Adiós querida
Publicado en Dec 17, 2009
La vida nos hace rehenes de su inescrutable camino y somos nosotros los que, anteponiéndonos a esta mezquina gabela, elegimos con que ánimo e ímpetu lo recorremos. Somos los únicos dueños y hacedores de nuestra dicha o amargura, incluso cuando este oficio de vivir se vuelve tan áspero; pero nunca recorremos el camino solos, vulnerables, porque nuestra naturaleza es tan frágil que necesitamos de manos confiables para que nos reparen y remedien cuando nos sepamos heridos, malgastados. Y es tan sólo en su ausencia física que notamos lo solos que estamos y lo vulnerables que somos.
A veces, apacibles e indolentes, olvidamos que nuestra estancia es efímera y que el tiempo es innoble y traidor, nos volvemos tierra estéril y vivimos resignados a un final inminente. Nunca disfrutamos, nunca gozamos del poder que poseemos para decidir cómo recorrer el camino, morimos en vida. Y así pasamos los, seguramente, largos años que nos quedan: infecundos. Una existencia así no merece el menor acongojamiento cuando muerta. En cambio, cuando se palia y extingue una vida alegre, lozana, fructífera, el dolor es insufrible. He vivido pérdidas cuando niño, las recuerdo bien aún, fueron acontecimientos tristes; sin embargo, siempre se trató de familiares, de personas que, aunque respeto, nunca elegí racionalmente querer, porque era un niño y porque, por su fugaz permanencia en mi vida, no resultaron determinantes para mí. Pero ahora, la vida me ha arrebatado un ser al que, cuando conocí, elegí querer y que jugó, y aún ahora continúa jugando, un rol importante en mi vida, que sigue siendo, incluso cuando carece de ella, la más sublime expresión de vida frente a la temida idea de la muerte real o simbólica. Me dicen que los que más sufrimos somos los que nos quedamos en este mundo, yo no creo eso. Egoísta, como soy, podría reanimarla y privarla de los privilegios que le esperan en dondequiera que esté, si es que existe alguno, yo tengo mis dudas; y lo haría porque de lo único que estoy seguro es que podría gozar de los privilegios reales de este mundo, esos que no admiten discusión en su existencia, y sería feliz verdaderamente, yo la vería feliz y no estaría como ahora, saturado de expectación por saber de ella: de lo que está haciendo, si es que me está mirando, si es que estará conciente o si es que será sólo un bello recuerdo. Yo quiero, querida, poder verte. Te he pedido de mil y una formas que te despidas de mí; si es posible, permíteme soñarte, permíteme sonreírte y desearte un feliz viaje, permíteme llorar hondamente sabiendo algo de ti. Porque llorar en la oscuridad no es suficiente si no sabes bien porqué lloras, si es porque no volveré a verte (yo sé que volveré a verte), si es porque te extraño mucho o si es porque tengo miedo que simplemente seas humo utópico en la mente de los que te queremos. Es la duda de no saberte feliz lo que me consume funestamente. Es la promesa que te cumplo, mal y a destiempo. Lo siento por mí, lo siento por ti.
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raymundo
José Solano De León