Atando cabos que desata el olvido
en la penumbra de un bar rantifuso
no hay habitue mas temido
que Octavio apalabrando
a una musa coqueta.
El más poeta de todos los bardos.
El más profeta de todos los salmos,
aventurado en calladas rutinas,
en parcos amores que iran desfilando
Parto de las palabras,
cisma de las tristezas
que ahora invaden el firmamento
de los malditos,
los condenados,
lo que pidieron sus tres deseos
y no pudieron dar una mano.
Somos Octavios abriendo el juego
por bulevares de la parranda,
justificamos nuestras andanzas
nos complicamos sin más remedio,
otra cabriola del alardeo
que ya delata algún sentimiento,
rueda de amigos para el consejo
carniceria sin argumentos.