En la arboleda separé tus rizos
y besé tu cuerpo jabonoso.
Tu pelo representaba tu viveza
y te abrazabas a mi cuello, absorta.
Mis labios quemaron tus estepas
y no me fueron huraños tus laberintos y vértices.
Fuiste conmigo juguetona hasta la fatiga
y me frotabas contra tu cuerpo aniñado.
Pacté sobre tu tez mi lumbre
y pusiste en mi boca tus bellas carcajadas.
Fuiste, en aquel tiempo, un ente glorioso:
Melena aleonada que se volvió espejismo.