Aparecí echado en el légamo.
El tiempo me había relegado:
Creí haber oído mi responso
edificarse bajo unas acacias lúgubres.
Me levanté cubierto de telarañas
y emprendí en el polvo mi limpieza.
Me llevó una ventisca masiva
y decenas de vahos me trajeron.
Me dividí hasta lo indescifrable
en el pellejo de una licenciosa.
Pero pude huír de sus veredas
y de sus grandes bahías depredadas.
Volveré a los álamos de las jóvenes
y a entonar sus sinuosas cantinelas.
No nací para ser humillado
por una hembra canosa y de martirios.
Que ella ensucie a otros en su hedor
mientras me pierdo en selvas mentoladas
y me recreo entre muchachas hermosas
que refulgen sobre sus tacones
y tienen muchas vidas por delante.