MALA SUERTE
Publicado en Nov 16, 2009
-¡No es posible tener tanta mala suerte! Se dijo, José, mientras arrojaba lo que debieron haber sido tostadas para su desayuno y se convirtió en carbón. No alcanzó a cerrar la perilla del quemador, la leche hirviente se derramó sobre la, poco antes, impecable superficie de su cocina. -¡No es posible tener tanta mala suerte! Se repitió , ya sin ánimo de desayunar y encaminándose, con fastidio, hacia la puerta de calle. Dio algunos pasos y allí estaba El. La tarotista, su vecina, se lo vaticinó. Había una persona que le envidiaba y le deseaba el mal, una fuerza negativa, poderosa enfocada en su persona para causarle problemas y posiblemente algo mucho más serio. El era un pordiosero que se estableció hacía unos meses muy cerca del edificio que habitaba José. Nadie sabía de dónde había salido. Cada vez que José iba a su negocio, estaba ahí, en el mismo lugar, cubiertas sus piernas con una manta escocesa. No recordaba que le hubiera respondido alguna vez al saludo, pero desde la primera vez, notó en su mirada, algo tortuoso y maléfico que taladraba su espalda cuando pasaba por el lugar. Una espantosa revelación, como un fogonazo, le confirmó que era él, sólo él la causa de todos los males que venía sufriendo desde hacía unos meses, el tiempo en que el maldito pordiosero se instaló para perjudicarlo. Supo que EL lo odiaba, era la reencarnación de alguien que en alguna otra vida dejó deudas pendientes con alguien de su misma sangre y ahora perseguía al único descendiente para cobrárselas. Sentado en un banco de la plaza, desmenuzó todo lo vivido esos últimos meses. No cabía duda. Había resuelto el porqué de tanta mala suerte. El paso a seguir era eliminar de raíz la causa. “Muerto el perro, se acaba la rabia” Todo se resolvió la misma noche. Nunca hubiera imaginado que sería tan sencillo. Se complació en revivir los últimos minutos del maldito. Sus perversos ojos clavados en los suyos. La evidencia cabal de su culpabilidad, ni siquiera parpadeó. Le descerrajó dos tiros uno en cada órbita para que se llevara su maldición al propio infierno Al día siguiente se levantó tarde, avisó que no se sentía bien y se tomaría un descanso. Dispuesto a comenzar una etapa de serena felicidad , sin interferencias dañinas, dispuso pan para sus tostadas y a calentar, la leche para el desayuno. Corrió a atender el llamado. Escucho la voz algo gangosa del encargado: -Anoche mataron al indigente que dormía en el banco de piedra. ¡Le dispararon en los ojos al pobre ciego! ¡Ya no se puede vivir, Don José, no se puede.! El olor del pan quemado y de la leche derramada lo desalojan de su fugaz, serena felicidad.
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felix.d.ramirez
Pilar Roy
Un saludo!!
JUAN CARLOS
Besos..Juan Carlos...
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
¡Muy bueno. ¡Pobre ciego!. Felicitaciones