Me habis devuelto la vida
Publicado en Dec 07, 2009
José le puso la correa a la perra, y cuando estaba a punto de sacarla a pasear hablo Ana. -Espera papi, que yo también voy contigo a pasear con Hanna-. Hanna era la pequeña mascota de la familia, una perrita de pelo largo y de color marrón gris o gris marrón, de raza chucho cruzada con chucho y muy cariñosa. Ana era la hija pequeña de José, tenia cinco años, media melena de color castaño y le llegaba a la cintura con su estatura. Quería mucho a su padre y este también a ella. No le ocurría lo mismo con Sonia, de diez años, morena y en altura le llegaba a los hombros. Ni le ocurría lo mismo con su esposa Maria, morena como Sonia y de igual estatura que José. Hacia dos semanas que no sabia nada de ellas dos. Un buen día llego de trabajar y en la casa solo estaba Ana y la perrita. El resto de su familia se fue sin darle ninguna explicación. José no sabia que tan grave les pudo hacer para que los abandonasen. Tenia la sensación de que tenia algo que recordar, pero que su mente bloqueaba. No entendía nada de lo que le había ocurrido. -Muy bien, pero ponte la cazadora que ya ha anochecido y hace bastante fresco en la calle-. Le dijo José a Ana. Cuando la pequeña se puso la cazadora, los tres se pusieron en camino. Ya en la calle, José se alegro de haberle dicho a la pequeña que se pusiera la cazadora, pues esa noche estaba refrescando de verdad. José solía pasear a la perra en un parque que se encontraba a tres calles de su casa. Llegaron al parque, y este estaba poco iluminado. A José nunca le había preocupado la poca iluminación del parque, pero ese día cayo en la cuenta al notar como Ana apretaba con fuerza la mano de la que estaba agarrada. -No te preocupes, yo vengo todos los días y no pasa nada cariño-. Dijo José tratando de tranquilizar a Ana. Las palabras del padre surtieron efecto en la pequeña, ya que esta se relajo un poco. El parque era una gran zona verde rodeada de setos con algunos árboles milenarios (que seguramente llevaban allí mas tiempo que la propia ciudad) y partido por un camino de tierra que serpenteaba por todo el perímetro, justamente por donde paseaban en ese momento los tres tranquilamente. La sombra de alguien apareció tras un árbol, y el individuo se interpuso en el camino. José puso a Ana tras de si, y la mascota que estaba sujeta por Ana se puso tras ella gimiendo de miedo. El sujeto sacó algo del bolsillo de su sudadera, apretó un botón, sonó un chasquido y una hoja plateada se iluminó en la oscuridad de la noche. -Dame lo que lleves encima-. Dijo el individuo de la sudadera moviéndose nervioso, apoyando su cuerpo sobre un pie, para después apoyarlo sobre el otro, y así sucesivamente, como si fuera la danza de alguien que estaba en trance. Con el brazo derecho se agarraba el brazo izquierdo, que era el que sostenía la navaja, y temblaba como un cachorro. Parecía como si tuviese frío, pero su cara desvelaba un gran dolor. El “zurdo” tenia el síndrome de abstinencia. -No llevo nada encima-. Dijo José agarrando con las dos manos por detrás a Ana. -¿Qué haces? Pon las manos por delante-. Dijo el yonki totalmente nervioso. -No llevo nada encima ¡de verdad!-. Dijo José también nervioso y mirando a Ana de vez en cuando. -¡Que pongas las manos delante! ¡Joder!-. Volvió a decir el yonki acercando la hoja plateada a la cara de José. José soltó inmediatamente a Ana y agarró el brazo con el que el yonki sujetaba la navaja. -¡Corre Ana! ¡Vuelve a casa corriendo!-. Le dijo José a Ana mientras forcejeaba con el yonki. -¡Pero papi, si yo no se el camino!-. Le contestó Ana entre sollozos. -¡Que corras te digo!-. Gritó José. -¡Cállate ya, loco imbecil!-. Gritó el yonki tumbando a José de un puñetazo con el brazo que le quedaba libre. Ana salio corriendo, y como no sabia donde ir, se escondió tras uno de los árboles milenarios. Acurrucándose y apretando con fuerza a su perrita. Estaba un poco lejos, pero alcanzaba a oír el forcejeo. De pronto el ruido cesó. A los pocos segundos escuchó como si desde el punto de la pelea alguien se acercaba corriendo hacia donde estaba acurrucada. Una sombra pasó muy rápidamente a la vera de Ana y desapareció tras ella en la oscuridad. -Papi, no me dejes aquí-. Musitaba Ana sin dejar de de llorar y con las manos cubriéndose la cara. Ahora tendría que encontrar el camino a casa sola, ya que su padre se fue corriendo y no la vio al pasar. Pensó Ana. Empezó a llegarle el sonido de unos pasos que se acercaban, y parecía provenir desde el punto de la pelea. El hombre malo viene hacia aquí, y me va hacer daño. Pensó mientras apretaba su cabecita contra la perrita, como si tapando sus ojos desaparecería para todos los demás. Notó como una mano la agarraba por la cintura y la levantaba. Ana tenía mucho miedo. -Tranquila guapa-. Dijo la voz de su padre -Ya se ha ido, no tengas miedo-. Le dijo José apretándola contra su pecho. Ana descargó todo su llanto a la vez que abrazaba con fuerza a su padre. -He pasado mucho miedo papi-. Le decía Ana a José mientras volvían de vuelta a casa. -Ya lo sé cariño, yo también he pasado mucho miedo. Pensé que ese hombre te iba a hacer daño-. Le habló José. -Papi ¿Te ha hecho daño ese hombre malo?-. Pregunto la pequeña. -¡Que va! Al contrario, parece que la pelea me ha rejuvenecido, de hecho, nunca me había encontrado mejor-. Le contestó José sonriendo. Cuando quisieron darse cuenta ya habían llegado al portal del edificio donde se encontraba su hogar en la primera planta. Planta que compartían con Pepa, una vecina un poco huraña. Una mujer mayor que daba la impresión de no haber estado jamás con un hombre. José y la pequeña subieron a la primera planta y se encontraron con Pepa, que parecía haber llegado de estar cenando con alguna amiga o con algún familiar. José la saludó como siempre que se cruzaban con ella, pero esta lo ignoró por completo. Normalmente Pepa levantaba la cabeza en modo de saludo sin decir ni una palabra, pero esa noche ni siquiera se dignó a mirarlo. Nuestra relación va empeorando. Pensó José. José abrió su puerta, y cual fue su sorpresa al ver dentro de la casa a Sonia y Maria que fueron corriendo hacia él para abrazarlo. José estaba lleno de gozo. -¿Por qué os fuisteis y nos dejasteis solos?-. Les dijo José a modo de reproche, aunque desbordando una alegría que se notaba a kilómetros. -Perdónanos cariño, ya no volverá a ocurrir, te lo prometo-. Dijo Maria a modo de disculpa. -No te preocupes, lo que importa es que ya estáis aquí de nuevo-. Término diciendo José. Al otro día por la mañana, Pepa, la vecina se encontraba fuera del portal del edificio hablando con una vecina del edificio contiguo. -¡hay que ver! Todavía no me lo creo, después de lo que pasó, pobre hombre-. Dijo la vecina del edificio contiguo. -¿Se da cuenta?-. Dijo Pepa. -Quizás es lo mejor que le podía haber pasado-. Siguió diciendo Pepa. -No diga eso Pepa-. Le reprocho la vecina. -¿Sabias que lo encontraron agarrado de la correa de su perrita?-. Preguntó la vecina a Pepa. -No me extraña, todas las noches salía con la correa en la mano-. Dijo Pepa. -¡Lo que es la vida! Hace dos semanas, el accidente de tráfico donde falleció toda su familia, hasta la perrita murió, y ayer sin ir más lejos le quitan la vida de una puñalada en el corazón dentro del parque-. Dijo la vecina. -Si, es una pena-. Terminó diciendo Pepa. Pepa no lo sabia, pero justamente en la primera planta del edificio donde se encontraba hablando con su vecina, una familia desayunaba felizmente todos juntos, queriéndose, riendo y hablando. Donde uno de los miembros de la familia decía –Desde que volvemos a estar juntos, me habéis devuelto la vida-.
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