Notas del Inframundo - por Gustavo Gall - segunda entrega
Publicado en Jan 06, 2010
Cuando la caída por el negro tobogán de la inconsciencia terminó, Dael permaneció tirado en el suelo con los ojos cerrados. Tal vez se demoró en abrirlos el tiempo necesario hasta hacer un repaso mental de todas las extremidades de su cuerpo. Parecía que todo estaba en su sitio.
Es que el paso entre el Mundo y el Inframundo es algo muy traumático. Apenas encumbró un poco la cabeza para echar un vistazo al entorno cuando experimentó un fuerte dolor en el cuello, que se extendió a lo largo de toda la columna. Emitió un quejido involuntario y se aferró con ambas manos a los verdes pastos que, por cierto, le llamaron la atención por su color intenso y su espesor único. Ese esplendor arropaba toda la superficie del jardín. Reconocía el sitio, e identificaba la ubicación de la huella de pedruscos que se extendía hasta la fuente, a pesar de la ausencia de ambas cosas. Más, por detrás, le parecía percibir el frescor de la sombra de la casa, que, desde el plano del Mundo, se proyectaba sobre el césped como una colosal mancha fría. Claro que ahora era solo una intuición, porque no había tal sombra, y no había tal casa. Creyó que no iba a poder levantarse, al menos durante un par de horas, hasta que el cuerpo y sus músculos pudieran llegar a un acuerdo con los dolores, y recuperar energía y movilidad. Por allí cantaban algunos pájaros y la brisa fresca mecía un poco las ramas altas de los pinos. Parecía poco más de media mañana y el sol fulguraba con un indulgente brillo en perfecta armonía con el agudo azul del cielo. Era un cielo límpido como el que se pinta en los libros de relatos infantiles, como el de los recuerdos peripuestos, y el aire tenía bálsamos de rico frescor. "¿Estaré muerto?...", se preguntó, "...o realmente habré conseguido cruzar el Gran Doblez*". (* "El Gran Doblez" es el nombre con el que los expertos sensibles y Onironautas del Mundo denominan al paso entre dos dimensiones que se desarrollan paralelamente compartiendo un mismo espacio) Entonces apareció aquel perro... Se movía sigiloso como la cerrazón. Sus ojos no eran ojos, eran hoyos vacíos y resecos. Se mantuvo a unos seis o siete metros de distancia, y no ostentaba de hacerle daño, al menos no de momento, al menos no en esas circunstancias. Parecía interesado en dejarlo levantarse y correr, dispuesto a ofrecerle esa ventaja que justificara, tal vez, un ataque mortal. Eso es lo que pensó Dael. En ese instante, el Mundano* (*nombre con el que identifican en Inframundo a los que llegan de visita desde el Mundo), dejó a un lado todo tipo de dolores y ñañas, para acertarse en la supervivencia. Se sintió intimidado y el miedo le heló la sangre. Levantó un poco la cabeza y tuvo la sensación de que ese animal, bestia, o "cosa", tenía en planes desayunarse con él de un momento a otro. Oyó un gruñido, pero, al cabo de unos instantes, comprendió que ese sonido carrasposo lo emitía la bestia involuntariamente, con solo respirar, cuando el tinglado de sus costillas se movía inflando y aflojando un tórax que se veía hueco y despellejado. Porque el animal no era sino una especie de esqueleto, apenas cubierto por reseca greña. Su piel eran retazos colgantes y harapientos que parecían los sobrantes de un cuerpo ausente de carne y masa muscular. Era como un tejido nervoso de enmarañadas cepas umbrosas, que le daban una forma que eludía a cualquier tipo de ley natural vital, porque no había órganos ni sistema, solo era como un perro muerto con dinamismo, un perro zombie. Además el apestoso tufo que despedía afirmaba esta presunción. Olía como algo que llevaba largo tiempo pudriéndose, y de su jadeo brotaba un vaho nauseabundo y séptico. Ladeó un poco, con cautela, y estudió la reacción del animal. Se arrastró unos centímetros apoyando los codos en el suelo y se incorporó despacio... La bestia echó un par de olfateadas al aire, y continuó en su porte avizor. Dael miró en la distancia buscando un sitio donde poder refugiarse, pero nada prometía seguridad. Tal vez trepar un árbol, tan vez simplemente correr y confiar en la suerte... pero aún desconocía las capacidades del animal como para correr un riesgo semejante. De haber estado en el Doblez del Mundo hubiese corrido a refugiarse a la casa, pero desde este otro lado la casa era solo una figuración absurda. Palpitante, se levantó con circunspección, encogió una pierna para poder darse impulso y volvió a mirar dentro de los hoyos resecos de los ojos de la bestia. El animal enseñó los dientes en un acto reflejo que el otro malinterpretó. Entonces, sin perder un instante, se lanzó a la carrera desquiciada e impulsiva, sin dirección, hacia el corazón del jardín. El perro aligeró por detrás, conservando siempre la misma distancia, siguiéndole los pasos como dándole ventaja. La tensión del momento se reflejó en los latidos de su corazón que martillaban en su pecho, turbándole la respiración al borde de la asfixia nerviosa. Sentía que estaba a punto de ser zampado por la inicua bestia. Así, dejando atrás la fuente imaginaria, la casa ausente, y el reflejo de luz del cristalino día, se internó en el jardín donde las inauditas sombras sembraban su dominio entre la frondosa arboleda tupida. Se detuvo un instante para recuperar el aliento, amparado inocentemente detrás del grueso tronco de un árbol. Buscó a la bestia que ahora se confundía con la apiñada espesura del entorno... Estaba allí, en el trecho, detenida como él, absorto de sus movimientos. (Este fragmento forma parte de "Las notas del Inframundo" por Gustavo Gall. (c)-A.R.Ress. Int. copy. Reservados todos los derechos del Autor)
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