Allí donde se termina la carretera, en el mismo punto donde se llega al destino, donde convergen los anhelos con la realidad, se acaba también la búsqueda del aventurero, que comenzó con la promesa incierta que hace una carretera que llega mas allá de donde uno alcanza a ver, con el mismo misterio de los lugares que cruza, las personas a las que da cobijo y que la transitan al mismo tiempo que uno; cada uno con diferentes destinos, con diferentes rutas juntándose en algún momento sobre el mismo asfalto, en el mismo camino.
Encuentro que al final de cada travesía queda un cierto vacío, que quizá esta en el viento, en las montañas, en los paisajes o en el camino mismo. A pesar de haber cumplido con el cometido, de haber llegado al destino, queda la sensación de mas, de curiosidad por aquello que el camino esconde de aquellos que dejan de recorrerlo.
Y la carretera se convierte en la vida, en el descubrimiento y en el final mismo.
En el amino se encuentra a amistad, el amor, la belleza de lo contemplado, lo desconocido, la nostalgia de lo que ha sido dejado atrás y cambiado por lo que aun queda por delante. En el camino se encuentran las llantas, las nubes y el cielo mismo, alejado del paisaje urbano que respiro día a día, enmarcado con las líneas centrales que dividen la ida del regreso, y resaltado con los acotamientos. La ligereza de los sueños y de todo aquello que anhelamos cabe perfectamente en la cajuela del auto o el autobús. Cada una de las sonrisas de los acompañantes, la comodidad de un asiento, la sensación de poder que llega cuando pisas el acelerador, la música que suena en el aparato, todo se junta perfectamente en una carretera, y se pinta el lienzo de lo incierto las millas por recorrer.
Y aunque atrás queda mucho, por delante aun queda todo, todo, todo.
En el camino...