Los días son pasajeros insólitos: Nacen imberbes al alma y mueren al crepusculo y resucitan como lunanes implacables. Los días pasan delante de los párpados abiertos o cerrados y su rostro puede ser solar o cargado de agua.La manigua le da en la frente y baja hasta sus botines y mojaría sus enaguas si las trajeran. A menudo se consolidan cuando el sol dice estar en su cenit cuando en verdad degusta perseguir diosas en algún rincón ignorado del olimpo y deja en su lugar un doble con su misma altivez. El día nace con manos blancas y parece derrotar las humanas adversidades, pero es sólo apariencia, porque el daño vive con el calamitoso y no se mengua con la presencia o ausencia de luz. A veces, el día moja las mantas de los caporales malumorados y estos matan la rabia azotando despiadadamente a su jaca o a su mulato. El en día son más notorios los entierros pues las luminarias descansan a medio mundo de distancia y el cadaver puede ocupar toda la notoriedad del acto tenebroso. Yo prefiero los días insolentes que no se amilanan a la ventisca y petrifican su rostro ante los horizontes ásperos: Su enseñanza por lo menos me deja una lejana moraleja o algo de qué discutir en las tertulias de haraganes primitivos como yo lo soy y me reconozco.