UN RELOJ
Publicado en Jan 23, 2010
Era un reloj viejo. Sus manecillas estaban gastadas y el segundero ya no iluminaba en la oscuridad.
Sus números estaban ilegibles y el sonido de la alarma ya no se escuchaba. Randolfo, era el dueño de esta pieza antigua. Tenía noventa y tres años, sus cabellos repartidos en su cabeza, mostraban zonas de calvicie. Su mente estaba lúcida, pero su cuerpo no lo acompañaba como antes. La artrosis en la cadera lo tenía postrado por largas horas en la cama y sólo el bastón negro, era su seguridad de equilibrio, al pararse. Vivía con uno de sus hijos, la esposa de éste y tres nietos mayores. Cada uno vivía su propia vida, y el abuelo sentía muchas veces la soledad. Allí, en su habitación, la mente dibujaba escenas de juventud en las murallas: el día en que vendió fierro y llevó alimento a su madre viuda; cuando rescató un gato abandonado de sólo unos días y fue con una botella y un grueso chupete que lo alimentó; el día en que conoció a su esposa que lo acompañó por más de cincuenta años; el momento en que compró el primer disco de Carlos Gardel y lo gastó de tanto escuchar. Guardaba dentro de sí, como un tesoro, cada uno de sus miles de recuerdos y se sentía joven, emocionado, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas por el tiempo pasado. A veces se sentaba en su sillón favorito en la sala, junto a la familia que veía la televisión. Él no estaba pendiente en esa caja mágica, como la llamaba. Observaba a sus nietos que se sentaban delante de otra pantalla, y escribían una carta, la que era respondida en forma inmediata. Esto provocaba alegría en el que estaba de turno, ocupando este aparato. También provocaba enojo y lo apagaban molestos. A veces se levantaba del sillón y caminaba hacia su dormitorio, mirando de reojo lo que hacían sus nietos y observaba fotografías que se podían transformar. Preguntó muchas veces sobre esta maravilla, pero sólo había entendido que se llamaba computador, y algo como internet: "Tal vez es una palabra que viene de intento...", se decía a sí mismo. Intentaban comunicarse, intentaban divertirse, intentaban aprender, pero a veces era un intento fallido. Una de sus nietas le había comentado sobre Ralph, un joven norteamericano que quería conocerla, pero había resultado ser una mujer que la engañaba para burlarse. Randolfo prefería su reloj, porque con él podía comunicarse con su pasado, con su presente y con su futuro, que dependía de poco tiempo.
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alma