Genoma y feromonas: Fidelidad (parte 2)
Publicado en Jan 12, 2010
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El crepúsculo, como de costumbre, ya había apagado la tarde sin el menor escrúpulo y, entonces, regresamos caminando por la playa. Cuando nos separamos, besé a Julia y Moriana,   unos pocos metros más adelante, soltó una histérica exclamación.
Me golpeé con una palma en la frente y volví sobre mis pasos para dictarle, a los gritos, mi número de celular; prudentemente solicité a Julia que no me enviara mensajes hasta la medianoche, ya que mi celular (y eso no lo dije) estaba al alcance de Isabel.
Mientras caminaba de regreso al caserón y veía cómo los relámpagos perforaban el negro velo del anochecer, pensé, muy diestro, en cómo a veces las amigas de las chicas con las que se tiene una tácita y simpática promesa de algo, juegan a ser un estorbo. Ay, amigo lector, era en momentos en los que aparecía el lado diestro y con una etílica violencia que él prefería llamar honestidad, despotricaba por ese hecho de que esa amiga entrara en el combo, cruzando los brazos y poniendo pucheros, como lo había hecho aquella señorita, Moriana, reprobándomelo casi todo; y ya podía verla opinando acerca de las malformaciones del galán en cuestión, o sea yo, y hasta jugando al mariscal de un campo en el que ondeaba rojos banderines señalando el blanco a unas ojivas nucleares que desatasen hecatombes atómicas propiciadas por su propio contraespionaje; sí, y hasta la veía, más adelante, impostándome cariño con una maestría única en el sabotaje, ataviada con remerita de ballena de Greenpeace y disimulando su verdadera identidad, vertiéndome polonio de la verdad en mi fresca y rica Stella Artois. Es que el lado diestro creía, como Schopenhauer, que las mujeres formaban una cofradía de género en la que todas las miembros-parte, a pesar de su política de odiarse por nimiedades, de competir infantil y deportivamente envidiándose un mero atuendo o un broche para el pelo, a pesar de esa extraña costumbre de decirse, sonrientes y frescas, cosas tan venenosas por las que dos amigos iniciaríamos una monumental pelea en un bar (porque nada nos impide que, en ciertos momentos, nos rompamos la jeta para luego volver a poner todo en orden y, si es que sobrevivimos, retomar nuestra amistad), estaban unidas por un indestructible lazo solidario, querido lector, y cuando algo indignaba a una, la entera mitad más bella y sinuosa de la especie humana iría a reprochar tal traición; si, porque, amigo mío, ellas asumen que tal delito es contra todas.
Llegué al caserón. Mirto brillaba en sudor y hacía espamentosas flexiones de brazos en una barra dispuesta en la cochera mientras el contador tosía y ventilaba el humeante carbón de la parrilla. Llegué a oírlo prometer que el asado que iría a  preparar sería un antes y un después.
Las tres novias, que estaban en el comedor diario de la cocina hablando en susurros y tomando mate dulce, hicieron silencio cuando me oyeron en las cercanías; sentí cómo el veneno se filtró de cada una de las miradas que me dedicaron. Ridículo, con la simpatía impostora propia de un verdadero cola de paja, les sonreí arrugando la cara como De Niro.
-Estás borracho- cacareó Isabel.
Balbuceé una mentira en la que mechaba alguna disculpa y prontamente desaparecí de ahí.
Subiendo escalones de a dos, fui en busca del celular; y ahí lo encontré: en el ápice de todo, como lo había dejado Isabel para informarme que sí había leído ese mensaje de texto, tan patético y tan fingidamente cursi, que decía ser de Julia.
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Foto del autor inocencio rex
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3 Comentarios 327 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Palabras Clave: amigas

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: inocencio rex

Derechos de Autor: inocencio rex


Comentarios (3)add comment
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inocencio rex

gracias roberto por pasarte y comentar
Responder
January 13, 2010
 

Roberto Langella de Reyes Pea

uacala!, vamos por más!
Responder
January 12, 2010
 

inocencio rex

corregido
Responder
January 12, 2010
 

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