Genoma y feromonas: El lobo estepario
Publicado en Dec 17, 2009
Cuando el contador Javier me llamó a la oficina con motivo de honrarnos con una invitación a pasar el fin de semana en Ituzaingó, en la residencia a orillas del Paraná que tienen los padres de Celia, me deshice en agradecimientos por su deferencia y contesté, impostando un tono pesimista, no creía poder pero que igual debía consultar a Isabel antes de aceptar y confirmarle nuestra presencia. Remarqué que no creía que pudieramos ir pero igual mil gracias, luego otras trivialidades y cortesías falsas. Y adios. Le dediqué un insulto mímico al aparato.
Isabel, obviando de que no simpatizaba con Celia, o al menos, yo sólo la había escuchado detestarla, ah, pero con el Contador Javier sí que se ensañaba; para empezar decía que no le creía nada a su amistad conmigo, en realidad no le creía ni una palabra acerca de nada y que, como buen contador que era, caminaba con los codos y por eso mismo me usaba. De eso me hablaba mientras cenábamos sin mirar una comedia genérica que seguia ahi, cuando un vago comentario mío acerca de la invitación de nuestros distinguidos amigos; no, no, yo no tenía ningún deseo de embarcarme en ese fin de semana; pero, para sorpresa, fue la misma Isabel quien contestó que no sería una mala idea y, despues de un titubeo, los ojos le centellearon y ya le parecerió hasta fantástico que me comunicara y les confirmara nuestra presencia. De un salto llegó a la habitación, y desde ahí me dijo que ya iría a preparar los pertrechos. De los 3 ¿De los tres? Y a Bebito lo vas a dejar? Bebito y la concha de la Lora. Obvio que estaba incluido en el viaje. Aporreo de cajones, el siseo de los cierres relámpagos y el falsete con el que Isabel simulaba las respuestas del perrito. Te parece buena idea llevar a Bebito? Digo porque el Contador va a llevar a Stalin. Imaginate: para que un contador llame a su perro Stalin... no le veo mucha sobrevida a Bebito. Stalin ya había matado perros y, entre esos finados, había dos cachorro de su propio linaje; sin contar que, además, ya había atacado y mordido a Javier en numerosas ocasiones y que a raiz de tales violentos ataques de los que el contador ya había salido con dedos, o manos, o brazos sangrantes, Javier le tenía un miedo reverencial a ese perro; Stalin jamás movía la cola ni sabía ladrar sino que emitía un chillido agudo, exasperante, cuando le demandaba algo a Javier, y que tampoco hacía más que gruñir a todo humano que osara dirigirle la palabra; porque Stalin era el macho alfa de todas las manadas de este universo, algo que enorgullecía al Contador. Pero mi lado siniestro se compadecía de aquel perro maldito. Porque era el colmo de esnobismo de nuevo rico del Contador lo que lo había llevado a cometer el disparate de tener un perro siberiano, cuyo hábitat ideal se encuentra en las heladas estepas polares, sitio en el que cumple con su simple y canina razón de ser que es galopar rumbo al horizonte por interminables llanuras blancas a tiro de trineos, pero no, aqui lo tenías al pobre Stalin, jadeaba al agobiante calor a las orillas del río Paraná, sólo porque el Contador quería a darse el lujo de tener al único perro con ojos celestes del barrio. -podes dejar de tirar mala onda y venir a ayudar? ya les avisaste que vamos? -no todavia. Desperté con el dulce escalofrío del hociquito bajo cero. Sonaba Solsbury Hill de Peter Gabriel. Isabel al borde de la cama, me convidó uno de sus mates perfectos de apostoleña; porque así como cuando hablamos de chocolates la iconografía nos remite a los Alpes Suizos, al referirnos a las infusiones de ilex paraguayensis a las que los rioplatenses somos tan afectos, deberemos recordar a la pequeña, florida y simpática ciudad misionera de la que la hermosa Isabel era oriunda. Que felicidad había en esa mañana de sábado concertada con los pajaritos y quizás acaso movida por la cola hiperkinética de Bebito, el alegrómetro según Isabel, que correteaba sobre la cama. Cuando giré en la esquina para conducir la furgoneta por Nicomedes Castro y llegar a lo de Celia donde nos iban a estar esperando, vimos que, en efecto, ya nos esperaban todos. Desde la furgoneta en aproximación vimos a la anfitriona y al inefable Contador con ademán impaciente y también logramos divisar a los otros invitados: un Mirto de bermudas cuyo colorido mereció una alusion entredientes de una Isabel que les sonreía a él y a una Fernanda que sujetaba la correa de su viejo dashound. -Genial. Viene Fernet Y otra vez entre dientes, defenestró a Fernanda, asegurando que porque nosotros habíamos avisado que llevaríamos a Bebito, ellos no serían menos. Bajamos del coche, saludando. Isabel y Fernanda afinaron las voces para hacerles hacer a los canes, cosa que no resultó sin cierto escándalo. La simpatía borreguil de un Bebito que movia la cola y buscaba olfatear al daschund chocó contra un Fernet que le ponía ojos de desconfiado y le mostraba los dientes con un gruñido criminal. El mismo adorable Fernet que fue rápidamente invitado por la samaritana Isabel a viajar en el compartimento de carga de mi furgoneta. Entonces el Contador avisó que iría a por Stalin. -Pero Javier, se lo va a comer al Fernet ahí dentro! Yo no me hago responsable de lo que... -tranquilo, ya le di una pastillita. El susodicho lobo feroz fue apareciendo, tambaleante y con el cogote ceñido por un collar de ahorque. Sentí aún más pena por aquel bicho. -va a dormir todo el viaje, como el angelito que nunca fue, jajaja. -pero ponele el bozal igual. -no va a hacer falta. La mirada de gélidos ojos azul-grises estaba sumida en una narcosis y un velo legañoso, como si soñara con esa alfombra de nieve que, a la vez le cubría las pupilas dilatadas, le permitía cabalgar por estepas soñadas. Las orejas habían cedido en su firme alerta habitual, dándole a su lobuno talante un aspecto de franca indefensión; y, a la vez que gemía, como debatiéndose desde las profundidades de un sueño en el que quizá tiraba de trineos, la lengua seca y de feo color le colgaba por entre los colmillos y dotaba de una ignominiosa imbecilidad a un semblante acostumbrado a ofrecerse implacable. -dale. Subilo de una vez. Javier abrazó a su lobo estepario vuelto bolsa de papas y lo alzó para alojarlo en el compartimiento de carga de la furgoneta. Y limpiándose las manos, dijo: -le puse un cuartito de rohypnol adentro de una albóndiga. Antes de que yo cerrara el portón de la Fiorino, y esto no sin tener luchar por abortar los intentos de fuga de Fernet, el Peugeot conducido por el energúmeno conductor que es el Contador, salió quemando cauchos llevándose a Mirto, a Fernanda, a Celia y a todos los bolsos, incluso los nuestros. Bueno, nos dejaron los perros. Por supuesto que todo aquello lo habían resuelto de antemano y en nuestra ausencia: lo aseguró Isabel, abrazada a Bebito, reprochándome la tardanza en afeitarme que se los había permitido.
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Roberto Langella de Reyes Pea
Eh, me estoy anotando aparte los capítulos que aún no he leído, al final parece que tampoco tenía tan completo leído como pensaba. Es decir, nada es lo que yo pensaba. A lo mejor, incluso, no es que yo sea pelado, a lo mejor me parece a mí que lo soy... ¿a vos qué te parece?. Abrazos.
inocencio rex
Roberto Langella de Reyes Pea
¿Te acordás aquella polémica que mantuvimos acerca de si tenías o no actitudes machistas?; bueno, que a mí me parece que tu lado diestro no es tan fuerte como pretendés (aunque en este comentario ya me estoy extrapolando de la novela), o será que yo quizás confundo un poco la dualidad autor-protagonista, en tanto que estoy atento a que ha de haber mucho de autobiográfico en tu texto.
Bueno, está bien, también te dejo de mojar la oreja, je.
Y ya me apunto ese capítulo que me indicás para leer. Sí, señó.
inocencio rex
tambien a vos te invito a leer "aroma perfecto, temperatura perfecta"
Roberto Langella de Reyes Pea
inocencio rex
en realidad, amigo, yo no se si isabel es tan especial.. es para mí una mujer bastante corriente viviendo un momento muy especial, cargado de una tristeza que, por muy reciente, aún no puede superar...
Alejandro
un dulce entre tanta amargura... ahora esperemos que el fin de semana que promete ser de romance y uno que otro combate entre perros termine bien, con un poco de suerte sobrevivira Marianito.
Saludos
Alejo.
inocencio rex
inocencio rex