polar nadaron tanto que no tuvieron fuerzas para volver ni para seguir y, entonces, decidieron hacer una apnea. Eso cuenta Rumbero algunas tardes cuando despedimos a Ana Julia y, paquete cigarrillos en mano, Rumbero se echa bajo el árbol a tomar la siesta.  De esa mañana, Rumbero recuerda muchas cosas extrañas y el Señor Oso Polar no lo desmiente. El Señor Oso Polar no habla nunca. El Señor Oso Polar es un oso de pocas palabras. Al señor Oso Polar le gusta caminar en calcetines. El señor Oso Polar odia cuando le toca caminar por la jaula de Rumbero, pues la Jaula de Rumbero siempre está llena de charquitos y a veces el señor Oso Polar pone sus calcetines encima de uno de aquellos charquitos. El señor Oso Polar odia aquello. Pisar charquitos, cuando va en calcetines, es lo que más odia el señor Oso Polar.

4:25 p.m.
Darcy había conocido a Rudovic González una tarde cuando caminaba por los alrededores del Central Park. Lo recordaba muy bien pero quería olvidarlo. Hacía frío y los aviones habían acabado de golpear las Torres Gemelas. Cómo olvidarlo. La ciudad entera se sentía contra las cuerdas. Había furia, pero Darcy creía en su momento que darle paso al sentimiento antinmigrante era también darle un poco la razón a los terroristas. Así que tal vez, por ello, le había aceptado la invitación a Rudovic González. Fueron a la terraza del Museo Metropolitano, recordó. Ahora debía reconocer que en otras circunstancias nunca lo hubiera hecho. Estando allí Rudovic González alcanzó a impresionarla. Sabía dos o tres datos claves sobre la deconstrucción de la perspectiva en los cubistas y sobre la captura de la emoción en las pinturas impresionistas de Renoir.  Le gustaba su olor. Uno de esos olores que le hacía erizar los pezones cuando se emborrachaba en los bares y se iba a morir en los muelles del East River.

Rudovic González era uno de aquellos pintores extranjeros que se apostaban en las aceras a vender sus cuadros como si fueran grandes obras maestras y ya habían pasado varios años desde aquel romance. Los suficientes  para cancelar la historia. Darcy no sabía a ciencia cierta qué hacía gastando sus pensamientos en Rudovic González. Era su primera tarde de viernes libre en mucho tiempo y definitivamente no quería malgastarla en ayeres marchitos.


4:11 p.m.
Rumbero dice que bajo la laguna hay túneles marinos por donde se llega a otros túneles marinos que te llevan a otros túneles oceánicos. Y que hay una comunidad de pasajeros perdidos que viven allí en el fondo del mar. Rumbero cuenta que se trata de un grupo de personas que iban en un tren de Nueva York y que de repente se vieron extraviados cuando el tren se atascó. Rumbero dice que era la ruta entre Times Square y la estación de la calle 14 y que era un viernes cualquiera de un diciembre muy concurrido en esa gran ciudad. En el aire se respiraba agitación y ansiedad. Nosotros muy atentos le decimos: "Vamos, Rumbero, queremos realidad". Entonces Rumbero se pone a contarnos una vieja historia de cuando se iba de farra con Vladimir y con Daniel, en la parte trasera del carro. Vladimir y Daniel lo sedaban con whisky y se lo llevaban  de juerga por las calles de Cali. Rumbero dice que él se sentía un león muy afortunado, excepto hasta cuando le cortaron los colmillos para ponerlo a pasear por el jardín. Luego Rumbero vuelve con su vieja historia de una comunidad de pasajeros extraviados en Manhattan hasta cuando llegan las avionetas y empiezan a sobrevolar sobre nuestras cabezas. Entonces sabemos que es la hora de que todos nos vayamos a nuestras jaulas. Las avionetas nos ponen muy intranquilos a todos los animales de la villa.
4:36 p.m.
El día que tumbaron "Las Torres", Darcy se estaba pintando las uñas en el balcón de su pent-house. Darcy se acuerda de ello porque era un día como este viernes. Era un día que ella había destinado para hacerse auto regalos, para estar con su cuerpo, para dedicarse a su cuidado personal. Era un día en todo caso pegajoso como un tatuaje y más tarde iría al spa por un masaje y luego al cine con Rudovic y después, tal vez, irían a morir en los muelles del East River y terminarían haciendo el amor en el estudio de Rudovic en el upper East Side.

Darcy había dado una primera pincelada a su uña del dedo gordo y por el rabillo del ojo había visto cómo un avión cruzaba el cielo azul a gran velocidad, para ir a estrellarse con la primera Torre Gemela. Era verano; era septiembre y era tiempo de tomar una cerveza al desayuno y un bourbón al almuerzo para después rematar el día con GinTonic y superbowl. Darcy no necesitaba los sermones de Rudovic. Darcy en ese entonces, como ahora, sabía que tenía lo de la bebida controlado. Darcy aquella mañana, 8 y 32, tenía una Stella Artoi a su lado y había dado los primeros dos sorbos del día. Cuando vio aquello, Darcy se alzó los lentes de sol y miró bien en aquella dirección. Sonaba Hole en la radio. Esa impotable de Courtney Love. Malibú. Pensó que debería haber puesto su casette de Miles Davis de los veranos. Darcy clavó la mirada en la Stella Artoi y la levantó en el aire para mirarla a trasluz. Algo malo debía tener aquella cerveza. Le parecía estar alucinando. Se quedó mirando las Torres por un rato; luego pasó otro avión y fue a incrustarse en la segunda Torre. Ya habían interrumpido la transmisión de la radio y Hole se había ido a guardar. Darcy dejó el barniz regándose en el piso de su balcón, tomó el elevador y bajó a la calle en sudadera y sandalias. Caminó unas cuantas cuadras y fue hasta la zona del desastre. La gente se estaba lanzando desde los pisos más altos. Luego todo el mundo empezó a correr, pero Darcy ya se había retirado del sitio. Iba caminando por las callejuelas de Tribeca y la muchedumbre le pasaba al lado a toda velocidad. Darcy caminaba lentamente. Buscaba un spa, un lugar a donde seguir arreglándose las uñas y hacerse un buen masaje, pero todo el mundo estaba en la calle mirando hacia Wall Street. No había nadie quien la atendiera en los spas de Tribeca. Fue a los de Battery. Tampoco. La noticia se había regado como pólvora y los propietarios empezaron a cerrar sus locales comerciales. Caía la segunda Torre. Darcy caminó hasta Soho y allí encontró que la vida estaba un poco más normal. Estuvo en un spa taiwanés un buen rato y al salir no quiso volver de inmediato a su loft del noveno piso. El celular había estado sonando toda la mañana y Darcy había estado contestando: "Sí, mamá, estoy bien. Si, papi, todo bajo control; sí, Rudovic, allí estaré". Merodeó un poco. Había hordas de gente cruzando los puentes de la isla, a pie. El Holand Tunnel había sido cerrado. Y entonces, Darcy decidió regresar a casa. Al salir del elevador, se vio instalada en el living de otra época. Era su departamento pero el ambiente lucía extraño. En ese momento, sonó el teléfono de línea. Darcy contestó. Era Rudovic: "Darcy, bonita, dónde has estado?" Rudovic parecía consternado y Darcy trató de hablar, de decir algo más que su consabido "aló". "Te hemos estado buscando por todas partes en los últimos dos días!, por dios, bonita!, no me hagas estas cosas ", dijo Rudovic.

3:31 p.m.
Sentada en un Starbucks de la Quinta Avenida, Darcy recordó que había olvidado comprar un regalo de navidad a su padre. Sentada en un Starbucks de la Quinta Avenida, Darcy recordó que tenía nombre de ballena; mejor dicho, Darcy recordó que algunos amigos de la infancia le decían eso: que tenía nombre de ballena. Darcy nunca entendió la gracia del chiste, pero aquello se le quedó grabado a Darcy y a veces se le venía a la cabeza. Darcy nunca entendió porque uno de sus amigos decía eso y porque los otros se reían. Sentada en un Starbucks de la Quinta Avenida recordó los días de la universidad cuando trabajaba en el Starbucks de Chinatown. Darcy recordó también que no eran buenas esas épocas. Darcy se dijo entonces que ya habría tiempo para comprar un regalo a su padre. Iría a su casa y encendería el computador que le habían desinfectado la semana pasada. Entraría al sitio web de E-bay y compraría algún obsequio exótico. Darcy había entrado a E-bay antes que su pc pescara un virus,  y había navegado en la sección de Observatorios Astronómicos y había visto que un viejo hippie rico vendía estrellas y viajes al futuro y cápsulas de congelamiento. Darcy pensó entonces en su padre. Le había llamado la atención aquello de las estrellas. El viejo hippy había montado una oficina en California y las ofrecía en un certificado que los interesados podrían conseguir a cambio de treinta mil dólares. Darcy no sabía qué le había llamado más la atención, si la pinta del tipo en la foto que usaba para promocionarse en E-Bay o el hecho de que hubiera una oficina para vender estrellas en algún lado de California.

Darcy miró a su alrededor y percatose que todas las mesas estaban repletas. Minutos antes, Darcy había comprado un chai late y estuvo merodeando por el lugar buscando alguna mesa vacía pero no la encontró. Darcy divisó entonces un silla disponible en la mesa de una señora muy elegante y le preguntó si podría sentarse allí y la señora evidentemente no entendía muy bien inglés y le contestó que "sí" con un acento fuerte. Darcy no sabía cómo, pero había percibido que la señora no le había entendido. Miró lo que había encima de la mesa y vio dos vasos repletos de café y olorosas volutas de humo escapándose por el orificio de la tapa y volvió a preguntar que si podía usar la silla y la señora volvió a responderle que "sí" en ese acento de los inmigrantes de Europa del Este. Darcy no usó aquella silla. Se olvidó de querer compartir una mesa y fue a sentarse en uno de los sofás del rincón porque había percibido que la señora no le había entendido lo que Darcy le preguntaba. Aquello había frustado a Darcy demasiado, pero Darcy puso sus pensamientos en otra idea y allí la dejó. Darcy siempre ponía su cabeza donde quería.

4:46 p.m.
Darcy, nombre de ballena, siempre ponía su cabeza en las ideas que le apetecía y allí las dejaba. Darcy entendía que debía comprar un machintosh como su técnico se lo había aconsejado. Darcy había desperdiciado demasiado dinero arreglando su viejo pc y su técnico le había dicho que una mujer como ella se merecía un machintosh. Así que Darcy estaba dispuesta a comprar uno. Su técnico le había dicho que un machintosh nunca iba pescar un virus. Darcy pensaba todo esto mientras el tren esperaba a reanudar su marcha después de haberse atascado entre las estaciones de Times Square y la calle 34. Una voz de un hombre afroamericano había aparecido en los parlantes del vagón y estaba diciendo que ya muy pronto iban a reanudar la marcha. Darcy distinguía perfectamente la voz de un afroamericano y le parecía agradable aquello, pero no podía eximirse de pensar en un ataque terrorista al sistema de trenes, especialmente después de lo vivido en los ataques del 11 de septiembre. Darcy puso su mente en los anuncios del tren y allí la dejó. Se puso a pensar que los anuncios estaban en español y que su país iba a ser muy odiado por todo el mundo después de la invasión a Afganistán y la guerra en Irak y todas ésas cosas que aparecían en la Internet. Darcy temía que los latinoamericanos a la postre eran los únicos amigos con los que se había quedado su país.  El tren no arrancaba. Otra vez la voz sensual en los parlantes pedía paciencia a sus pasajeros y les daba confort. Darcy se sintió aliviada y por alguna razón excitada con aquella voz. La conciencia le hacía un llamado a la tranquilidad. Eso de los trenes atascados en el subterráneo correspondía perfectamente a la normalidad.

4:10 p.m.
Sentada en un Starbucks de la Quinta Avenida, Darcy recordaba los días que habían seguido al ataque terrorista en Nueva York y también recordaba los días que en que le tocaba limpiar las mesas como lo estaba haciendo aquella camarera esta tarde. Darcy combinaba un pensamiento con el otro y así se le iban los minutos de aquel viernes tan autoadhesivo mientras disfrutaba de su café. Cada vez que iba a un Starbucks, Darcy se acordaba de lo entusiasta que era ella cuando le tocaba salir del despachador y limpiar el estante donde la gente se servía el azúcar y la leche. Por lo general, un estante limpio duraba entre una y dos horas, pero a veces Darcy y sus compañeras olvidaban salir del despachador hacia el área de las mesas durante intervalos de 3 y 4 horas. Total, cuando alguna de ellas se acordaba o cuando los clientes les dejaban un minuto libre, o cuando el estante del azúcar estaba definitiva e insoportablemente sucio. Las bolsitas de splendal y de equal regadas en el suelo y charquitos de leche semi-descremada aquí y allá y los botes de basura totalmente repletos de servilletas ecológicas y vasos desechables y pajitas para revolver el café y los pitillos de sorber anarquizados. Entonces, Darcy hacía exactamente lo que estaba haciendo esta camarera de viernes autodhesivos. Rellenaba los frascos de azúcar refinada y los termos de leche. En el primero ponía la leche entera y en el segundo la leche semidescremada. Recogía las bolsitas de azúcar y las clasificaba en las cajitas dispuestas para ello. El brown-sugar a la izquierda, el equal a la derecha y el splendal en el centro. Luego Darcy daba un vistazo a las sillas rezagadas y las ponía a salvo junto a alguna mesa. No limpiaba el reguero de vasos desechables porque de aquello se encargaban los mismos clientes. Posteriormente, de pasada, Darcy limpiaba los charquitos aquí y allá y volvía al despachador a preparar un poco de espuma para los capuccinos y a atender a los nuevos clientes que ya se habían aglomerado en la fila. Darcy limpiaba un poco aquí y allá durante todo el día y, cuando llegaba a casa, veía el logotipo de Starbucks estampillado en cada uno de sus sueños. Darcy recordó, entonces, aquella típica sensación de estar atascada. En aquellos días creía que se iba a quedar haciendo eso toda la vida. Cada vez que Darcy terminaba su turno y Rudovic la estaba esperando, ella se preguntaba para sí misma: "Dios mío, será que me voy a quedar limpiando mesas toda la vida?" y luego se tranquilizaba porque ella sabía que nada era para siempre y que había trabajos definitivamente peores donde a la gente se le maltrataba física y sicológicamente y también demasiados países donde las mujeres ni siquiera tenían la oportunidad de trabajar como meseras y tenían que dedicarse a la prostitución, y entonces se iba con Rudovic a su estudio y hacían el amor y escuchaban esas aburridas  entrevistas de la radio.

4:14 p.m.
Darcy se acordó de todo lo maniática que se había vuelto después de trabajar en el Starbucks. Desde entonces, cada vez que entraba a alguno, ella no podía evitar el impulso de reparar en el desorden dejado por los clientes. Había desarrollado una clínica habilidad ocular de detectar un bote de basura rebosado con solo divisarlo de soslayo y aquello le fastidiaba demasiado. Le fastidiaba tanto como la repulsiva idea de haber gastado tantos años de su vida al lado de Rudovic González. Luego, Darcy se percató que la luz de diciembre era la misma de enero y que el invierno más crudo ya estaba aquí, metiendo sus rayos de sol sobre los clientes de la entrada como en un cuadro de  Hopper. Pero aquella luz de enero, en diciembre, era tan efímera, pensó. Y entonces vio cómo la camarera se alejaba con su gorra y su delantal de Starbucks hacia la barra del despacho y Darcy la divisó a la distancia y sonrió al percatarse de cómo la camarera sonreía a uno de los clientes que le pedía un café. Luego Darcy miró a los otros clientes a su alrededor y vio cómo la mayoría estaban clavados en sus computadores personales, escribiendo algo o navegando en Internet. Le parecía agradable que hubiera un sitio donde el escribiente pudiera llevar su laptop sin necesidad de pasar por pretencioso. También había otros que escribían en pequeñas libretas de bolsillo y Darcy pensó en cuántas novelas iban a existir en el futuro inspiradas por las fragancias respiradas en  el ambiente de un Starbucks.

4:19 p.m.
A veces, cuando Darcy pensaba en los ataques del 2001, se preguntaba si las almas de aquellas personas estarían aún vagando por las calles de Nueva York. Darcy no se consideraba a sí misma como una persona supersticiosa, pero a ella le parecía increíble que aquel centro financiero tan importante hubiera colapsado de un momento a otro. Darcy y todos  los buenos ciudadanos lamentaban que allí se hubieran perdido los cerebros más brillantes de la economía mundial, las mentes que controlaban el juego. Habían sido casi 3.000 seres humanos. Adónde se iba tanta energía valiosa? Estarían aún flotando por las calles?

Darcy recordó que una vez le había tocado ir a una terapia de grupo con los afectados del 9-11. Se trataba de un programa que venía adelantando la ciudad con los vecinos del área y querían darle un nuevo aire al bajo Manhattan. Darcy recordó que en la reunión estaba aquella mujer china que tenía un restaurante en Trinity Steet y también estaban los otros propietarios de negocios con sus rozagantes caras de demócrata-tradicional y que a ella se le hacían conocidos todos ellos porque compartían un vecindario desde hacía muchos años.

Parecía ser que, aunque había un sicólogo monitoreando, aquella reunión había tenido todo tipo de propósitos económicos y no tanto de intercambiar sentimientos alrededor de la tragedia. Unos discutían la necesidad de demandar al  estado por su falta de protección y, otros, el imperativo de pedir un refuerzo de indemnizaciones a las compañías de seguros. Pero de los efectos emocionales nadie habló. Sólo aquella mujer china se atrevió a comentar en un inglés quebrado sobre sus insomnios y sobre el terror que le generaba el recuerdo de los dos pájaros gigantes. Habían pasado casi 5 años y Darcy todavía se preguntaba muchas cosas. Darcy se preguntaba por qué aquella mujer china la había saludado tan amablemente, si Darcy nunca entraba a su restaurante. De hecho, Darcy nunca caminaba por la calle Trinity. Darcy tenía tres rutas de acceso a su casa y nunca cerca al restaurante de la mujer china. Darcy tampoco podía negar que, desde esa única vez que compró un arroz con vegetales en su restaurante, la mujer china se le había quedado depositada en un lugar muy cercano de su universo afectivo. Al verla en dicha reunión, luego de varios años,  la mujer china se le había sentado al lado en la reunión de Afectados Por Los Ataques del 9-11 y le había hecho preguntas muy cordiales de cómo iba el trabajo y si ya había recuperado la memoria.

Cinco años después, Darcy seguía sin explicárselo. Cómo supo aquella mujer sobre el asunto de la memoria perdida de Darcy? En realidad, Darcy y la mujer china no se habían cruzado, antes de la reunión, más de las tres típicas y convencionales frases que todo el mundo solía usar en los restaurantes chinos:

"Salsa de soya?"

 "Por favor"

"Gracias"

 Darcy, de todos modos, se consideraba una mujer de mente abierta. Ella sabía que habían mundos existentes más allá de la razón. Darcy sabía que habían mundos intuitivos que nos conectaban misteriosamente a los humanos y a todas las cosas del universo. Darcy sabía que si bien teníamos un calendario, éste no tenía nada que ver con el tiempo. Darcy misma había experimentado un cambio de percepciones después del shock sufrido en los ataques del 9-11. Había vuelto a su apartamento después de merodear varios días por la ciudad, sin bañarse y sin cambiarse de ropas. Lo que a ella le habían parecido un par de horas, en realidad habían sido un par de semanas. Darcy estaba rodeada por la ciencia, Darcy estaba rodeada por la razón, Darcy todavía estaba recibiendo ayuda profesional, entre otras cosas, para descubrir a dónde se había ido su cuerpo durante ese tiempo que estuvo desconectado de su mente habitual. Nunca nadie lo supo y ella  conservaba ese episodio de su vida en la reserva del sumario, como uno de esos grandes misterios sin resolver que veía a Diario en los capítulos de Missing. Pero Darcy aún creía en otros mundos. El caso era que Darcy ahora se sentía bien y que Radovic González ya no estaba más en su vida. Cuando pasó lo del 9-11, Rudovic había tenido que volver a enamorar a Darcy. Darcy había tratado de incorporarlo a su banco de datos, pero su sistema nervioso no lo reconocía. Tampoco su sistema neuronal. No habían restos ni cenizas de algún fuego consumado en la estufa de los años. Su madre y su padre le aseguraban que Rudovic había sido su prometido en los últimos cuatro años y que se iban a casar en el otoño del 2001, pero Darcy no lo registraba, como un escáner no registraba a ciertos materiales orgánicos.

4:56 p.m.
Era extraño. Darcy no había tenido mayores problemas para reintegrarse a su mundo-tiempo convencional. Después de los ataques, había vuelto al trabajo normalmente como habían vuelto todos después de las vacaciones del verano y no tuvo problemas en seguir socializando como siempre lo había hecho. Lo mismo había sucedido con su grupo de amigos en las clases de cocina y con su entrenador en el gimnasio. Con su familia ni hablar. Darcy los sentía más cerca, aunque ellos vivían en Connecticut. Todos los días llamaba a su madre y se ponía correos electrónicos con su padre. Darcy recuperó la noción del tiempo y del espacio. Nunca tuvo problemas con las calles de Nueva York.  

Pero lo que había pasado con Rudovic no tenía parangón. Ella no lo reconoció en los días post-ataque. No sabía quién era y hasta le caía mal cuando éste entraba y salía de su apartamento como Pedro por su casa. Rudovic había tenido que empezar desde cero entonces. Le llevaba flores y la invitaba a pasear por los muelles de Hudson River, las dos cosas que más le gustaban a Darcy antes del 11 de septiempre. Sin embargo, Darcy había cambiado. Después del 9-11, Darcy decía que lo que más le gustaba era "tomar cerveza en la mañana, ir al cine por la tardes y por la noches  morir  en los muelles del East River ".

4:57 p.m.
Y entonces, ahí estaban Darcy y Rudovic. Sentados en restaurante del Museo Metropolitano. Rudovic la había visto llegar hasta su puesto de pinturas en los alrededores del Central Park, para preguntarle por una pintura que le parecía familiar. Se trataba de un paisaje un poco surrealista, sin ningún valor artístico desde todo punto de vista. Pero a Darcy aquella pintura se le hacía muy cercana a sus afectos.

- Cuánto por ésta? - había preguntado Darcy.

Rudovic la había mirado un poco extrañado. Parecía que la pregunta le hacía gracia y Darcy no entendía por qué.

- Una salida a tomar un café  sería suficiente - había dicho él.

Darcy no entendía por qué aquel extraño la trataba como si estuviera borracha. Todo el tiempo sentía ese tipo de energía por parte de Rudovic González desde que ella se había arrimado al puesto de pinturas.  Pero Darcy había sentido cierta empatía por aquel inmigrante y le había aceptado la invitación a tomar un café y ahí estaban en el área de comidas rápidas del Museo Metropolitano, tomando no precisamente café. Darcy pensó que, más o menos, ésos habían sido los mismos pasos de su abuelo recién llegado de Irlanda. La única diferencia es que Rudovic parecía latinoamericano, pero en esencia era un hombre con grandes sueños que vendía pinturas en el Central Park, exactamente lo mismo que había hecho su abuelo antes de moverse a Connecticut. El abuelo de Darcy era un hombre muy querido para Darcy. Darcy creía que su abuelo era la persona que más admiraba en este mundo y Darcy estaba muy agradecida con él por haber inmigrado a América. Darcy miraba esas noticias de los otros países por televisión y compraba flores para poner en la tumba de su abuelo. Darcy nunca olvidaba las palabras que le había dicho su abuelo antes de morirse: "Recuerda que siempre hay que tener una ciencia o un arte. En su defecto hay que conseguirse un Dios. Las personas no podemos vivir sin alguna de las tres cosas". Darcy pensó en ello y también le dieron ganas de comprarle un estrella a su abuelo.

Cuando Rudovic empezó a decirle a Darcy que él había sido su novio en los últimos cuatro años y que algo raro sucedía con su memoria, Darcy sacó un billete de su cartera, lo arrojó sobre la mesa y dejó a Rudovic allí plantado y se fue caminando hasta su vecindario en el bajo Manhattan.

 Para entonces, ya Rudovic le había tenido que entregar las llaves del apartamento y había tenido que intentar enamorar a Darcy desde cero. Lo típico: flores, salidas a tomar cerveza, al cine y a caminar por los muelles del Hudson River, aunque Darcy le había dicho que prefería irse a morir con la noche en los muelles de Seaport en el East River. Pero cada día era lo mismo; Darcy olvidaba qué papel había ocupado Rudovic González en su vida.

8:55 p.m.
Darcy y Yeyo se conocieron un sábado. Darcy y Yeyo se conocieron durante las salidas de Darcy a la superficie. A Darcy a veces le gustaba salir a nadar un poco durante los días de sol, porque a veces hacía mucho frío en el fondo del mar. El día que Darcy y Yeyo se conocieron, Darcy le preguntó por aquello que le parecía ver oculto en sus ojos.

- Es que soy tímido - dijo Yeyo.

Yeyo iba en un neumático viejo. Yeyo iba flotando sobre las olas. Yeyo sabía que se trataba de un neumático que alguien había abandonado en las riveras de ese río que a veces desembocaba en el mar.

- Eso pensé yo - dijo Darcy - pero sé que hay algo más. Dime que me lo vas a contar.

- Qué cosa? - dijo Yeyo.

- Ese. Tu gran secreto oscuro. No soy una mujer que se deja impresionar fácilmente.

Entonces Yeyo le contó su gran secreto a Darcy y Darcy se enamoró más de Yeyo, aunque  aquellas cosas que le había contado Yeyo la habían logrado impresionar, y aunque a ella le habían pasado cosas parecidas en su infancia.

- Dijiste que no te ibas a dejar impresionar.

- Lo siento - dijo Darcy - pero es que es demasiado fuerte.

A Darcy no le gustaba ser supersticiosa ni justificarlo todo con la existencia de un dios. Pero escuchando historias como las de Yeyo, y estando allí en la superficie del agua, y nadando sobre las olas azules del sábado, y con todo el océano a su disposición, y compartiendo secretos en ultramar, Darcy pensó que había un algo que teníamos siempre frente a nuestras narices y que todos los días tratábamos de tocar. Luchábamos y lo arañábamos como quien trata de clavar sus uñas en el cristal de una ventana y algún día lo íbamos a lograr.

4:51 p.m.
Esperando el tren "V", Darcy vio a una persona saliendo de las profundidades del subway y recordó a esa mujer tumbada en las inmediaciones del vecindario de la NYU. Darcy recordó que esa mujer era la primera cosa que la había  impresionado una vez había llegado a Nueva York, y que aquella mujer tenía un morral estudiantil a sus espaldas y una jeringa en sus manos y unas zapatillas Nike en sus pies. A Darcy aquella yonki se le había quedado grabada en sus memorias como un pancake que se quemaba y se quedaba pegado a un sartén. Esperando el tren "V", Darcy recordó a los dos aviones estrellándose contra las Torres Gemelas. Viendo a aquella persona saliendo del subway, Darcy pensó en todas aquellas viejas historias de una comunidad de gente que vivía bajo la superficie, en las profundidades del subway. Pensando en la mujer yonqui, Darcy recordó los días en que Rudovic le decía que odiaba los yonquis y las putas y los maricas y los latinos, a pesar de que él mismo era hijo de inmigrantes ecuatorianos. Parada en la plataforma del subway, esperando el tren "V", Darcy pensó que llevaba varios años sin fumarse un joint y que a veces no podía negar que extrañaba a Rudovic y que cuando llegara a casa lo iba a llamar bajo el pretexto que le diera el teléfono de algún dealer. Darcy recordó entonces todo lo pretencioso que era Rudovic: siempre dándoselas de artista genial y de intelectual incomprendido; aghh! el pobre de Rudovic, pensó Darcy; siempre diciendo que nunca le iría a vender el alma al diablo, mientras sobrevivía de milagro. Pobre Rudovic. Un artista de verdad. Un artista de Internet. Un pintor que nunca vendía un cuadro y siempre se moría del frío en las aceras, auto complaciéndose con los elogios cordiales de los transeúntes.

Su talento no se ponía en duda.

Pero pobre Rudovic. Un auténtico perdedor.  

Esperando el tren, Darcy vio que aquella persona, que salía de las profundidades del subway, no era precisamente un vagabundo ni un homeless convencional, sino un blanco con las ropas muy raídas y con la piel muy curtida de oscuridades grasientas y con una barba de muchos años sin ser tratada y con unas gafas recetadas muy costosas. Darcy pensó que no le apetecía llamar a Rudovic. Esperando el tren, Darcy vio cómo la plataforma se llenaba ansiosamente de yuppies de midtown y decidió que no iba a fumarse un joint aquella noche.  Darcy pensó en las dos cosas que más la habían impresionado en Nueva York: una yonki y un vagabundo harapiento saliendo de las profundidades del subterráneo, ese tipo de asuntos que nunca salían en las películas. Darcy nunca antes había visto un yonki en vivo y en directo. Darcy nunca antes había visto dos aviones estrellarse contra unos edificios. Darcy, tal vez,  había leído sobre esas cosas en un tiempo anterior a los sucesos; en algún lado. Y allí estaban otra vez esas ganas de fumar. Pensó en su analista. Pensó en su hermano. En las auto-mutilaciones. Recordó la última vez que había ido a casa de sus padres. En navidad. Su madre había salido al drive way a recibirla entre pequeños jolgorios, mientras Darcy parqueaba ese Honda alquilado. "Anda a saludar a tu hermano" le había dicho su madre, "Ha vuelto a infligirse las heridas. Otro de sus guiones fue rechazado. Le han dicho que sus historias son muy oscuras y llenas de mensajes negativos. Dicen que no van con el espíritu de la estación. Tal vez no lo vuelvan a llamar y en California se rumorea que las casas productoras quieren sacarlo del juego. Lleva más de dos semanas sin salir de su habitación y se ha rapado hasta el último pelo de sus cejas; parece uno de esos albinos".

Darcy creía que aquella había sido una de tantas navidades aburridas. Todo siempre era lo mismo: su hermano deprimido con ataques de pánico; la cena con el tío Arthur y sus historias en el café y sus novias de turno y canciones de navidad y regalos y las trufas de sus primas y los chocolates suizos de J.C. Penny. Luego, la casa en silencio y Darcy sin poder dormir, con la televisión repitiendo aquellos capítulos de Ophra y las fotos de su abuelo y aquella vieja sensación de que su vida ya estaba programada para repetir los mismos rituales año tras año. Tal vez debería hacer algo loco como su hermano y sepultarse en una habitación. Tal vez raparse el cabello y llegar con la cabeza calva a la oficina el lunes siguiente. Tal vez suicidarse con el humo de un Honda de esos que había alquilado para pasar las navidades en casa. Tal vez hacer todo eso si estuviera en los zapatos de su hermano, si se hubiera anclado en un apartado suburbio donde todo el mundo tenía un monotemático libreto para vivir la vida. Pero Darcy ahora vivía en Nueva York. Darcy pensó que, a lo mejor, el comportamiento de su hermano tenía algo de validez.

3:59 p.m.
Soy un elefante y me acabo de despertar y estoy sentado en el borde la cama y estoy en una playa. Y en la playa hay otras camas. Soy un elefante. Y me gusta que me bañen y que me echen agua con una manguera. Pero esta mañana soy un elefante atrapado entre un mar de camas que están regadas a lo largo de una playa y miro a la distancia, hacia el horizonte, donde la línea del mar anuncia el fin de las cosas, y veo a Darcy y veo a Yeyo y ellos están nadando. Soy un elefante y estoy en en el fondo de la cabeza de Darcy y acabo de tener un sueño bastante pesado y en algún lugar estoy. En el fondo de las cosas, en la playa de las percepciones desmanteladas, en el tiempo de Darcy, y estoy queriendo levantarme y abrirme paso entre las camas, pero la verdad es que no he pasado muy buena noche que digamos; he dormido mal. Debo ser franco. Voy a ir. Voy a llegar hasta el agua. Voy a llegar hasta el mar. Voy a abrirme paso entre las camas. Voy a hacer que Darcy me vea. De seguro has oído hablar de esos elefantes que les gusta que les echen agua con una manguera. Yo soy uno de ellos y no lo tomen por el lado subliminal. La vida es algo más que un comercial de shampoo queriendo significar una eyaculación. No todas son modelos ésas que se bañan bajo las duchas de los comerciales de televisión y que hacen gestos como si hubiera un enano entre sus piernas.

Yo soy un elefante y estoy sentado en el borde de una cama. Estoy en el medio de una playa y desde aquí puedo ver a Darcy. Pero ella no me ve a mí. Estoy en algún lugar de su mente y estoy demasiado escondido. Sí. Ya sé que la vida es algo más. Soy un elefante y sufro insomnia. Me levanto y quiero poner la radio. Quiero escuchar una canción que hable de Darcy. Quiero ver a Darcy sentada en el piso de una cocina. Quiero ver a Darcy en una de esas actitudes en las que parece verse como una niña. No me tomen a mal. No soy Kevin Bacon haciendo el papel de depravado. No soy ese asesino en serie que mató a más de trescientos niños en Colombia. No soy un cura acariciando a un menor de edad. Es que me gusta mucho Darcy. Yo sólo soy un elefante. Y me abro paso entre las camas enfiladas a lo largo de la playa.

4: 37 P.M.
Esperando el tren, Darcy llegó a la conclusión que lo que más amaba en la vida era el viento. Pero no el viento de Roma ni el viento de Connecticut en septiembre. Tampoco el viento de Sonora, México, ni el viento que peinaba las praderas en esos documentales que hablaban sobre Africa, ni el viento helado de su oficina en los días más calurosos del cruel verano newyorkino. Darcy amaba era ese viento que venía con el tren. El viento de la estación cualquier viernes a la hora del shopping. El viento del que ella siempre había querido hablar a su hermano, pero que al mismo tiempo siempre olvidaba. Cada vez que Darcy estaba parada en la estación, se prometía que le iba a contar a su hermano sobre ese vientecillo que arribaba 10 segundos antes de que el tren lo hiciera y que alborotaba una leve nube de polvo desde el suelo y que le acariciaba el rostro suavemente como un amante canalla.

También, cada vez que Darcy salía de la estación se le olvidaba aquella promesa. Entonces allí, esperando el tren V, Darcy decidió sacar una pluma y apuntar por primera vez aquella vieja promesa de llegar a casa y llamar a su hermano para contarle sobre el vientecillo del subterráneo de Nueva York. Darcy hundió la punta del lapicero en la palma de su mano y escribió: "Home". Al salir del underground, sería lo primero que haría mientras caminaría hasta su penthouse; tal vez su hermano haría un típico chiste sangrón inherente a su humor negro, pero después le diría: "Awesome, Skinny. I wanna see that!".  

4:40 P.M.
La estación aquella tarde parecía un paisaje recuperado. La estación aquella tarde tenía aspecto de  afiche deteriorado y Darcy pensaba que lo imaginado sobre el futuro lo estaba viendo desfilar frente a sus ojos. El futuro era ahora y el futuro era una caravana de minutos desfilando en la vías del acá. El futuro era un mar de cuervos rojos pastando como vacas en una montaña. Darcy veía pasar el tiempo como quien veía un bosque de árboles desnudos en el Central Park. Era invierno y Darcy pensaba que quien venía a Nueva York y se iba sin conocer al Central Park en invierno se iba sin conocer de verdad el Central Park. En verano, dicho parque estaba lleno de bicicletas y de resplandor y  de jóvenes felices que hablaban muy duro. En otoño, el Central Park era rojo y lleno de gente enamorada que se preparaba para tener un diciembre muy amable. En primavera estaba lleno de trabajadores y sus maquinarias. Pero en invierno, el Central Park estaba desierto; con sus lagos congelados y a solas consigo mismo. En invierno el Central Park era, en esencia, una suma de repliegues y de recogimientos; no lo que otros quisieran hacer de él. En invierno, el Central Park estaba en silencio.  En invierno, el Central Park era como la muerte.

Sin embargo, en aquella estación, Darcy veía pasar el tiempo frente a sus ojos como quien veía una mar de cuervos rojos pastando en un gran patio verde y un árbol en la mitad y un saxofonista del Spanish Harlem tocando a John Coltraine. Qué cliché!, pensó Darcy. Al lado de ella había un par de vagabundos durmiendo en las bancas de la estación. Estaban cubiertos con mantas y trataban de acercarse mucho entre sí mientras se protegían del frío. Darcy miró hacia los carteles publicitarios que anunciaban los próximos estrenos cinematográficos y sintió que no le decían nada. Entonces, vio que uno de los vagabundos se incorporaba e iba hasta el borde de la plataforma, como quien se levantaba a media noche por un vaso de agua a la cocina. Darcy observó cómo el vagabundo sacaba su pene y empezaba a orinar en las vías del tren y entonces desvió la mirada.

De reojo, Darcy observaba al vagabundo guardando su pene y quedándose en la orilla viendo la luz de un primer vagón que se acercaba. Darcy miró a su alrededor y vio que el vagabundo estaba fuera de la mirada periférica de las otras personas que esperaban el tren. Entonces, fue caminando hasta el vagabundo, se acercó por detrás sin dejar que el vagabundo se percatara y pensó en esas películas que iban a estrenarse; Darcy pensó en su hermano bipolar, en su padre pusilánime, en su madre momificada y en Rudovic que no la llamaba. Darcy se acordó del día que Rudovic le había pedido su mano en el Central Park. Había sido en invierno como ahora. Habían ido a patinar juntos a la pista de hielo y había mucha gente haciendo lo mismo. Darcy recordó la música que sonaba por los altoparlantes y cómo ésta había dejado de sonar mientras una voz daba un anuncio. Darcy no entendía; la voz en los altoparlantes de la pista de hielo estaba diciendo su nombre y el de Rudovic. De repente, todo se había quedado quieto. La gente había dejado de patinar y los estaba mirando a ellos. Darcy se sintió extraña con todas las miradas concentrándose en ella y con Rudovic arrodillándose a sus pies y sacando un anillo de diamantes del bolsillo y preguntándole si se quería casar con él y ese silencio que se apodera del mundo como cuando un ángel pasa por encima de dos personas y hace que éstas dejen de conversar. Darcy había pensado que hasta los habitantes de los edificios alrededor del Central Park estaban asomados por las ventanas presenciando el espectáculo de Rudovic y eso la llenó de vergüenza y de lágrimas. Entonces, Darcy empujó al vagabundo hacia los rieles donde éste había orinado. El tren arribó y Darcy ni siquiera se percató de cómo el tren aplastaba al vagabundo. Todo había sido tan rápido!

Antes de ver las puertas abriéndose, Darcy pudo percibir su reflejo en las latas platinadas del tren y luego en las ventanas. Y entonces llegó a la conclusión que necesitaba hacerse una infiltración de vitamina 'C' en su cutis. Darcy esperó que algunos pasajeros salieran del vagón y entonces abordó.     


-Final- Producer's cut

Secuencia en tecnicolor. Pero imagen muy lavada, matices muy virados a rojo desértico. El calor se puede oler. Se desarrolla a orillas del Río Cauca en Cali, Colombia. Un travelling recorre el sendero por donde pasan tanques de guerra que levantan nubes de polvo. Suena "Paint it to black" de los Rolling Stones. La escena es muy parecida al cabezote de las series de Vietnam. Seguimos una de las llantas de los Jeeps Willy's y luego enfocamos el río. A la distancia podemos percibir todo tipo de animales muertos a lo largo de la que fuera Villa Lorena: elefantes, flamencos, cebras, tortugas. Hay mucha destrucción. Caseríos enteros en escombros. Casi nada ha sobrevivido al bombardeo de Chávez. La guerrilla se ha tomado a Cali y los gringos han ordenado una intervención para apoyar a las fuerzas oficiales de contra-guerrilla.

Planean avionetas regando glifosato sobre el río Cauca. Pasan más convoys del ejército. La cámara come polvo y nosotros también. La música se va disolviendo y queda sólo el ruido de las tortugas chapoteando en el agua. Hay soldados levantando campamento y algunos leones sobrevivientes se protegen del sol bajo los árboles. Un cocodrilo entra a cuadro y lo vemos sumergirse en el río. Vemos a Darcy sacada de contexto. Ya no es Nueva York, ya no es invierno. Es Colombia y hace mucho calor. Darcy tiene unos jeans tipo Juliette Lewis en la primera secuencia de Natural Born Killers. También una camiseta sin mangas con un dibujo de Bugs Bunny encima de los senos. No tiene sostén y sus pezones se insinúan cuando se agacha. Sus pies calzan una botas tejanas y rojas de cuero de culebra. Igual, uno de los soldados pone a sonar una radio de un jeep a la distancia. Darcy está refrescando a Yeyo, el chimpancé, con algunos totumados de agua en sus espaldas. Todo es muy agreste, muy tropical, hay muchos fondos cargados de barroquismo y muchas prendas militares de camuflaje. La selva es tupida, pero se puede paisajear, se puede mirar a la distancia. Darcy adquiere una mirada de largo alcance, como en Connecticut.

Yeyo está viejo, Yeyo está pesado. Los soldados, mitad colombianos, mitad gringos, encienden un cigarrillo de marihuana. Suena un vallenato en la radio transistor. Darcy tararea en un español quebrado. Darcy recoge agua del río y se la echa a Yeyo con mucho cariño. Yeyo le cuenta a Darcy de cómo su antiguo dueño se emborrachaba y lo agarraba a patadas. También le cuenta de aquella noche cuando su dueño tiró una tortuga desde el noveno piso donde vivían hasta la calle, y de cómo Yeyo había tenido que reparar el caparazón de la tortuga con Crazy-Glue. Hacemos un close-up y vemos en cámara lenta cómo cae una lágrima de la mejilla de Darcy. Primerísimo Primer Plano de la lágrima cayendo en la tierra seca. Una pequeña mancha de humedad se desvanece en el suelo. Darcy le cuenta a Yeyo de cómo una vez iba en un tren subterráneo de Nueva York y se quedó atascada junto a otros 90 pasajeros. Pasaban los minutos y las horas y el tren no se movía y nadie venía a rescatarlos. Habían tenido que dormir allí, mientras alguien venía a salvarlos, pero no vino nadie. Entonces se había conformado una comisión de pasajeros para salir a investigar entre las grutas oscuras. Los sistemas de comunicación del tren habían dejado de funcionar. Los operarios del tren no lograban establecer comunicación. La primera comisión de investigación fue integrada por uno de los conductores y otros tres osados pasajeros más, pero pasaron varios días y no volvieron. La gente de los vagones se había empezado a desesperar. Se alimentaban de chocolatinas Milky Way que ya se estaban agotando. Se empezaron a reportar las primeras violaciones. El único policía que iba de civil entre los pasajeros desaparecidos, fue asesinado en la cabina de control. Darcy, en un acto de desesperación, salió del tren a buscar una salida o, al menos, un poco de agua para los ancianos que estaban agonizando por deshidratación. Afuera había visto otros pasajeros alumbrándose con linternas exploradoras. La gente salía a hacer sus necesidades fisiológicas entre las vías del tren y las ratas, pero después abordaban de nuevo, mientras esperaban alguna noticia de la comisión exploradora. Afuera de los vagones, Darcy había podido presenciar a algunos vagabundos que vivían en esa ciudad bajo la superficie. Darcy se había percatado que había todo un submundo que se movía con facilidad entre la penumbra. Alguien trató de arrebaterle la linterna; Darcy huyó, corrió entre la oscuridad, tropezó con algo y cayó semi inconsciente en una especie de río subterráneo. Yeyo interrumpe a Darcy y le pregunta por ese anillo de diamantes. Darcy le cuenta la historia de Rudovic a Yeyo y de cómo Rudovic había asaltado una gasolinera para poder comprar el anillo y de cómo ella había dejado de hablarle por causa de ello. Uno de los soldados se acerca y le ofrece marihuana a Darcy; Darcy se concentra en los pectorales dorados y musculosos y marcados de él. El soldado se percata del culo de Darcy cuando ésta se incorpora del lado de Yeyo. Pasan más avionetas del glifosatos pero esta vez las maniobras no incluyen químicos, sólo planean a baja altura para saludar. Las avionetas pasan tan bajo que Yeyo siente casi poder tocarlas. Un leopardo sin patas delanteras pasa por nuestro campo visual, dando saltitos. La tarde sabe a gasolina, la tarde sabe a Chiclets Adam's y empieza a llover. Darcy y los soldados bailan una danza de esa lluvia tropical, al son de los vallenatos de Diomedez Días. Unas tortugas encadenadas a un árbol tratan de zafarse. Darcy coquetea con los soldados. Comienza una suerte de orgía. Dos soldados empiezan a tocarla y a tratar de besarla en el cuello. Un cocodrilo, mocho de una pata, se pudre al lado de un helicóptero que había sido derribado en el combate. Otros soldados bailan entre ellos. Darcy les dice algo a los tipos que bailan; se nota tensión. Miradas se cruzan; uno de los soldados tratan de tocarle los senos, Darcy se resiste, quiere frenarze; otro de los soldados se aplica un shot de morfina; otro le aplica un shot a Darcy. Darcy deja de ser la niña yupi de Nueva York. Ahora es una suerte de heroína en Bonnie and Clyde. Los soldados empiezan a sacarle la ropa a Darcy y Darcy empieza a sacarle la ropa a los soldados. La lluvia ha escampado del todo. Unos soldados son gringos y otros son colombianos. Hay mucho amor de parte y parte. Pero también hay resistencia. Empieza la violación. Hay mucho lodo. Darcy disfruta el fango. Sobre el Río Cauca alguien ha puesto a flotar algunas antorchas que alumbran la caída de la noche. Darcy grita, llora, piensa que es Rudovic quien la abofetea. Los soldados gritan, los soldados ríen y alguien le tapa la boca a Darcy. Darcy ve los ojos de Rudovic. Los ojos de Rudovic reflejan pánico. Darcy tiene un flash-back. Darcy se ve a sí misma sentada en el último piso de las Torres Gemelas el día que hacen colisión los aviones. Sentada en el restaurante de allá arriba, Darcy piensa que debería estar en casa pintándose las uñas. Darcy mira a través de una ventana y ve cómo se aproxima un boeing (AUDIO DE AVIÓN EN PICADA). El boeing se estrella contra la torre donde Darcy disfruta de una café tempranero. Darcy sueña que está en su apartamento tomándose una cerveza y escuchando a Hole. Escuchamos un estruendo. El avión impacta el edificio. Darcy presencia su propio funeral con honores en Connecticut. Entonces hay un fundido a negro.

FADE IN - Se escucha el sonido de grillos en medio de la noche. Hay hogueras al lado del Río Cauca. Los soldados charlan en sus cambuches y Darcy trata de quitarse el fango un poco sumergida en el río. La luz de la luna se refleja en el agua. Darcy siente un chapoteo en el agua y siente temor. Afina la mirada entre la oscuridad. Sonido de helicópteros cruzando la noche. Las hélices suenan pa-pa-pa-pa-pa-pa-pa-pa-pa. Alguien nada en el río y Darcy se percata que es Rudovic. Ruvovic, desnudo, tiene medio cuerpo sumergido en el agua y lo alumbra la luna y le sonríe a Darcy. Los soldados cantan canciones de blues. Los esqueléticos leones se espantan las moscas con la cola en medio de la oscuridad. El aire sabe a polvo remojado. Suena una sirena de alarma. Darcy va en busca de Rudovic. Ambos se sumergen en el agua. La cámara los sigue y vemos cómo nadan entre abismos subacuáticos. FADE OUT - SUBE ROLL DE CRÉDITOS.

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       LLAMADAS EN EL SUBTERRÁNEO                                 William Zapata M


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Descripción

Cuando tu tren viaja por debajo de una ciudad, solo queda rezar porque vuelvas a salir a la superficie

Palabras Clave: New York Cali

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fanfictions



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