LA VIEJA BICICLETA
Publicado en Nov 25, 2009
LA VIEJA BICICLETA
Las veces que me lo crucé, fue de frente, doblaba por Malabia mansamente, giraba como en cámara lenta, y luego se metía a contramano por Paraguay. Está loco, arriesga su vida fortuitamente, lo hace además en un horario donde hay mucho tránsito, pensé. Confieso que siempre lo avisté a la misma hora, como un reloj, o mejor dicho como el reloj que me impone el diario peregrinar hacia mi trabajo. El viejo pasaba desapercibido para todo el conjunto de transeúntes y autos, pero no para mi que lo veía perderse entre la masa informe de metal caliente, denso humo y ruido sangrante. Lo hacía desde uno de los costados de la acera con tal habilidad que sus casi noventa años o más se diluían con el calor del asfalto. Su bicicleta, desinflada al límite de lo posible y fabricada en los años de la gran guerra, parecía no inmutarse frente al avance atronador del nuevo milenio. Un día la curiosidad venció la inercia de mis actos voluntarios y decidí seguirlo. Al principio no fue fácil, lo debía hacer por la vereda rápidamente para no perderlo de vista entre los automóviles. Cuando llegué a la calle Borges observé que miró peligrosamente en sentido contrario al tránsito, como hacia la calle Charcas, pero después lo perdí cerca de las vías del tren. Como yo sabía que pasaba cada dos semanas, decidí esperarlo nuevamente. A los quince días, como un cometa que gira alrededor de la calle Paraguay, lo veo venir desde Malabia con su vieja bicicleta de la primera guerra mundial y sus ropas desalineadas. Esta vez yo me había venido más preparado, sabiendo que quizás tenía que correr por la vereda. Los sucesos ocurrieron de la misma manera. Cuando cruzó la calle Borges miró en sentido contrario para luego desaparecer cerca de las vías del tren. Fue inútil mi preparación para la corrida. Esa fue la última vez que lo vi. Pasó el tiempo y yo esperé en vano cada quince días que apareciera por Malabia. Un día decidí hacer exactamente el mismo recorrido del viejo. Tomé mi bicicleta y a la misma hora enfile por Paraguay en sentido contrario. La sorpresa se instaló en mis ojos a modo de revelación cuando cruzaba la calle Borges. Ya no había edificios altos, no podía reconocer mi barrio, los autos iban dejando lugar a carretas tiradas a caballo. La vía del tren no estaba en su lugar, me paré cuando di sobre el arroyo Maldonado. No sabía si cruzarlo o no. Un baqueano del lugar me dijo algo de la bicicleta pero no le entendí. Me acerqué al hombre. Su aspecto raro confirmaba mis sospechas. Miré hacia atrás, estaba perdido, la calle Paraguay apenas era la bifurcación de un largo sendero. No sabía para donde ir, era la misma cosa en todos los sentidos. Escuché que el hombre me decía que cruzara ahora, antes de que se inunde. Lo hice por donde el barro y el agua me lo permitieron. Aprendí con el tiempo que el arroyo se inundaba cada quince días. Supe también, que era mejor abordarlo por el sendero de la calle Paraguay. GABRIEL FALCONI
Página 1 / 1
|
Edgar Omar Neyra
Saludos.Ya extrañaba leerte papà.Abrazo
Edgar
Santiago Bosco
Buscando desesperado en Internet un texto tuyo que una vez me dio a leer Mariana Berta, me encuentro con este rincón lleno de relatos sensacionales.
Qué alegría!!
No sabía que habías escrito tanto y tan bien. Aunque tendría que habérmelo imaginado, porque aquella historia era genial.
La seguiré buscando. Era la de "La Llorona". O me gustaría que me la mandaras, (si es que por un exceso de rigor no la destruiste.)
Ahora me voy a dedicar a leerte. Ya me puse como seguidor.
Te cuento que me registré aquí y estoy publicando alguna cosita.
En mi perfil está también la dirección de mi blog.
Me gustaría tener tu dirección de mail.
La mía es: bosco.barrios@gmail.com
Santiago Bosco
Guillermo Capece
muy hermoso cuento, pleno de nostalgias y de amor por tu barrio. A mi me sucede lo mismo por mi ex barrio de Boedo, cambio bastante, aunque no tanto como Palermo. Y te afirmo que ese "progreso" duele.
Ahora resulta que somos vecinos: yo vivo en Paraguay pero cruzando el Maldonado; quizas nos vimos alguna vez sin conocernos. Pero te aseguro que no soy el viejito de la bici, je.
Un abrazo
Guillermo
gabriel falconi
en esa esas calles..... borges entre chrcas y paraguay vivio precisamente borges en durante su infancia y adolscencia.
ya no queda nada de esa epoca salvo el viejiito ese....
mario flecha
MAVAL
siempre impecable en tu estilo y de imágenes soberbias
pinceladas del tiempo detenido a un hoy
que igual que antes trae de la mano de artefactos y de la vida urbana como las inclemencias del tiempo
sus bemoles, la vida en suma que el ojos del que esta despierto a este mundo no las deja escapar...
felicitaciones!
gabriel falconi
s uno pudiese volver al palermo de hace 100 años!!!!!
si quieres pudes ver un video que hice en you tube
se llama ritorna palermo
lo hice en forma precaria con mi camarita pero te mustra un poco mi barrio o lo que queda de aquella epoca
abrazo amigo
miguel cabeza
gabriel falconi
pero debe ser real este relato
porque el viejo ese parece que viviera en otra epoca
norma aristeguy
Y qué bien logrado tu relato amigo, el viejito es nada más que la excusa para la nostalgia!!!!!!!!!!!!!
Yo no quiero ver a mi barrio San Cristóbal, por lo mismo, ¡Carlos Calvo y Pichicncha!!!!!!!! Cuando viaje, tomaré una bicicleta para visitarlo, por allí se hace el milagro, y aparecen mis padres o mis abuelos. Eso sí, es posible que con el tráfico y si lo hago en contramano, no logre volver para contártelo. Jajaja
Bromas aparte, sos un genio, como dice el otro gabriel, manejas el cuento corto entretejiendo lo real con lo fantástico, tan bien, que uno termina casi creyéndolo.
Abrazos amigo mío.