Arrojo la última piedra que quedaba en mi predio
y boto al basural el destilar del alambique.
Llevo fuera los restos de mi garbo
y lo negativo de mis usados eufemismos.
Me voy en el viento trashumante
hacia cielos o dehesas donde quepa mi cuerpo.
Dejo en lo yermo caricias aclamadas
y abrazos que danzaron en la sombra.
Dejo mis agitaciones polvorientas
y los panfletos de mi vanagloria.
Voy hacia lugares vibrantes y vivientes
lejos de mis canalladas y placeres de insensible.
Dejo en el yermo descaros y debilidades
y me traslado a un orbe de suspiros.
Allí habré escapado de mi infinita lujuria
y de lo efímero e inútil de mis furias instantáneas.