La ira de los buenos. Capitulo II. Amor clandestino. El diputado y su dama.
Publicado en Jan 03, 2010
Amor clandestino. El diputado y su dama.
El diputado espero a que el comisario se marchara y observo el andar de la moza rubia que había atrapado su atención. La observo atentamente, su frescura de muchacha, el bambolear de sus enormes tetas, su belleza. Sentía que el aire de su juventud era la ausencia de la propia. Recordaba burlonamente que cuando muchacho necesitaba de mucho trabajo para que una chica así se fijara en él. Se sorprendió pensándose como era entonces: un morocho fornido y barrigón de bigotes hasta el mentón. En ese entonces conseguía el sexo en el puterío -al que iba después de su jornada en los mataderos- y las novias, entre las chicas del barrio. Las prostitutas y la esposa, algo que se había mantenido inalterable a lo largo de su vida, sin que pudiera discernir cual era la diferencia entre unas y otras. -Son todas putas, se repetía a si mismo. Ahora, en este presente podría llevarse a esta u otra chica así a la cama sin el más mínimo esfuerzo. -El poder seduce, le había dicho una vez el turco Menem. Pensó por un instante en invitarla a salir, pero prefirió abandonar el lugar sin hacer el papel de viejo verde, sorprendiéndose por el pudor. Estaba tenso. Una vez en la calle le dijo al custodio que iba a la casa de ella, que no hacia falta que lo llevara y que lo pasara a buscar a medianoche. Desconecto el celular y camino las pocas cuadras que lo separaban del departamento que estaba ubicado frente a la estación de Ramos Mejía. Ella se sorprendió al verlo y le dijo en su dulce tono caribeño -Que rico chico que me hayas venido a ver. Llevaba unos jeans ajustados que le marcaban la raja de su vagina y le paraban su enorme culo. El pelo rizado atado hacia atrás. La cara limpia sin maquillaje. Era una autentica hermosura. ella abrazo a su hombre suavemente y le dio un beso de lengua profundo. El diputado se estremeció por esos labios carnosos y acaricio el rostro de la mujer morena mientras ella le susurraba entre besos -Te extrañe, chico, no me dejes tanto sola. Él la separo cariñosamente y le pidió un trago, le dijo que necesitaba distenderse. La mujer morena le fue a buscar un Chivas al que agrego dos cubitos de hielo, como le gustaba a él, mientras ella se servía un ron con Coca-cola. El diputado la observo, un cuerpo esbelto y carnoso, un andar que lo hacia sentir en otro lado. Sintió como su pija se ponia dura. Ella se sentó junto a él en un mullido sofá del living. Acaricio su cabello y contemplo el rostro del diputado ya relajado y sin tanta tensión. El le pidió que le hiciera un masaje y ella accedió rápido buscando con sus dedos los nudos en la gruesa espalda de su hombre. El diputado se sabía feo e inexpresivo, incluso viejo aunque a ciencia cierta apenas había cruzado la línea de los cincuenta y mantenía un buen semblante. Sabía que a ella le atraía su posición, su dinero, su poder. Él era la posibilidad del deseo irrealizado, el sueño de una vida mejor. Era un instrumento. Era su amor. El diputado se sentía merecedor de aquellos susurros caribeños y del sexo mojado de la amante que se le ofrecía como hembra en celo. Había trajinado mucho para llegar hasta allí, para tener el poder de decidir sobre vida y muerte sin rendir cuentas. Se sentía merecedor de las palabras cariñosas y la fidelidad de ella. Fueron a la cama e hicieron el amor por un buen rato, durmieron juntos la resaca del polvo y a la medianoche se despidieron con un beso tierno y la promesa de verse al otro día. El diputado odiaba volver con su esposa, ella odiaba quedar sola por eso, pero lo aceptaba, era su hombre y su sueño y lo aceptaba.
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facundo aguirre
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Roberto Langella de Reyes Pea
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