Pesadilla viviente,
que quitas de los años de juventud
lo más preciado: la lozanía...
Mi rostro
no tiene expresión alguna...
Mi cuerpo ha perdido sus formas...
Soy casi la sombra
de lo que ayer fui...
Mis ojos están hundidos,
pero es  mi piel
la que se ha adherido
más a mis huesos del cráneo...
Mis cabellos
se cayeron uno a uno...
Mi boca no ríe
pues no posee la armonía de antaño...
Mi piel está pálida,
los colores se alejaron de ella
y el color gris se apoderó de mi vida...
Mis pies y brazos
están demasiado delgados...
Ahora los cubro con telas frías...
Pensar que antes del diagnóstico
 de esta enfermedad,
las minifaldas eran mi prenda preferida...
Las mostraba con orgullo
y coquetería...
¡Enfermedad, me podrás arrancar
jirones de mi vida...!
Pero no podrás apartarme de la fe,
del amor de Dios
ni  de mis sueños de esperanza...