Otro tiempo
Publicado en Apr 05, 2009
OTRO TIEMPO
El sentido de nuestros pensamientos, la dirección que gobierna nuestra conciencia del tiempo, el orden con que elaboramos las ideas, todo lo que pasa por nuestra mente, por nuestra percepción, es definitivamente, una secuencia homogénea de acciones tendientes a llenar el espacio vacío del tiempo futuro. Nada ocurre hacia el pasado, nada se propone hacia atrás, con la finalidad de la acción de ejecutar la vida, esta actividad, esta compulsiva gestión de hechos, es una propiedad inherente al sentido en que el tiempo se desplaza, es una obra inmaculada de perfección, ajena a nuestra voluntad, y al carácter de nuestros deseos. Nadamos en un mar de sorpresivas dificultades soportando la configuración de pautas que nos son ajenas, y que pretendemos hacer propias, con la urgente convicción de sobreponernos al inquietante presente, para cambiarlo por un futuro que siempre se nos ocurre ingenuamente mejor. Esta ocurrencia es la clave del porqué del sentido del tiempo, pues en la incertidumbre del siguiente paso, está la llave del para qué de la vida, que observada con ojos prácticos no tendría una razón valedera, para justificar tamaña empresa, es decir, tanta omnipresencia y despliegue de talento creador este... la del universo funcionando. Los hechos se desarrollan hacia "adelante" con tanta soltura como si ello fuera lo único viable que pudiese ocurrir. Como si el concepto de realidad, se cobijara sólo en el sentido en que giran las manecillas del reloj. Imaginemos por un momento una realidad distinta, pero no sencillamente diferente en el sentido de matices, sino distinta en el sentido más profundo que podamos imaginar. Pensemos en un mundo en donde los acontecimientos ocurran en sentido contrario al que acontecen aquí y ahora. Quiero evitar la expresión: “al revés” porque ella no significaría lo exacto. Pretendo decir que este mundo propuesto, se mueve en sentido inverso al que ahora conocemos como normal. Las acciones entonces se presentarían desde el final hacia el comienzo. Las personas no surgirían del útero sino de la tierra, como el producto resultante de millones de años de elaboración de la materia necesaria para dar lugar primero, a una maza informe de elementos putrefactos, que serían perfeccionados por este particular sentido del tiempo, hasta amalgamar un ser, que sería rescatado por sus hijos, como un funeral... digamos... inverso. Estas personas así nacidas, deberían transitar el camino que los habría llevado a la muerte, desde la enfermedad hacia la salud, desde la vejez hasta la juventud. Así el futuro, no sería una calmada contemplación del pasado, sino una convulsiva ansiedad por la acción de vivir, y la confusión... bendita confusión, que los llevará finalmente al receptáculo materno, y a la nada. Pero para que esta loca hipótesis funcione, es imprescindible alguna consideración improrrogable sobre la memoria. Recordar hacia atrás es a todas luces un concepto automático, pero, ¿cómo debería ser la memoria en un mundo tal como lo estamos imaginando?. Saber que debemos ir a rescatar de la tierra a nuestros padres, para que comiencen a vivir y rejuvenecer como todo el mundo, es un recuerdo inverso, propio de ese particular sentido del tiempo. ¿Porqué sabemos entonces, que en ese preciso momento debemos recorrer la experiencia de la recuperación de nuestros padres?. La memoria funcionaría en esta utópica realidad, en el sentido exactamente inverso que presenta ahora, es decir, recordaríamos hacia adelante, olvidando inmediata y totalmente todo lo que nuestra acción de vivir produjese. No recordaríamos cuando recuperamos a nuestros padres de la tierra, pero recordaríamos con precisión el próximo día, los siguientes años, las alegrías por vivir y las penurias. Todo el conjunto de vivencias que acontecerán en esta vida particular, sería recordado con una anticipación que no contendría el concepto de lo posterior, sino de lo inexorable, de una inexorabilidad que sería el producto de nuestra propia acción, la acción de nuestra memoria. El próximo martes, festejaríamos el cumpleaños de nuestro hijo y luego olvidaríamos su entusiasmada mirada al apagar las velas. Como no recordaríamos lo sucedido en nuestra adultez (pasada), nada haríamos para corregir aspectos de nuestra conducta adolescente, porque las modificaciones del espíritu, no tendrían sentido en un fluir inverso del tiempo. Que sentido tendría un proyecto de cambio sobre algo que inevitablemente ya ocurrió, y que, además, no lo recordamos porque forma parte de ese agujero negro que sería el pasado, como ahora para nosotros lo es el futuro. El Universo no se expandiría, sino que se concentrarían todas las galaxias hacia un nuevo Big-Bang. Por todo esto, los sentimientos de los Hombres tendrían un carácter diferente, muy difícil de predecir desde aquí, desde esta coordenada positiva del tiempo, pero seguramente pensar al revés, sería algo muy distinto de caminar un camino de regreso. El montoncito de conceptos primordiales que gobernarían a las personas, en esta utópica realidad, tan extraña a nuestros sentidos, acostumbrados a sentir la dirección de los acontecimientos como algo lógico e inmodificable, seguramente serían distintos de lo que son. Por ejemplo, el concepto de proyecto estaría viciado de nulidad absoluta, por su impracticidad, en una realidad que lo único que genera es un perpetuo cumplimiento de guiones marcados, por el recuerdo de lo que ocurrirá... La construcción de la realidad no contendría el condimento de lo imprevisible sino, de la perfección con que la elaboremos, con relación a nuestros recuerdos del futuro. El sentido del amor sería una emulación asimilable a lo correcto, en base a lo esperado, una prueba de sentimiento correspondido, sólo por la ley del porvenir inverso. Se amaría lo que correspondería amar, se opinaría lo que fuera coherente opinar, para que los acontecimientos emergentes de dichos pensamientos dieran el resultado esperado, es decir, la historia recordada, el espacio de acontecimientos predeterminados por el sino impuesto en la memoria genética. Arribaríamos a las causas de las consecuencias, apreciadas o despreciadas, y las viviríamos con la conciencia de lo impuesto. No recordaríamos la felicidad de la obra concluida, sino la sensación de la proposición, un impulso creativo más puro aún que el que podemos sentir en esta escala de valores impuesta por un tiempo positivo. Este devenir de los relojes tan extraño a nuestros sentidos, podría ser, en un futuro lejano, una realidad. Las razones para que esta expansión del universo, que da lugar a este sentido positivo del tiempo se mantenga, es una expresión de deseos, antes que una convicción científica. Algún día, dentro de miles de millones de años... el tiempo volverá... y con él, volveremos todos. Volveremos a ser lo que somos... pero invocados desde un espejo que devuelve imágenes simétricas... parecidas... pero diferentes. Quizá entonces nos comprendamos, quizás así, podamos descifrar el código de nuestros pensamientos. Sin el peso del futuro y con la convicción de nuestro pasado, tal vez podamos al fin, reconocernos. Guillermo Fischnaller Agosto/94
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