LA CALLE DE LAS COMPLACENCIAS
Publicado en Apr 29, 2009
LA CALLE DE LAS COMPLACENCIAS
Cuando las caricias desganadas de una amante o lo besos indiferentes de la esposa, sean como icebergs de un hielo iderretible. Cuando el hastío hunda su colmillo infeccioso en lo más profundo de nuestro corazón. Cuando nos hallemos cansados de rutinas, y estemos buscando una experiencia nueva. Cuando sintamos eso y mucho más, ha llegado el momento de vsitar sin asomo de remordimiento, la siempre novedosa "Calle de las complacencias". Esta calle ha existido, existe y existirá mientras el mundo tenga su giro planetario, y los humanos no alcancemos la plena satisfacción de nuestras más íntimas necesidades eróticas. Toda cultura, época y lugar han ofrecido, ofrecen y ofrecerán, en el instante adecuado y en sus circunstancias, los deleites innegables de esta acogedora vía. Allí puede gozarse desde una simple copulación con la ramera de turno hasta el desfloramiento de una niña virgen, si se lleva la cartera bien nutrida y se ostenta la influencia necesaria para que la dueña de casa quiera agasajarnos con tan exquisito y raro manjar. Puede buscarse una que acepte ser atormentada mientras lucha indefensa sobre la cama, o atada fuertemente de algún pilar apropiado con lazos de fina seda o rebumbioso metal. Quizás interese más recibir que dar los latigazos, por mano de una espigada damisela vestida solamente con altas y negras botas, además de un cinturón y brazaletes hechos con piel de oso o cualquier otro animal que funcione como símbolo de fortaleza. En lugar de latigazos podemos gustar mejor una paliza con garfios, tan popular entre aquellos que quieren santificarse, o disfrutar otras torturas de diverso estilo mientras una jovencita, bella y degenerada, manipula nuestras partes con fruición perversa. Si nuestros deseos van aún más lejos, pueden darnos a oler sus prendas íntimas o taponarnos la boca con unas tanguitas recién usadas cuya tibieza evoque claramente su lugar de origen. Es posible observar también desde un desván a través de la mirilla indiscreta los complicados ritos a que otros se someten o someten a sus lujuriosas víctimas, si se paga la tarifa establecida para esto y otros placeres especiales, como esas catárticas orgías. Y así sucesivamente, no se carecerá de ninguna extravagancia si se hacen los méritos adecuados para ello. Seguro que Procusto no hubiera creado nada más apetecible para nuestros secretos e inconfesables deseos en esta dulce y generosa "Calle de las complacencias".
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GAF
Nuestro compañero autor Facundo Aguirre ya debe estár con la Filcar buscando la calle!!!!!
facundo aguirre