Desastre aéreo 2
Publicado en Feb 02, 2010
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Valentina me había acompañado hasta Aeroparque; los lunes entraba al estudio a las once y media, y éste le quedaba sólo a unos minutos de taxi. Si estaba radiante, sublime, y no me soltaba el brazo por ningún motivo (ni siquiera cuando despaché el equipaje junto al oso) quizás era porque sabía que la semana que viene comenzaríamos la tan ansiada mudanza. Los trámites recién empezaban, y si yo creía que lo mejor era mudarme a Buenos Aires era porque tenerla a Alejandra cerca y usando a Steffi de escudo iría a ser muy doloroso para todos; sobre todo para la pobre Steffi. Estefanía, mi hijita de siete, era a quien extrañaría cuando me viniera a Buenos Aires, era por eso que sentía algo de culpa y quizás por eso le llevaba un oso panda gigantesco y tan real que, seguramente, le iría a gustar -debo aclarar que, en realidad, al oso lo había elegido Valentina porque yo, para eso de elegir los regalos para mi hija, siempre fui un bestia-. Pero si. Me estaba separando de Ale, una decisión dificilísima y una solución final porque, entre otras cosas, ya no soportaba que mi imagen se siguiera degradando, cada vez más y progresivamente, ante los ojos de mi única hija; es cierto que quizás eso pasaba por mi propia incapacidad de recomponer la relación con su madre, y en parte, debo decirlo, porque Alejandra, al sin tener el mínimo tacto, llegó incluso a decirle a Steffi que mis viajes a Buenos Aires eran porque "ya no las quería mas". Además, de aquello que sentimos alguna vez y habíamos llamado amor ya no nos quedaba, ni a Alejandra ni a mí, más que el vislumbre de los recuerdos en álbumes con centenares de fotos: las de nuestro magnífico noviazgo, las sonrisas de nuestros viajes (y sobre todo de aquel a Florianópolis), las fotos de nuestra boda (que mi nula fotogenia, sumada a aquella célebre borrachera, arruinaron casi la mitad), las de una luna de miel en la nieve de Las Leñas, las de Ale con la panza chiquita, las de Ale preciosa y orgullosa con su panza, las de Ale y su panza gigante a punto de estallar; y nuestra primer fotografía de los tres, esa que sigo llevando en la billetera, la aquel día tan feliz en que llegó Steffi (que yo quería que se llamara Paula); y así podría seguir enumerando momentos, pasados y fotografiados, de los últimos diez años, o de los siete desde que nació Steffi, y el amor entre Alejandra y yo seguiría sin volver. El tiempo había erosionado aquel paraíso. El amor es fotografías, y luego nada. La voz informó a los pasajeros que debíamos dirigirnos a la zona de embarque y fuimos rápido a ver qué revistas llevar en el viaje. Compré el Clarín y elegí una con el rinoceronte en la tapa. Pagué haciendo malabares sin soltar el diario, ni la notebook, ni la revista, ni a Valentina. -Te voy a extrañar, Seba.- suspiró, teatral, Valentina, rodeándome la cintura en un abrazo por debajo del saco y pegándose a mi pecho. Su vivo cuerpito se estremeció con un suspiro. -El sábado estoy de vuelta, Valentina. Vas a ver como el tiempo vuela ¿me vas a estar esperando? Le besé la frente. -ah...me traigo las cosas acá y me quedo en Aeroparque hasta que vuelvas. -soltó el abrazo para mirarme a los ojos. -Ya sabes: traigo los planos acá al café y laburo ahí sentadita... le pido a mami que me mande dos mudas de ropa, me compro un cepillo de dientes y listo. Volví a besarla, como si fuera la última vez que lo haría. Sentí que el corazón me estallaría de dicha y me vi obligado a exhalar. -te amo, Vale. Sos hermosa. -decís eso porque no sabés que amar es lo que yo siento... y si sintieras lo que yo siento, te darías cuenta de que lo que sentís vos es muy chiquito -cerró los ojos apretando los párpados-, ¡pero chiquitito en serio, eh! Le pegué tiernamente con el cuerno del rinoceronte de la National Geographic hecha un rollo. Le dije: -callate Vale... que me dan ganas de quedarme. -ah, no... señor, usted tiene que ir para allá y bien lo sabe. -me agarró de las solapas del saco, me besó el mentón con suma dulzura y siguió:- En serio, Seba... mucha suerte.... sé que lo que vas a hacer es muy valiente... esas cosas nunca son para mal si son honestas, si son con el corazón...- pero extrañamente se soltó de mi abrazo exclamando: - ¡ay Dios!...- sentí el chispazo con el que Valentina palideció. -¿que pasa, Vale? ¿Te bajó la presión? -nada... -¿estas bien?... ¿Viste que tenés que desayunar mejor? -estoy bien, Seba. -¿estás segura? -busqué sus ojos pero Valentina contestó escondiéndolos en el piso: -si, si... no es nada: me dio un escalofrío, nomás. -... bueno... entonces mejor me voy para embarcar -dije mientras, con escepticismo, yo le seguía buscando la mirada. -o.k, Seba... -¿pero en serio estás bien? -si... en serio- respondió en un tono extraño, como absorto, insólito para mí. De repente, y aunque sabe que odio que me interrumpa los besos, apenas me acerqué a sus labios lanzó una carcajada, vehemente y falsa; volvió a ponerse seria para decir, ansiosa y de un tirón: -¿y si te quedás? Quedate y viajás mañana. ¿Si? Yo falto al trabajo y nos vamos a pasear al Tigre... Interrumpí la absurda invitación impostando dureza: -sabés que iba a viajar ayer y me quedé... ¡sino no me voy más, amor! -y no te vayas- volvió a abrazarme, pero esta vez con muchísima fuerza. -no te vayas nunca, Seba. -Vale... ¿en que quedamos?... Recién me decías que tenía que irme porque era valiente, y ahora... -y ahora te pido que no te vayas...- y pegándome la cabeza al pecho, berreó: - por favor, Seba... tengo mucho miedo. -. Notaba que ella sentía miedo y que me estaba hablando en serio. Cada vez más sorprendido con lo absurdo de la situación, la reté: -¡Parecés una nenita, Valentina!... Sabés que el sábado estoy acá de vuelta. - es que tengo mucho miedo, Seba. -¿pero miedo a qué? -a no volver a verte, mi amor-. Y, luego de besarme el pecho envuelto en Cacharel, pegó a él su parietal izquierdo, como queriendo oír mi corazón y nunca mis palabras. Su cuerpo ya no era el cálido y bendito instrumento de amor que esa misma mañana había despertado a mi lado, era ahora un amasijo de nervios que acompañaban al estruendoso despegue de un avión. Una rubia tipo "Chica Bond" que pasaba llevando bolso y cartera, observó la ternura de la escena, se acarició el pelo y me sonrió. -Vale: el sábado estoy acá, pase lo que pase. Te lo prometo, mi vida... -besé su frente y pausadamente repetí: -el sábado estoy acá de nuevo con vos. -¿me lo prometés? -mi amor... sabés que sí... - le daba mi palabra mientras le frotaba los hombros: - te lo prometo de nuevo... ¿y vos me vas a estar esperando cuando llegue? -te dije que de acá no me muevo. Viendo su expresión grave, su mirada susceptible, temí que hablara muy en serio y se comprara un cepillo de dientes en el drug store.
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Roberto Langella de Reyes Pea
Roberto Langella de Reyes Pea