Los empleados
Publicado en Nov 10, 2009
Los empleados marchan al unísono
en el rígido maratón de la vida. Se les ve imbuídos en sus pómulos. Prosiguen consecuentemente sus quehaceres. Están atentos a la hora del almuerzo donde logran por minutos distenderse. Vuelven rápido a sus aciertos y desaciertos y temen hacer una mala transcripción. No pueden dejar que nada se traspapele: En la calle hay miseria y desempleo. Trabajan horas de más, averiados y jamás se quejan delante de delatores. Se confirman cada día en sus puestos. Son siluetas encima de sus sillas que se saben no imprescindibles. Callan y toleran por la minúscula paga que no les alcanzará para llegar a fin de mes. Venden de todo en su oficina con temor de que los atrape y despida el jefe. Entre las alternancias de la noche y el día y la fiebre y las molestias de los niños duermen poco o nada sin quejarse. Gravitan en la oficina atribulados: Deben ganar el pan a como de lugar. Porque el hambre a ninguno excusa y su mayor angustia es la nevera vacía. Dentro de sus rostros macilentos cada uno de ellos en un sol resplandeciente y un alma aplacada que aún se ruboriza y se escandalizan en silencio cuando ven un escarnio.
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