La ira de los buenos. Capitulo IV. Monologo de la victima.
Publicado en Jan 04, 2010
Monologo de la victima
-Quien iba a pensar que yo iba a terminar así. Apaleado y torturado por unos matones de esos que recibo a diario en mis boliches y que fueron enviados por aquellos que creí amigos y protectores. Amarga moneda con la que paga la vida. Huelo mi propio miedo. Es un olor profundo y macizo, pura adrenalina. Estoy paralizado. Lo único que contemplo es el centelleo del caño con el que me golpean y la oscuridad del cielo en una noche terriblemente negra, premonitoria, cargada de demonios y de fantasmas que hoy se me hacen presentes para contemplar con una sonrisa mi calvario. Estoy convencido de que estoy pagando el precio de la traición, ¿pero acaso no fue la traición lo que siempre me pidieron? Ahora a las puertas de esta horrible muerte lo siento, siento el peso de haber abandonado lo que fui para salvarme, de aquellos muertos pasados, de aquella inocencia perdida, de las caras jóvenes que observan mi sufrimiento, como traidor, como victima, como escoria de la sociedad que se mantuvo a flote corrompiéndome por lo que alguna vez fui. Siento como fluye mi sangre, los gritos de dolor ya no tienen sentido y son una queja por haber soñado alguna vez con otras muertes, como héroe, como anciano, como drogadicto, pero nunca torturado porque si. Para ser el chivo expiatorio de otras personas que necesitan de un chivo expiatorio y un culpable para tapar sus propias traiciones y sus propias culpas. ¡Y yo que me creía protegido e impune!. Estupido de mí. Nunca estamos a salvo. Para hacer mi vida más fácil me hice amigo de los chorros y policías que tomaban su cocaína con mis chicas. De los chulos que me entregaban sus cuerpos a cambio de droga, dinero o favores. Porque a mi siempre me gustaron los hombres duros y siempre tuve a mis putas controladas como un macho. Que ironía, las veía en pelotas, las miraba coger, se me entregaban y a mi no me movían ni una pestaña. Pero esos tipos calientes que se las tiraban a lo perrito o creyéndose protagonistas de una película pornográfica me ponían al palo. Que ironía nuevamente, yo que siempre fui un marica de alma, terminar así por una puta, torturado hasta morir en medio de la nada en lugar de haber muerto en una cama de tortura o en las gélidas y marrones aguas del Río de la Plata junto a mis compañeros, a los cuales traicione. Todo para vivir una vida, pensando que era mejor que no vivir ninguna.
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facundo aguirre
inocencio rex
facundo aguirre
Roberto Langella de Reyes Pea