Desastre aéreo 3
Publicado en Feb 02, 2010
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Abrí la laptop. Volví a cerrarla apenas sonó mi celular. Rezongué cuando vi el nombre en la pantalla. -hola, Ale. -hola ¿Sebastián? habla Alejandra. ¿en donde estás? -ya estoy embarcando... todavía en Aeroparque. Anunciaron el vuelo a Iguazú con escala en Posadas. Envié un beso sordo a Valentina que viajó atravesando la costra invisible del cristal. -pero llegas hoy ¿no? Valentina, con una mueca que emulaba una sonrisa, me devolvió el beso. -ahá... en dos horas o tres... bah, andá a saber... espero estar hoy en Posadas. -ah, bueno... no... porque Romina quiere hablar con vos- dijo Alejandra, con una inusitada, imposible suavidad. Sospeché. -¿y por que no habla con Esteban, nomás? -porque Romina dice que quiere hablar con vos, Seba. -¿para qué? -no lo sé...- negó con un primer acorde de ese tono, para mí, exasperante. -Ale... vos sabes para qué - y los dos bien sabíamos que ella sabía-. Si es por hablar con ella, yo no quiero. -dice que hay cosas que no cierran, Sebastián. Ay. Si el amor es un noble negocio, el desamor es miserable. -si las cosas no cierran, decile que las hable con Esteban. Ellos son abogados, están para eso... ¿Y Steffi? -está mirando los dibujitos, hoy no fue a la escuela. No se sentía bien. -¿de nuevo no fue a la escuela? Ahora qué tiene. -no sé, me dijo que no se sentía bien... yo no la vi muy bien-. Contestó Alejandra, ya con su tonito de voz habitual. -pero faltó el miércoles y el viernes-. Volvía a sentir ese peso que me ennegrecía el pecho, ese mismo negro que se me subió a la mente cuando Alejandra sentenció: -mirá Sebastián: no te hagas el buen padre por teléfono. -¡no me hago nada! ¡no la dejes faltar! Alejandra... es lo peor que podemos hacerle-. Dije aquello en una especie de berrinche. Alejandra contraatacó: -¡Ja! ¡Lo que faltaba! Desde Buenos Aires me querés manejar la vida. ¡Nos querés manejar la vida! Mirá que nosotras estamos muy bien así... sin vos. -Ale: yo no te quiero manejar la vida, lo que te digo es que no quiero que mi hija falte al coleg... -¿tu hija? ¡Nuestra hija! -bueno, okay, nuestra hija... -te podías haber acordado antes de todo esto... ¡¿tu hija?!... ¡dios mío, cuanto cinismo...!-. Alejandra había logrado, una vez más, ponerme furioso. Conté mentalmente, para tranquilizarme y no empeorar las cosas diciendo algo de lo que iría a arrepentirme. -¿Steffi anda por ahí? ¿Me das con ella? Se oyó la pregunta de la madre y después la voz de Steffi contestando algo. -Dice que no quiere. -¿Cómo que no quiere? -Y... no quiere. - me contestó categórica y en ese tonito maldito con el que siempre logra sulfurarme. Hice una pausa en la que quise destrozar el aparato contra el piso. Respiré hondamente. -decile que quiero hablar con ella, urgente. Alejandra dobló su apuesta: -¿no estendiste que no quiere hablar con vos?- -Alejandra: andate a la -cortó.- ... Del otro lado del vidrio estaba de pie Valentina, mirándome absorta y acicalándose el chal violeta como en un tic. Lo espléndido de nuestro fin de semana juntos, se había desvanecido; su cara era ya de desasosiego, de una angustia que no pudo ocultar ni siquiera cuando esbozó esa sonrisa constipada que me envió a través del vidrio. Me dirigí al guardia del detector de metales (un hombrecito con cara de nada, pero también con la autoridad del uniforme) y le pedí si podía salir o, sino, si al menos podía dejar entrar a Valentina a la zona de embarque. El guardia me remitió a su superior: una joven morocha con un birrete de la Fuerza Aérea que me negó las dos opciones alegando la inminencia del embarque. Tomé mi celular y la llamé; esperé a que encontrara el suyo en el caos de su cartera mirando, a través del vidrio, cómo sus párpados parecían ya hinchados por futuras tormentas. -Vale... -mi amor -canturreó con ternura- ¿estás bien? Te vi hablando por teléfono enojado ¿pasó algo? -si, no es nada ¿vos estás bien? -si... -yo no te veo nada bien. -te digo que si, Seba, estoy bien. -bueno... andá al estudio porque vas a llegar tarde. -no voy a llegar tarde... dejame, que yo sé cuando irme. -Vale, mi vida... me hace mal verte así a través de un vidrio. -A mí me hace peor no verte más. Realmente me estaba asustando con ese dejo fatalista. Si bien yo nunca tuve miedo a volar, aquel temor, caprichoso e infundado de Valentina, estimulaba una sensación nada cómoda cuando se está por abordar un viaje a 10000 metros de altura. La reprendí: -uy Valentina ¿Qué pasa? Estas actuando raro: no digas así... -no me pasa nada, Seba. Te dije que me iba a quedar acá hasta el sábado. Mientras vos hablabas por celular, fui y me compré el cepillo -llevó una mano a la cartera.- ¿querés verlo?... Es rosa.- hurgó en la cartera -¿que?... ¡me estás jodiendo! -y llamé a la oficina... los planos vienen en camino. -¿estas loca? -y ahora corto con vos y llamo a mami para que me traiga la ropa... -¡estas completamente loca! ¡¿Así querés que me venga a vivir con vos?! -¿Qué dijiste? Cuando sus ojos brillaron hasta ahogárseles en ese mismo silencio en el que yo caí, supe cómo se apagaba una estrella y sentí a un ángel cubrirse el rostro con un ala. Valentina insistió con la voz cascada: -Seba: ¿Qué acabás de decir? - -perdoname Vale... perdoname, mi amor.- Y lágrimas ya rodaban en sus mejillas. -¿qué clase de loca creés que soy? estoy enamorada de vos y quise quedarme hasta que el avión despegara... nada más. -... Vale, no lo dije en serio. Quise abrazarla con la fuerza que nunca tendrían mis palabras. Pero el vidrio seguía ahí infranqueable, árbitro invisible entre nosotros. -ya sé, Seba; sé que no lo dijiste en serio, pero lo dijiste. -yo también estoy enamorado de vos, hermosa. -ya se, Seba. Chisté, chillé y puteé mirando a un techo aséptico sin tener argumentos: -la puta madre, ¡soy un boludo!. -no, Seba... tenés razón...-dijo una endurecida Valentina, sonándose y secándose con un Kleenex. -además, yo sé que todo esto es muy difícil para vos... quizá te estés arrepintiendo de venirte a vivir a Buenos Aires... -¡no!... es que... Alejandra no me dejó hablar con Steffi... y me la terminé agarrando con vos. -te entiendo, Seba. Pero vas a tener que aprender a manejarlo. Esto recién empieza, mi amor. -tenés razón, Vale... te prometo que nunca va a volver a pasar algo así. Ansié de todo corazón que sí tuviera el cepillo de dientes en la cartera, y que fuera rosa; deseé con tantas ansias que los planos estuvieran a punto de llegar desde el estudio y que Susana, su mamá, ya tuviese preparadas las mudas de ropa. Nos saludamos a través de ese vidrio empañado con el halo gris de las despedidas. Vi a Valentina irse a trabajar.
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Roberto Langella de Reyes Pea
No hay peor tensión ("peor" como "mejor") que las que suscitan las situaciones cotidianas; como suscita cuando "no ocurre nada". ¿Será que en nuestrsa vidas cotidianas la mayor parte del tiempo parece que no pasa nada?, me pregunto; todo ese tramitaje de palabras que mantenemos diariamente en nuestras relaciones, casi de manera burocrática, en el intento de mantener un poco de "orden" en nuestras vidas. vivimos inmersos en estos tramitajes, pensando que luego vamos a poder "descansar y disfrutar", ¿no?; la cuestión es que se arman bolas de nieve, que luego solo pueden ser detenidamente, abruptamente, por lo imprevisto. Vivir de otro modo da vértigo, también.
Ya sé que vos no sos Sebastián, digo, a cuántos sebastianes conocemos, ¿no?, y qué odiosos y qué queribles nos resultan a la vez.
Alguna vez yo fui un Sebsatián de esos. Hoy estoy en las antípodas de eso (mañana no sé) pero la incertidumbre se combate con dósis de buen sentido del humor (espero).
Bueno, bancame la perorata, es tu culpa, por inspirarme tanto con tus escritos. Te extraño, amigo, casi como una quinceañera escandalizada. No te rías, bolú, me retrotraés a esos sentimientos amistosos de la adolescencia. Bueno, la corto, o terminaremos los dos cantando Canción para mi Muerte, entonando con voces de pito. Un abrazo.