El fin de semana comienza: Siento los parpadeos suaves del sábado.Los convenios de trabajo desaparecen junto con mis manos. Dejo mi intolerancia a la lactosa y mi martillo y me arremango mi camisa de trajines y viento.El pasto se entretiene dando cabriolas mientras saco las esquirlas de mi esqueleto: El pasto es un niño jugando a las volteretas. Mi cuerpo se enciende y se apaga como lámpara o isla y tomo el menos agresivo de mis pasamontañas.Parto de mí mismo y de mi garaje dejando lo apretado de mi anillo de viudo y dos veces casado: No aprendo.Me pierdo entre los paisajes peleoneros, que no saben lo que es una bagatela o reñir en una barata.Subo alto entre arces torcidos y veo arcoíris y colmenas de melaza. Oigo el viento con pasos de cosaco pisar anonadados parajes. Aquí nada trabaja por salario y no hay enverjados que molesten a la pupila o que perturben el ocio del ojo.Todo es verde hasta la brillantez, incluso el odio de los ofidios y las lajas toscas que me rasguñan.
Paso por caminillos cortantes pero no quiero buscar un desenlace: Sólo quiero ser un residuo que se mueve entre pulmones tibios.El canto del canario se concretiza y cae sobre corolas amarillentas, y yo siento la agresión del lugar agreste como la caricia más dulce que jamás haya recibido.Aquí no necesito de pasaportes o licencias: Existo y soy yo y los elementos me reconocen como un ser.Proclamo mi libertad sanguínea y me divierto y río ante monumentos eternales de piedra.He dejado adrede mi reloj para sentir las pulverizaciones del tiempo en mi cara. Vibra el segundo y se cuela en mis latidos y me alegro de vivir y ser alguien.Abajo está la ciudad salvaje que me espera y de la que salí sacudiendo mi cólera.