EL LTIMO DA
Publicado en Nov 23, 2009
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Me siento mal, no sé porque, pero me siento jodidamente mal.
Subo al vagón del metro, detrás de mí se cierran las puertas creando un terrible rechinido (¡Dios! Siempre se agudizan mis sentidos con las enfermedades). Dos mujeres no han logrado tomar el vagón (Quizá tenían prisa, pero finalmente, doy gracias por no haberlas contagiado). La mayoría de los asientos están vacios, elijo uno con un letrero azul que está reservado para "personas con discapacidades especiales, ancianos y mujeres embarazadas" (Lo siento, no quise contagiar a otros con mi terrible enfermedad, debía estar aislado). El metro comienza a avanzar al tiempo que mi fiebre comienza a intensificarse.
¡Carajo! Que jodido calor hace. Pienso. A pesar de que la chamarra que llevo puesta es ligera (Negra con capucha y el número "83" estampado en rojo sobre el pecho), ahora parece pesar más de una tonelada sobre mi espalda, y el calor, ese maldito y jodido calor amenaza con arrebatarme la cordura, o lo poco que de esta me queda.
Estoy a punto de quitarme la chamarra cuando una señora se acerca a mí.
                Joven ¿me podría dar su hora? Dice mostrando dos filas de amarillentos pero completos dientes en gesto amistoso.
                Claro, son las seis. Respondo tratando de devolver la sonrisa, cosa que no logro hacer. La señora  me observa extrañada.
                Joven ¿se siente bien? Pregunta la mujer. Me dan ganas de responder con un "¡Por supuesto señora, pasando por alto el hecho de que siento que estoy cargando a un rinoceronte y que toso cada veinte segundos con un terrible dolor de garganta, me siento fenomenal!". Sin embargo, respondo con un simple "no", guardando mi sarcasmo para otra ocasión.
                Vaya al médico, se ve muy pálido. Exclama la mujer. Un repentino ataque de tos me toma por sorpresa causándome una especie de convulsión. Instintivamente, la mujer retrocede (Demasiado tarde) dejando una considerable distancia entre ella y yo. Solo se me ocurre darle las gracias por su preocupación. Aunque dicha preocupación solo pueda significar miedo a contraer mi enfermedad.
La agradable señora de amarillenta sonrisa se ha ido. Nunca más la volveré a ver pues ese día en la noche sabrá que contrajo la enfermedad, mi enfermedad.
La fiebre se intensifica a cada segundo que pasa (¡Santo cielo, es como estar en el infierno!), a tal grado que mi cabeza comienza a dar vueltas y la comida en mi estomago comienza a revolverse (¡No, por favor, no quiero vomitar!).
Estoy a punto de llegar a mi destino, pero antes, necesito transbordar a otra línea. Con dificultad me levanto del asiento para "personas privilegiadas". Un alarido de dolor trata de escapar de mi boca pero, finalmente, es sustituido por otro terrible ataque de tos. Para este momento, ya he contagiado al menos a treinta personas. Aunque siento, dentro de toda mi confusión, que algo importante, muy importante se me olvida. O alguien.
Y todos morirán.
Mientras camino por los corredores, las personas me miran. De pronto, pareciera que la luz desaparece, la gente a mi alrededor desaparece, el piso bajo mis pies desaparece. Todo desaparece.
La veo, al fin la veo (¡La olvide, como pude ser tan estúpido!). Sus enormes ojos cafés me observan, cual piedras de ámbar brillantes y hermosas. Su pelo castaño cae ondeando frente a mis ojos incrédulos. Sus delicadas manos se posan sobre las mías, tersas y frías. Allí está ella: la mujer de mi vida.
                No es tu culpa, fue mía. Dice con dulzura (¡Por Dios! ¿Qué he hecho?). Me toma de una mano. Bésame. Exclama, unos labios rojos y helados tocan los míos. Por un ínfimo momento, vuelve la luz, las personas, el suelo, yo, mis latidos...
Después todo se sume en tinieblas de nuevo.
Cuando regrese a la oscuridad, ella está allí, esperándome con los brazos abiertos. No puedo evitar derramar lágrimas de culpabilidad y rabia. Sin embargo, estoy feliz, pues ella me acompaña en el claro final. (Tú y yo).
FIN
 
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Foto del autor Salvador David
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Miembro desde: Nov 23, 2009
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Descripción

Este pequeo relato lo escrib un da mientras esperaba el metro. Espero que lo disfruten o que me digan como puedo mejorarlo.

Palabras Clave: Cuento

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (5)add comment
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Salvador David

Gabriel, muchas gracias por tu comentario.
Es interesante lo que haz mencionado sobre tu cuento. Prometo leerlo.
Veras, yo me inspire en este escrito un día que me encontraba muy muy enfermo, entonces comence escribir (no teniendo nada mas que hacer, ya que ni siquiera podia salir de casa, jajaja) y de ese día salió este escrito.
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November 30, 2009
 

Salvador David

Edgar, muchas gracias por tu comentario. Si, a veces los caminos son tortuosos., pero en fin, supongo que siempre existe una recompensa al final.
Responder
November 30, 2009
 

gabriel falconi

muy bien salvador
me gusto mucho
te dejo estrellitas
tiene algo o bastante en comun con un cuento mio que se llama el paraguas
transcurre en un metro y alguien se enferma tambien
asombroso!!!!!
te dejo estrellas
Responder
November 27, 2009
 

Edgar Omar Neyra

Salador:Que buena aventura los tiempos en los que narra està historia estàn bien definidosque viaje tan doloroso pero al final con recompensa encontraste a tù amada
Estrellitas
Un gran saludo y abrazo
Que la suerte estè de tù lado
Edgar Tù amigo siempre fiel!!!!!
Responder
November 27, 2009
 

Salvador David

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Responder
November 25, 2009
 

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