Parece que colide tu sonrisa con la mía,
pero en verdad hay real coincidencia.
Desafías la autoridad de tu padrastro
que no quiere que mires a un simple retratista.
Yo, con mis manos, deshago esas creencias
haciéndote llegar mis dibujos sin título.
Somos aprendices del enamoramiento
y nos observan ojos delatores.
No obstante, te dejo cartas en un arce
que marco con un simple listón amarillo.
Tú me avisas vistiéndote de rojo
que puedo pasar a buscar la respuesta.
A veces, reparto leche entre los apestosos
que se apostan cerca de tu traspatio
para adelantarme hasta esas rejas azules
y ver que me sonríes, cabizbaja de pena.
Estamos en el siglo de Goethe
y pretenderte para mí es espléndido.
Por ti entregaría con gusto la vida
mientras nos hablamos en el reclinatorio
y las beatas nos miran de reojo
haciéndose de prisa una cruz en la frente.