EL DIA DEL FESTIVAL DEL BARRILETE (Un cuento chino)
Publicado en Dec 31, 2009
Bajamos por un rampón de tierra blanca hasta el pueblo y por montones había gente en la calle y en los balcones y en las galerías. En el pueblo se celebraba el día del festival del barrilete, según nos contó Bhanu en su perfecto inglés de consonantes silbadas. María estaba fascinada con el despliegue de colores recortándose sobre el horizonte nublado y a Rubí ya se le había pasado el enojo del mediodía y ahora trataba de entenderse con un vendedor gordo que le mostraba telares que sacaba de un enorme canasto de mimbre. Yo por mi parte había sido casi arrastrado hasta el pueblo por el afán de María por ver el espectáculo y por la culpa que sentía de haberle arruinado a Rubí su comunicación con Argentina, pero después me olvidé del asunto y comencé a pasarla bien mirando -no sin una curiosidad demasiado occidental- cómo personas grandes se disputaban con criaturas los pocos espacios libres de ese margen del cielo y como se reían, en manada, cuando algún barrilete cortaba el hilo de otro que levantaba mayor altura arrastrado por el viento, enrollándose después sobre su cola y cayendo metros adelante.
Recordé un viejo relato que hablaba de un barrilete. Un relato que en realidad hablaba de la libertad que simbolizan los barriletes. El relato era más o menos así: Hace miles de años, en un viejo poblado asentado en un hondo valle existía un hombre sabio que entre otras cosas se dedicaba a fabricar unos extraños cometas voladores, hechos de seda y cañas de bambú. A medida los iba terminando de confeccionar, los ornamentaba con hermosas colas trenzadas y telas de colores y los exhibía en una estantería dispuesta frente a su modesta choza de adobe y paja. Como su humilde vivienda no tenía ventanas -o más bien no las clásicas ventanas como agujeros encajados en una pared-, sino una gran puerta central que se desplegaba de par en par, su casa continuaba en un florido jardín repleto de madreselvas y otras flores. Por lo tanto, la casa era el jardín y el jardín era la casa. Así la había pensado el viejo y así la había finalmente erigido, con algunos simples y nobles materiales de aquel lugar. Cierto día se le acercó un niño, encantado con aquellas creaciones tan curiosas. Luego de contemplar minuciosamente uno por uno los cometas, le preguntó al viejo: - ¿para qué sirven? El viejo, que parecía absorto podando un árbol en miniatura, le contestó: - no sirven para nada, pero vuelan. - ¿y cómo vuelan? Preguntó el niño. El viejo, mimetizado con el arbolito, o con la poda, o con ambos, dejó las tijeras sobre la base de un tronco y se acercó donde la estantería. Eligió un rombo color naranja, en cuyos lados tenía aplicados cuatro círculos de un azul profundo, complejamente labrados, como si fueran mandalas. - ¿Ves estos cordones?, señaló el viejo. Pues con ellos podrás dirigir tu cometa. Sube a la colina, donde está el viento, y deja que el cuerpo del cometa remonte vuelo; los cordones seguirán su recorrido hasta tensarse. Una vez que esto ocurre, lo llevas siguiendo el viento. Tómalo, es tuyo, le dijo el viejo. -El niño agradeció tomó el obsequio y antes de irse le contestó: -No es tan difícil. Basta con seguir la suerte del viento. El anciano entornó casi imperceptiblemente los parpados, sonrió en su interior y prosiguió con su actividad. Al fin del día, cuando la sombra del valle se hace compacta porque el sol se esconde detrás de las montañas, regresó el niño muy consternado. El anciano lo vio llegar como lo había visto irse. El niño traía el cometa hecho jirones. Le dijo muy triste al anciano: - señor, hice todo lo que me dijo: subí a la colina, dejé que mi cometa levante altura, sujeté los cordones hasta que se tensaron, pero el viento, que en un primer momento era dócil y ligero, se volvió tremendo, y sacudió por los aires al cometa, hasta romperlo. El viejo le dijo: - no basta con seguir la suerte del viento. Debes conocerlo. Saber de dónde viene y hacia dónde va. Los cometas son del viento, no lo olvides. Regresa mañana, ahora ve a tu casa y descansa. El niño asintió, circunspecto alzó las cejas, y luego de agradecer otra vez al viejo, le dijo: -Lo tendré en cuenta. Y se alejó por el largo sendero del jardín. A la mañana siguiente regresó a lo del viejo. Le contó de un sueño que había tenido durante la noche: en un día muy luminoso se festejaba sobre las altas cumbres el día de los cometas, y todo el pueblo tenía el suyo, y subían en nutridos grupos, por decenas, por cientos, a remontarlos, llenando el cielo de esas fantásticas figuras. Había cometas gigantes, cometas más pequeños, cometas de múltiples colores, o enteramente blancos, labrados, lisos, alargados, con forma de serpiente, o romboidales. Todo el cielo se colmó de ellos y parecía que el horizonte todo tenía en realidad sus colores y sus formas, y que los pocos resquicios celestes habían sido estampados sobre los mismos cometas. En un momento determinado todos los cometas se zafaron de sus cordones y como pájaros en bandada se precipitaron hacia el sol, que brillando con gran fuerza, los atraía en fuga a su seno. Luego, del interior del sol surgió un enorme y colosal dragón, contorneándose a los cuatro vientos y exhalando enormes llamaradas al cielo. Los habitantes del valle fueron postrándose uno a uno y agachando la cabeza hacia el suelo, en señal de reverencia. Finalmente, fueron incorporándose y bajando de las laderas. Le preguntó entonces al viejo si ese sueño podría tener algún significado. El viejo pensó que podía ser excelente presagio para la aldea y una bendición para el niño, pero guardó consigo esa verdad. Le dio un cometa más grande y hermoso que el primero y el niño, agradeciendo con una sonrisa y una breve afirmación con la cabeza, subió a la colina. Al final del día regresó, esta vez con las manos vacías. Le contó al viejo lo sucedido: el cometa, que en un primer momento le costó al niño arduo trabajo dominar y hacer remontar, se moldeó luego a la sustancia invisible del viento como si de sus dominios hubiese nacido, desplegando toda su belleza en el aire durante largo tiempo. Pero se distrajo por un instante y sin quererlo soltó el cordón que lo sujetaba, abismándose el cometa sobre las alturas del valle, tomando aún más vuelo, y perdiéndose en la inmensidad del cielo. El viejo le dijo: aquí está tu nuevo cometa, y le extendió un cordel enredado, una semilla y una oruga. El niño los escrutó un buen rato y luego miró al viejo, sin comprender. El viejo le contestó: planta la semilla en buena tierra y riégala a diario. ¿Ves aquel pequeño monte de moras al final del jardín? Coloca la oruga en una de sus ramas. El cordel entretanto puedes usarlo de cinturón. Se despidió una vez más aquel niño en la época en la que los colores del ocaso flotan largo rato sobre el valle, y el sedimento imperceptible de las montañas parece teñir el viento, haciéndolo visible a los ojos. Muchas estaciones pasaron. Estaciones heladas y estaciones de abundantes lluvias, también estaciones secas, donde la naturaleza parece replegarse sobre sí misma y descansar un profundo y largo sueño. Estaciones de cálido sol y de sol abrasivo. Estaciones de reverdecimiento y floración. Un día aquel niño regresó convertido en un hombre, sujetando una gran cometa. No encontró al viejo sabio, pero el jardín era exactamente igual a como lo había dejado la última vez. Desató el nudo del cordón de su cintura y lo enlazó al cometa. De lejos vio venir a un niño, que al divisarlo, se acercó corriendo, fascinado con esa extraña creación. Luego de apreciarlo desde varios costados, exclamó al hombre: - ¡el gran pájaro de mi sueño! El hombre le preguntó: ¿sabes para qué sirve? y el niño contestó: - no, pero lo que sí sé es que vuela cómo los pájaros. El hombre sonrió y se lo entregó al niño. "Es tuyo", le dijo. - Sube a las montañas y hazlo volar todo lo alto que puedas. El niño se alejó dando brincos por el sendero del jardín, con su cometa a cuestas. De regreso a Nueva Delhi, comentando sobre esa celebración popular tan inédita como simbólica, le hablé a Rubí de aquel relato de la mitología china. María dormía en el asiento de atrás. A su lado Bhanu, con los ojos cerrados, pero despierto, parecía velar su sueño. Le sugerí un posible argumento para un cuento que quería escribir: Un hombre y una mujer caminan por una calle cualquiera. Entran a un parque. La mujer le habla de diferentes cosas: de unas botas que quiere comprarse, de exámenes, de una enorme feria de ropa usada. Casi llegando a un pronunciado barranco de pasto encuentran un barrilete tirado en el suelo. El hombre lo levanta, lo examina unos instantes: el barrilete está intacto. Es de color naranja, con cuatro círculos labrados dentro, de un intenso color azul. La mujer parece no interesarse demasiado por el barrilete, pero el hombre ya se adelantó unos pasos, y siguiendo la trayectoria del viento lo remonta sobre el barranco. El barrilete toma altura y comienza a flotar con el viento. Atrás, tapando todo el contorno del sol del atardecer, hay una enorme nube quieta, roja por efecto de los rayos. Viéndola bien, la nube tiene la forma de un gigantesco, colosal dragón. El barrilete se aleja cada vez más, perdiéndose detrás de unas torres de edificios. El hombre queda buen rato mirando la nube, pensando que no es un buen presagio. Que con esa humedad la lluvia era inminente y que otra vez iban a tener que postergar el fin de semana al aire libre. La mujer se acerca, le agarra la mano, y siguen caminando por el parque. Se pierden entre la urdimbre de gente, entre los carritos de pancho, entre los arbustos y chicos en bicicleta y perros y basureros. La nube se deforma, se dispersa en largas y finas hebras que parecen de seda. Más allá de los edificios y del río, detrás de las nubes y de la ciudad, el primer rayo atraviesa el horizonte.
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Roberto Langella de Reyes Pea
Mastropiero
Roberto Langella de Reyes Pea
Mastropiero
Mastropiero
Roberto Langella de Reyes Pea
Me encantó, en serio, esa combinación de relato tradicional con el otro más actual. Si fuera película, me remite a la edición de El Pequeño Gran Buda, de Bertolucci, por ese ir y venir entre la leyenda y el plano más físico. Abrazos y felicitaciones, y feliz año nuevo.
inocencio rex