La veleta navega en la desmesura del viento, mientras las campanillas se mecen con él.Pasa el lascivo en su revuelo celebrando el próximo advenimiento de la carnestolenda: Ya presiente el olor a joven recién desflorada. Los umbrales de las casas están llenos de colillas y de abreviaciones del humo.Los botaratas increpan a las mujeres respetuosas y su conversación vacía se convierte en un idílio fogoso. Cada quien deja su sombra y se viste de etiqueta y sobrenombre. Es de noche, despierta la farándula de su catre.Las actrices se sujetan a sus moños mientras se aliñan para indiscretas entrevistas.Hay resbalones en las escenas y el teatro se llena de seres laxos y borrosos, mientras de las charcas fangosas beben agua sucia los viejos y sus lazarillos. Después de las seis de la tarde el sol deja sus lavajos y se marcha explícitamente hacia otros suplicios en nuevos horizontes. Hay ambiguedad a esta hora en los hierbajos que quieren volverse palabras. Hay ecos que toman descuidado al estío y lo apuñalan, derramando interminable sangre negra e insípida. Los colores se hacen esquivos a las paletas y los acordes intarcambian palmadas. La noche trae también la resurrección de los bellacos y el resurgimiento de sus ganas de revueltas. Se abren de par en par los antros a solitarias y a solitarios y, entre coletazos, pasa el blasfemo regalando improperios. El mundo entra en una abstinenecia colectiva donde cada quien saca lo peor de sí mismo y nace una pandemia. Yo ma aterro y me voy en mis legítimas manías diluyéndome entre bostezos cortos y sopores largos.