Aquí, lejos de las vanidades.
Fundiendo mi figura en el paraje.
Debajo de aerolitos invisibles
y de reflejos que me miran fijamente.
Olvido el ritual consuetudinario,
el eterno camino de la sangre
que nunca llega a ser suficiente o a complacerme.
Siento la soledad del verdugo solitario
mirando los yuyos que me espían.
No es mi intención rebanar cuerpos
ni desmembrar mujeres como a racimos.
Algo me mueve a comportarme así
y no puedo detener esos avivamientos
que me atacan trimestralmente.
Dentro de mí arde la lava
y no logro entender sus orígenes.
Me vuelco en cólera y me ciego:
Sé entonces que he perdido los sentidos
y ando más allá de las prohibiciones.
Mis víctimas gritan y palidecen
mientras corto sus labios sonrosados.
Hago rajaduras muy precisas
y cortes mejores que los de un cirujano.
Siento el vértigo de la sangre tibia
mientras empapa regiamente a la tierra.
Pero a veces me arrepiento en mi mismo
y salgo a los prados a ver los girasoles.
Calmo mi rabia por un día o dos
y me dedico a ver arañas y perseguir conejos.
Sé que sería bueno tan sólo degollar
a los esclavistas o a los hacedores de maldades
o a los sádicos que con los niños realizan sus fechorías.