La ira de los buenos. Capitulo X. Monologo de la otra
-Yo se que si el diputado se entera que lo engaño me pasa a cuchillo a mi y al guajiro este que me tiene loquita. Ya se, ya se. Para que arriesgar todo si el tipo me tiene bien atendida, me da todo lo que le pido. No seré la mujer en los papeles pero si en la cama y en el corazón del señor. Tiene sus cosas buenas, no me trata como una puta, no me miente, no me maltrata. Incluso para ser un señor ya grande es muy atento conmigo en la cosa del sexo. Muy dulce, muy activo. El me saco de la calle, el me saco de los puteríos, el me transformo en una reina. Pero yo nunca le pedí ser una reina, ni dejar de ser puta, ni siquiera pedí gustarle. Fue él quien se flecho y me ofreció todo en bandeja, fue el quien me encontró en los puteríos de su amigo, fue el quien insistió e insistió para que yo lo siguiera y dejara todo por él. ¿Y que iba a hacer? ¿Seguir vendiéndome para que me llenaran con su leche asquerosa un montón de pervertidos? No quiero ser desagradecida con él, ni con la vida de puta, que me gustaba. Después de todo, las noches de fiesta, de frula, de champagne, los pendejos calientes y sus vergas hinchadas por el viagra deseándome el culo como se desea agua en el desierto, era algo que alimentaba mi morbo más profundo. Me gustaba eso de ser la reina de la noche y el toqueteo de los muchachos y las muchachas. Pero que iba a hacer, el hombre me ofrecía mejor vida era dejarlo o tomarlo. Y lo tome. No me vine de Santo Domingo para terminar de puta vieja en una esquina. Era mi oportunidad. ¿Si lo quiero? Si, siento un gran afecto por el. Me atrae ese aura de poder que exhala, es un hombre importante y se le nota la importancia. Pero cuando esta conmigo es un gatito mimoso. Un ser acurrucado en mis rodillas escondiéndose no se de que cantidad de fantasmas que lo persiguen. Yo se que no es un buen hombre. Que roba, que miente, que usa su poder para hacerse asquerosamente rico a él y a los suyos. Pero no es para eso el poder. Me pregunto. Desde ya que quisiera ser su esposa y entrar por la puerta de su casa y que sus hijos deban llamarme madre. Y que los diarios y las revistas me registren a mi, que soy una reina de ébano y no a la arpía esa que tiene al lado como su compañera. Porque lo juro, en la cama, en el corazón, en su sexo viejo y cansado soy yo quien reina.
Pero ese guajiro, ese pendejo vergon me tiene loquita. Si ya se, ya se, es meterse en un lío bárbaro. Será mi duro corazón de puta que me tiene atrapado en una de sus trampas. Apenas lo vi., en la cochera de aquel departamento donde nos encontramos con el comisario y el proxeneta me flecho. Su torso, sus brazos, ese cabello cortito de macho, una boca carnosa y el bulto que se le movía en unos pantalones de hilo que me puso loca. Y cuando se puso en bolas y me empezó a toquetear con esas manos fuertes y se le paro esa pijota enorme y me la puso por el culo y la boca y todo mis agujeros llenos de deseo y cocaína, yo estallaba en orgasmos irrefrenables, imposibles de reprimir. Me le cague en la mano y me comí mi propia mierda y no me importo un carajo que los otros dos hijos de puta me miraran. Ahí supe que ese hombrón de pija sabrosa era mío y así lo quería. Mi juguetito propio. Mi amorcito de puta retirada. Mi venganza de otra.
¿Qué me llevo ahí? Que se yo, la plata, la amistad, la necesidad de ser yo algo más que la otra. Lo que yo me pregunto es que llevo a los otros dos a querer ver como una guacho se cogia a la mujer de su socio. Eso siempre me pareció perversamente inquietante. Pudiendo llevar cualquier puta, pudiendo llevar a cualquiera que se propongan, me tenían que convencer a mí. Es que mi hombre suele dejar gente ofendida que busca revancha de forma extraña.