El extraño caso de Cátulo Sepúlveda
Publicado en Jan 08, 2010
Abril de 1976, mañana del viernes, a Cátulo Sepúlveda le estalló la cabeza: así lisa y llanamente un tremebundo ¡plooof! de sesos para todos lados. Las pericias policiales afirman que se desvaneció de hambre y las ruedas del colectivo 106 rumbo a Liniers realizaron el resto, aplastándole la cabeza. Circunstanciales testigos comentaron que en la abundante masa encefálica regada sobre el asfalto no había rastro o huella de rueda alguna. El cura párroco de Santa Rita de la Sagrada Misericordia, desde el púlpito sermoneaba que el fatal estallido fue obra y gracia del todopoderoso por no haber recibido Sepúlveda el óleo bautismal en su debido momento. En el bar "La Redoblona" entre murmullos se corre la bola que fue obra de los de la hermandad del Mañana Escarlata, atentado perpetrado mediante complejos cálculos, sesudas ecuaciones astrales y otros brebajes de turbia escuela. Su hermano Justo Agustín, supone que fue la exuberante recopilación de conocimientos lo que produjo tal fatídico desenlace; sin duda el leer día y noche, el estudiar las probabilidades de la fusión molecular en la rabia de los desesperados, sólo puede conducir a este resultado inevitable, desagradable y extremo. Los poetas de la Biblioteca Saturnino Segurola deslizan una curiosa y esperanzada hipótesis: Cátulo Sepúlveda apoyó la oreja sobre el empedrado a las tres de la madrugada para escuchar los ruidos y las remotas voces de los habitantes de la subterránea ciudad de Belsades, una población fundada en las profundidades de la tierra, a raíz de la epidemia de fiebre amarilla desatada en las postrimerías del siglo XIX en la ciudad de Buenos Aires. Y una ráfaga envolvente y proveniente de ese averno citadino, hace presa de él y se lo lleva para siempre hacia las entrañas de la ciudad. El señor Elmer Heymann acreedor de Cátulo desde hace unos ocho años, afirma que el cadáver descabezado y esa cabeza hecha una escabechina pertenece a otro pobre infeliz y que el deudor incorregible se encuentra a estas horas en las sierras de Córdoba, regenteando una hostería de la mutual de los trabajadores del cuero. Sin embargo las manchas dejadas en el asfalto y en los frentes próximos, pertenecen inalterables y pese a la inútil fuerza y dedicación de lavandina, jamás pudieron ser borradas. Hoy son material de estudio y de análisis pictográfico de la Universidad de Arte de Ohio. También hay quien jura con fe y devoción, que se configuró milagrosamente de esas manchas, un femenino rostro virginal y lleno de piedad; y larga e interminable es la fila de peregrinos que todos los segundos viernes de abril asisten e insisten en llevar una ofrenda. Hasta incluso se ha formado un precario pero ya prometedor centro comercial en las inmediaciones. De Sepúlveda como siempre, ni noticias.
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