La moza se toca la cabellera
debajo del viento retráctil.
Se apresta a dejar las murallas
en busca de un lejano paraíso.
Es suavidad y porte valeroso
y relumbran sus mejillas blancas.
En la aldea no hay hombres disponibles
y su perspectiva es ser madre y nodriza.
La peste ha demolido casi todo
y acabado con sueños y conjuros.
Ella ha logrado retener su vida
y rescatarse a sí misma de sus miedos.
Ahora se llena de entereza y gozo
y a caminar más allá de las colinas
en busca de un hombre falso o verdadero
que la atavíe de hijos y la llene de abrazos.