¿ Quién eres tú, mujer contenciosa?
¿ Por qué caminas y desandas páramos de hastío?
Tu cara y tu desnudez promueven envidias.
Andas sin precaución alguna ante mis ojos:
Tus senos perlados pueden espinarme
y sacar de mis venas una copa de sangre.
¿ Por qué buscas los atajos a mis sienes
si entre tus manos yo perderé la calma?
Deja de promulgarte en las barriadas
y de ser estatuilla a la mirada del muchacho.
Acércate a mí como lo hiciste a Narciso
una tarde en que tronaban las luciérnagas y llovían flores.
Traza sobre mí tu embrujo instantáneo
y tizname en el encanto amatorio de tus labios de tiza.
Ven a mí en tu estado errante
y entra en mi pecho y mis párpados.
Seamos uno con la soledad
lejos de la jurisdicción de las gaviotas.
Tómame en tu antídoto o veneno
y entrégame las aguas que guarda tu provincia.