Otrora cómplices de Isabel ahora lo eran sólo entre ellas; entre cuchicheos hablaron, fruncieron las narices y definieron que no había gustado a nadie su comportamiento; si bien había sido maquillada, vestida e incluso alentada por ellas, la reprobaron apenas Ella sedujo al campeón de náutica haciendo abuso de su natural encanto.
Isabel supo que la aventura no había sido ese beso, sino que la aventura recién comenzaba: necesitaba un tiempo para estar sola. La posibilidad de ser otra, de pisar segura sobre el dolor del pasado encarnando un nuevo personaje, había surgido en aquella velada y la terminaba sumergiendo en un lívido ensueño, mientras miraba por la ventanilla cómo la lluvia lo opacaba todo y teñía en colores marinos al amanecer; hora que ya no sentía siquiera compasión, sino que aquel viejo amor por mí, en ese momento, ya no era nada, podía sentirse despreocupada por lo que vendría; no era odio, sino una irrefrenable necesidad de venganza, de una revancha que haría que todo volviese a equilibrarse evitando que tantas de sus lágrimas se hubiesen hecho nube en vano, sin ninguna retribución. Lo había sabido al momento en que esa corazonada la hizo querer desnudarse ante un completo desconocido para sentirse liberada, tan extrañamente limpia, la misma rubia diáfana que supo ser, tan hermosa como en aquellos, nuestros mejores días, en las mañanas de albor; pero lo más liberador de todo, pensó Isabel, era tener la feliz certeza de que había dejado atrás la terrible pérdida del embarazo, con el fantasma de un hijo perdido antes de llegar a sentirlo más que como un leve latir en su vientre, como una breve presencia prometida en su interior. Entonces sintió un escalofrío cuando relacionó dos lugares,  momentos y sensaciones: el sueño y el beso rapaz. No recordaba de aquella pesadilla más que la verdadera pesadilla del despertar envuelta en propia sangre, conmigo espantado y sin saber qué hacer para ayudar. Relacionó los dos lugares y admitió que había sido Ella la que se deshizo, en aquel extraño sueño, del embarazo; comparó la sensación provocada por el beso del campeón de náutica, llegado como un relámpago, con la sensación liberadora que creyó recordar de aquel sueño; el beso del campeón había cerrado el círculo y el deja vu constante de aquella noche que se terminaba, tenía su fuente y sustancia en aquel sueño. "Las cosas se terminan mal o nunca terminan" pensó y se sintió despertar de esa pesadilla inaugurada entre sábanas sangradas; una historia que supo ser de amor hasta que ya no supo serlo, se acababa mientras el Peugeot dejaba atrás el portón de entrada para refugiarse bajo el techo del garage.
Somnolienta subió las escaleras y con un involuntario pisotón de un taco caro y milanés hizo que un tajo sangrara en la patita del cachorro. Marianito aulló e Isabel realizó los primeros auxilios olvidándolo todo, después  calmó al perrito con caricias y, ya tirada en la cama, lo abrazó pero no volvió a llorar aunque le fastidiara encontrarse en un lugar extraño en una, ciudad extraña con gente extraña. No le extrañó no extrañarme.
Así se durmió.