EL FENMENO DAN BROWN
Publicado en Nov 25, 2009
En las últimas semanas he leído dos novelas de Dan Brown, La fortaleza digital y Ángeles y Demonios y en mi mente aún pululan los personajes de ambas historias, las acciones más definitivas, y las inevitables y necesarias referencias de índole diversa.
De El Código Da Vinci diré poco, casi nada. Aunque su lectura, al principio, me dejó en un estado de completa perplejidad. La conspiración aún aguarda en mi buró y he resistido la tentación de abrir sus páginas por el temor de verme de nuevo atrapado en ellas. Antes quisiera terminar de expulsar a los seres etéreos que caminan por mi casa, mi casa que es mi alma. La mejor forma de hacerlo es, por supuesto, utilizando el sortilegio del lenguaje y de la palabra. Al parecer, las obras de Brown poseen el efecto mágico que produce la montaña rusa. Son capaces de arrancar el grito más desesperado o de provocar la sensación de un estado de abatimiento mayúsculo en la disposición del ánimo. ¿Por qué digo esto? Las coartadas, casi perfectas para un lector no versado, concentran la atención en elementos que desvían con toda premeditación la trayectoria de la historia hacia su mayor caída; la última de su recorrido y que se nos revela en el propio desenlace. ¿Y qué sucede mientras tanto? Gozamos o sufrimos al permitir que nos conduzcan por nuevas pendientes o por precipitaciones libres e inesperadas. Todo gracias a la acción múltiple de historias de sus personajes que tarde o temprano se reunirán en cualquier punto: Robert Langdon, simbolista y profesor universitario se encuentra con Silvia, una científica italiana, al morir el padre de ésta. Un encuentro que ya nos resultó familiar en el museo de Louvre bajo circunstancias muy similares: la presencia de signos que forman códigos por descifrar y misteriosos asesinatos dignos por sus características de concebirse como un código más. Leí ya los primeros números de La conspiración y el planteamiento ¡es igual! ¿Cómo podría esperar del desarrollo algo esencialmente diferente? Las muertes en cadena son una característica constante en las novelas de Brown. Representan eslabones que en su conjunto son claves que sirven para aclarar un misterio o la eliminación de una posible amenaza global. En el primer caso, el secuestro y el asesinato de los 4 cardenales favoritos al pontificado, matizados con referencias arquitectónicas, despiertan la atención general gracias a la participación de los medios de comunicación, con el fin de imponer a la sociedad un estado de anarquía, casi total, para justificar el retorno al sistema tradicional. En el segundo, los occisos son muertes innecesarias que simbolizan el premio o el castigo por haber sido partícipes de un encuentro fortuito con alguna clave por descifrar. Brown aparenta ser un conocedor del lenguaje de las diferentes artes; no lo dudo que así sean en el terreno de las matemáticas. Es un indagador que acopia cualquier información extraíble de los archivos más celosamente guardados en el mundo, gracias a un ejército de colaboradores que siempre cita en todos sus libros, y a quienes les agradece, como es natural, en las primeras planas. Da la impresión que en torno a Brown levita el mito de la cuestión homérica o shakesperiana, con la abismal diferencia que en el primer caso, el de Brown, se nutre de los aspectos públicos y del inconsciente colectivo; y en el de los segundos, Homero y Shakespeare, de las vetas más profundas del alma humana. Esta es la singular diferencia que marca a una obra que es pasajera, que responde a la moda del momento; y otras, que ha superado la prueba del tiempo para perdurar en la memoria de hombres de tiempos y culturas distintas. Los 40 millones de copias vendidas de El Código Da Vinci en todo el mundo son el simple resultado de la mercadotecnia que manipula los puntos más sensibles del ser humano explotando su imaginación afectiva y la particular morbosidad que cualquier mortal puede experimentar en su breve vida. Esta proporción enorme de ventas debería provocar una depresión significativa en el costo mismo de la novela, pero no ha sido así porque se trata de un genuino y exitoso negocio editorial. Por otro lado, no he encontrado hasta el momento en las cientos de páginas leídas del fenómeno Brown, una línea, una frase que sea literaria, mucho menos poética. Dirán ustedes que la narrativa puede darse el lujo de prescindir de cualquier figura retórica, pero es ahí donde reside su principal debilidad. Es por ello que me da pereza volcarme en un cúmulo de hojas que estoy, seguro ya, me ofrecerán la mayor de las conspiraciones, pero contra el propio lenguaje. Lo sobresaliente de las novelas de Brown es la acción; es decir, la narración. Abrillantada por el destello de tímidas y pobres descripciones, y de diálogos entre los personajes que si bien, en momentos son divertidos, se ven finalmente avasallados siempre por la frivolidad; no hay angustia a pesar de la tensión. Así que estas obras son representantes del momento actual que estamos viviendo: el miedo a sentirse una cifra, un código, un simple apéndice de los monstruos que controlan con sus hilos invisibles los apetitos y desafecciones del hombre, y ante lo cual se nulifica cualquier posibilidad de réplica. ¿Dónde están la tolerancia y la capacidad para disentir?: Se han cubierto con la bruma espesa de la suplantación cultural y no de la transculturación. Por supuesto que hay otros elementos de juicio en estas novelas, como en cualquiera. Uno de ellos es precisamente el conjunto de hechos reales y ficticios que el autor amalgamó para hacer de sus historias, historias comprensibles y verosímiles. Aquí es donde se ha suscitado la mayor confusión. Un concierto de voces discordantes se eleva para atacar o defender la tesis principal de tal o cual novela. ¡Qué polémica tan yerma y tan atroz! Debemos decir entonces que estamos frente a una obra o conjunto de ellas cuya naturaleza es de ficción. Entiéndase esto no como una mentira. Es, como decían los griegos o Alfonso Reyes, una forma de imitación (mimésis). Apreciemos, simplemente, el declinar cotidiano de los días; la dulce penumbra que nos envuelve bajo una melodía de violines desvelados; el despertar sutil de los follajes en primavera; el murmullo de las primeras lluvias. Es en cada milagro de la vida donde reside el verdadero código, que no se resiste, que simplemente se nos ofrece como un regalo de la propia existencia y como un Don del mismísimo Dios.
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Roberto Langella de Reyes Pea
Era linda la época cuando para entender un libro uno debía ir varias veces al diccionario...
Jos Antonio
¡Ánimo! en esta travesía de libros, para bien vuestro y de todos.
Roberto Langella de Reyes Pea
A los gustosos de la literatura de Brown, les recomendaría leer "El Péndulo de Foucault", del mismo Eco. ¿Qué te parece, José?. A lo mejor salvamos un par de saludes mentales. Saludos.
Jos Antonio
Leer tu comentario ha sido para mí un motivo de gran satisfacción, porque no sólo aciertas tan vehementemente a acerca de lo que hoy se cree que es el libro y la cultura, reducida, a propósito de modas, a una propuesta meramente light y funcional; por lo que leer a Dostoyevsky, a Joyce, a Balzac, por decir algunos casos, es hoy en día algo completamente accidental. Así que no es extraño ver que en el mercado de los libros pululan aquéllos que dejan, en poco tiempo, el mayor número de ganancias económicas posibles. Quizá por ello hoy se diga, acerca de la novela, que ésta está desaparecido porque ya no hay lectores y no por la calidad de las mismas.
Por otra parte, cuando hablas de "En nombre de la rosa", me resulta un recuerdo tan grato porque ha sido una de las novelas que más he amado, por decirlo de alguna manera. De Harry y de otras sagas como Narnia y Crepúsculo también he resistido como tú la tentación de leerlas porque simplemente tengo menos horas de vida que pueden ser mejor aprovechadas en obras más imprescindibles.
Me despido, y reitero mi aprecio por tan agudo comentario.
Roberto Langella de Reyes Pea
La vez pasada discurríamos con agunos participantes de este mismo foro, acerca de la "funcionalidad" de los textos, un término que a mí me parece tan de editorial, tan mercantil. Claro, los libros de Brown son funcionales. Funcionan en la medida en que parece ser que la palabra libro es sinónimo de cultura, de arte. Si llevamos un libro debajo del brazo, la gente va a decir que somos cultos, no importa si se trata de Dostoievski o de Brown, y llegado el caso, mejor que sea de Brown, porque si llevamos al ruso la mayoría de la gente va a mirarnos como si fuéramos un poco extraterrestres.
Yo solo leí el Código Da Vinci, de este autor, porque me prestaron el libro y porque quería saber qué era lo que de pronto hacía que las masas se volcaran a la lectura, desde la más pasiva de las inercias. Y claro, nada más que porque se trata de una moda, porque en el trance hipnótico en que la humanidad está sumida, el hipnotista de pronto decreta que es muy "cool" leer ahora a Dan Brown.
Pero hace unos veinte años atrás "El Nombre de la Rosa", de Eco, también fue un éxito de ventas, ¿no?, eso significa que hemos estado involucionando, me parece.
En "El Código...", cuando Brown describe a su personaje principal como a un "Harrison Ford en traje de tweed", en alguna de las primeras cinco páginas de la novela, casi me hago un harakiri con el señalador metálico que tengo para mis libros (mentira, es de cuero, y por eso no me resultó el harakiri).
No he leído a Harry Potter. Espero que no sea tan penoso como nada de lo escrito por Brown, porque principalmente lo leen nuestros niños, que serán los lectores, qué digo, los adultos de mañana.
Un abrazo.