Confesiones de medianoche: un día como otro.
Publicado en Jan 08, 2010
El beso emerge para poseerte; mi mano en tu cintura, mi alma en un trampolín los sueños disparados de mi pupila a tu cuerpo; es tuyo el misterio que me enamora la sangre, el cálido suspiro que vuela en mi cabeza. Nuestro espíritu flota sobre el agua, se humedece con los labios abiertos: inevitablemente. Continúa fluyendo mi corazón al tuyo, descalzo, lleno de ilusiones. En tus ojos he visto el paraíso, la lluvia y la noche, el infinito. Tu nombre me llena de signos nuevos el alma; mis labios son la apuesta, mi pasión es la apuesta, mis manos son la apuesta. Y me juego hasta el último aliento por ti. Tu cuerpo es un espejo y me refleja mis deseos, mi sed, mi hambre, el apetito que me llena la voluntad. Apenas camuflageado con la máscara de poesía. No soy tu destino, no soy el hombre de tu vida. Soy lo prohibido, el secreto, lo inmoral; soy la humedad entre tus piernas, la mano que acaricia tus piernas, tus pechos, tus nalgas. Soy lo que tus papás nunca quisieron para ti, un vividor, perverso, lúbrico, anónimo noctívago, una anomalía en la ecuación matemática de Dios. Sin embargo me quito la camisa para enseñarte mis heridas, abro mi corazón para que le claves tus colmillos, abro mis sueños para que los arañes a tu antojo, abro mi brageta para que veas mi erección que te llama con todos los nombres de mujer que conozco y que me obliga a inventar, incluso, nuevos nombres.
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Andica