Bajo el Gigante
Publicado en May 01, 2009
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No puede dejar de recorrer las calles. No importa quién lo conduzca, quiénes viajen con él, ni siquiera es relevante el precio del paseo, solo necesita ver que aún está allí, que todavía se erige en medio de todo el monumento a lo recordable, el símbolo de Buenos Aires. Sabe que si algo le pasara no quedaría nadie en la Argentina sin enterarse, pero se mantiene en su enfermizo escepticismo y va cada día para corroborar lo obvio, acordándose de lo que le dijo el hombre de bigotes y de gorro negro.  ¿Cuánto tiempo puede durar un engaño?, solo es cuestión de esperar para saberlo, pero es seguro que no puede mantenerse para siempre.
Hay historias que, si bien no tienen un final, poseen principio, y asimismo hay leyendas que aun no sabiendo su comienzo, terminan de forma inesperada o en el suplicio de la espera de un desenlace mejor que el nudo. Muchas veces lo místico es más atractivo que lo transparente, lo común, lo corriente, y a menudo, por eso, al encontrar la verdad en la oscuridad la desechamos, la despreciamos. Lo desconocido es una puerta a un mundo ideal, es la posibilidad de hallar lo que en lo palpable no está, o al menos, no es como lo queremos. La imaginación nos hace felices como tal vez jamás lo seremos realmente, pero también puede hundirnos en una infelicidad irreal, que si no se posee la capacidad de distinguir lo imaginado de lo verídico, puede parecer cierta.
En rigor de verdad, ya no le preocupa ser feliz. Creo que si se preocupara caería en la trampa del que inventó esa palabra, sería otro iluso en busca de algo que no existe ni jamás existió, la felicidad. Bah, en realidad existía, pero quien alcanzó ese horizonte hacia el que todos caminan, al darle el nombre con el que hoy la conocemos, logró hacer que todos se obsesionaran con algo aparentemente muy palpable, eso que hasta tiene una denominación clarísima, que inefablemente resulta tan tentador como inalcanzable. Qué astuto fue aquel hombre, pero a la vez qué egoísta, pues siempre supo que desde el momento que tuviera ese nombre su logro, nadie más lo podría alcanzar, pero en fin, esa es otra historia muy larga.
Cuando se topó con el hombre de bigotes, este le encomendó una hoja escrita con una tinta que era ilegible, tan diáfana como las aguas de las Antillas, absolutamente traslúcida. De ninguna manera podía leerse lo que estaba estampado en aquel pergamino. No tuvo oportunidad de hablar mucho tiempo, pues el hombre parecía apurado y él sinceramente también lo estaba, ya que en pocos días comenzaría la gran obra y debía tomar las fotografías del progreso de la construcción. Era 15 de mayo y en exactamente 8 días debía tomar la primera imagen de los obreros comenzado con el gran emprendimiento que diera esa característica especial al que hoy en día es el camino de mayor anchura, al igual que entonces. De esta manera, cuando aquel hombre le dio ese rollo escrito, le encomendó trasmitirlo a toda la población, le pidió encarecidamente que arbitrara los medios necesarios para que todos, sin excepción, se enteraran de lo que allí estaba escrito. Le dijo que en ese papiro estaba el secreto para que el país tuviera una vida soñada, perfecta, el ideario que respondía a cada época venidera. Le explicó que se lo había dado un tal Casimiro Esmeralda, de la misma forma que se lo daba a él ahora. Agregó en su discurso que, lamentablemente, poseería la maldición de quien escribiera este rollo mágico, que era ser inmortal hasta que las diáfanas letras pudiera leerse, pero que mientras tanto podría disfrutar de una vida de salud plena, con la seguridad de vivir in eternis.
-Y...entonces, ¿Por qué ha de ser una maldición? -preguntó.
-Mientras el papiro no sea leído, poseerás la vida eterna, al igual que yo, hasta ahora -dijo-, pero ni bien el mensaje oculto en este rollo sea develado, caerás en el suelo en una súbita muerte.
-Pero mientras nadie lo lea, mi vida será eterna -le dijo mirándolo con los ojos brillantes como los que de quien ha alcanzado su sueño.
-Exacto -contestó el hombre.
-Pero... ¿Por qué me lo has de regalar? ¿Acaso no deseas vivir? -le preguntó.
-Algún día me entenderás -le dijo y se perdió en la multitud de la calle Florida.
Esa noche estuvo insomne por la emoción de  sentir que había vencido a la muerte. Se regocijó pensando en todas las cosas que haría, en los años que viviría, imaginando cómo sería el futuro. Guardó el rollo traslúcido en un cajón del escritorio de su cuarto, y por varios días trató de olvidarlo. De a ratos se acordaba que en cualquier momento, la tinta del papiro en blanco podría volverse legible, según lo dicho por el de bigotes, y su muerte sería inminente. Finalmente olvidó la felicidad que le había dado al principio la vida infinita, y comenzó a preocuparse por su muerte. Todo el tiempo, además, se planteaba si debía dar a conocer ese rollo, tal cual se lo había dicho aquél, o si bien debía esconderlo y así asegurar su supervivencia.
Ya era 22 de mayo; al otro día comenzaría la obra del gran falo argentino. Todo el mundo estaba pendiente de aquel espectacular emprendimiento. El diseño fue de un arquitecto -del que ahora no recuerdo el nombre-. Quien se encargaría de erigirlo era una gran compañía, y las piedras con las que lo construirían eran de color blanco, traídas desde Córdoba. Eran las 3 de la madrugada del 23 de ese mes cuando se le ocurrió la idea que lo iba a condenar: "Ya sé, voy a enterrar el rollo debajo de la obra, así nunca nadie lo podrá leer -se dijo en la oscuridad- y viviré eternamente". Sin poder dormir, esa noche tuvo una sonrisa imborrable.
Ni bien se levantó, por la mañana, fue hasta Corrientes y 9 de Julio, a la plaza redonda, donde comenzaría la obra esa misma tarde y en el reparo de las sombras de la mañana aun no penetrada por el sol, enterró el rollo de papel, guardado en una caja, en un pozo profundo que un par de horas después rellenarían con cemento.
Así, condenado a saber que las respuestas a todos los problemas del país están escritas en un papiro enterrado debajo del obelisco, en su vagar sin fin por el centro porteño, se acerca a él todos los días de su vida eterna, con la esperanza de que, por obra del destino, ya no esté ese gigante blanco, y de esa manera pueda desenterrar el tesoro que le dé la paz de la muerte y lo libere de la culpa que siente por lo que ocultó preso de su egoísmo, aunque cabe la posibilidad de que todavía la tinta no se haya revelado.
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Foto del autor Cristian Omar Alejandro Graf
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Descripción

Un mito sobre el smbolo de Buenos Aires

Palabras Clave: mito cuento historia relato obelisco papiro pergamino Cristian Graf Bajo el Gigante Vida eterna leyenda

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Creditos: Cristian O. A. Graf

Derechos de Autor: Cristian O. A. Graf


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