Notas del Inframundo - por Gustavo Gall - Quinta entrega
Publicado en Jan 06, 2010
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Mientras Dael se debatía su suerte con aquel amenazante perro esqueleto, en el mismo momento (aunque nunca se sabe con certeza porque el tiempo en Inframundo no funciona con las mismas leyes del tiempo del Mundo), en alguna parte del Fabuloso Jardín, un hombre delgado y alto, llamado Sorgo, intentaba convencer a una joven muchacha que llevaba el torso desnudo y la cabeza rapada, que la única posibilidad para retornar al laberinto de Cruyá, estaba en el hoyo de Cymbale. A un lado el toro, (bueno, el musculoso atleta con cabeza de toro), resoplaba impaciente por retirarse a un sitio tranquilo donde poder echar una cabeceadita, al menos. Cada vez que al toro (llamémoslo "Minotauro") se le cerraban los ojos de cansancio, ella le sorteaba un puntapié entre las costillas para mantenerlo despierto. El bicho emitía un quejido y se aferraba con puños furiosos a las tiras de la mochila que llevaba cargada a sus espaldas. Llevaba horas y tal vez días enteros cargando esa mochila que estaba llena de víveres y armas pertenecientes a su ama.
De repente, mientras charlaban y debatían, vieron un objeto misterioso atravesando el cielo para perderse en la frondosa arboleda.
-¿Qué demonios fue eso?- gritó la muchacha empuñando firmemente su machete.
-No sé, seguramente una estrella fugaz- tranquilizó Sorgo, el expedicionario.
-¿Una estrella fugaz? ¿A pleno día?
-Puede ser un meteorito o un... no sé... algo del Mundo, ¿qué más da?
-¿Algo del Mundo? El Mundo no existe...- dijo ella, y encaró al Minotauro-. Oye cabeza de vaca... voy a alejarme para echar un vistazo, si te mueves de aquí o te duermes ya sabes lo que haré con este machete y tus testículos.
El Minotauro asintió temeroso.
La chica se internó en el bosque de pinos. Sorgo la siguió por detrás aunque no podía moverse con su rapidez. Ella le encantaba. Le gustaba esa actitud masculina y esos andares de guerrera, combinados con una sensualidad innata, sus curvas pronunciadas y sus despreocupados pechos al aire que se movían como gelatinas todo el tiempo, sobre todo cuando corría. El calzado de la chica eran bolsas de plástico atadas con cuerdas, bolsas con marcas de supermercados. Y sin embargo ella seguía insistiendo en que el Mundo no existía. Sorgo sabía muy bien que sí.
La chica, llamada Fuxia, se perdió entre la vegetación. Se escuchó el crujir de ramas que se iban partiendo de cuajo con el peso del cuerpo que acababa de caer desde el cielo, y finalmente un estruendo seco al desplomarse contra el suelo.
Al cabo de un rato la chica reapareció empujando con la punta de su machete a un enano que llevaba traje plateado y un casco rojo con una estrella dorada pintada. El enano, confuso por el golpe de la caída, avanzaba sin poder evitar darse la vuelta a cada paso para echarle una miradita a los pechos desnudos de Fuxia.
-¡Deja de mirarme las tetas y camina!
-¿Quién es?- preguntó Sorgo.
-Es tu estrella fugaz- respondió ella con ironía y volvió a empujar al enano hasta ubicarlo junto al Minotauro. Pero el enano prefirió correr la suerte del machete antes que permanecer junto a esa extraña criatura. El Toro bufó amenazante. El enano tembló de miedo y echó a correr.
-Vuelve aquí hombre pequeñito... Cabeza de vaca no te hará daño, es estúpido.
El enano se alejó unos quince metros y cayó de bruces al suelo.
Sorgo, el expedicionario, se le acercó para socorrerlo. Sonrió y sus ojos cobraron un brillo refulgente.
-No se quien eres ni como llegaste hasta aquí, pero me vienes de maravillas... tengo planes para ti.
La chica suspiró y, por costumbre, volvió a patear al Minotauro en las costillas.
 
(Este fragmento forma parte de "Las notas del Inframundo" por Gustavo Gall. (c)-A.R.Ress. Int. copy. Reservados todos los derechos del Autor)
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Descripción

Palabras Clave: Gustavo Gall gustavogall gus gall gusgall gall gus gustavo andres gall gustavoandresgall

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Derechos de Autor: (c) Gustavo Gall-A.R.Ress 2006

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