Estaba oscuro cuando sonó el teléfono. A tientas lo tomé y balbuceé algo parecido a Aló al momento en que el reloj me mostraba dos rayitas fosforescentes apuntando un cuarto para las nueve. La voz de mi tío Alberto sonaba muy entusiasmada. Decía que no tardara porque los cupos eran limitados y que anotara la dirección para que no me perdiera. Encendí la lámpara de vitreaux que él mismo me había enviado de regalo durante su estadía en Madrid. Aún recuerdo la nota que la acompañaba… “Para que mi princesa alumbre sus noches insomnes…” decía, con esa preciosa letra que caracterizaba sus notas.
Me levanté rápidamente para darme cuenta de que me había dormido sobre la cama al llegar del trabajo esa tarde. Corrí al baño y me lancé un poco de agua sobre la cara para retocar después un poco mi maquillaje. Solté mi pelo y lo acomodé un poco para dejarlo caer sobre mis hombros. Tomé la cartera y partí. Dí la vuelta desde el primer peldaño de la escalera para recoger la nota con la dirección que había dejado sobre la mesita, y tomé rumbo a mi siempre encantadora cita con este adorable caballero.
Dirección errónea! Exclamé cuando pude ver la entrada al Hospital. Detuve el auto para estacionarme y llamar a mi tío. Cuando volteé pude ver a mi hermana estacionando su auto junto al mío. Sus ojos estaban hinchados y rojos. Bajé y me acerqué a su ventanilla abierta. Entonces me preguntó que cómo me había enterado. Decía que me había llamado desde hacía dos horas y mi teléfono no lograba comunicación alguna. Sólo logré levantar mis manos y cubrir mi boca al escucharla decir que mi tío Alberto había muerto hacía tres horas.