El Caballero Skirno
Publicado en May 07, 2009
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Todavía no puedo aceptarlo, no quiero hacerlo; pero el miedo es superior, es avasallante, tiene el poder de vencer fácilmente a mi orgullo, que enseguida es relegado como un sentimiento obsoleto. Así, temeroso y sin orgullo, soy tan vulnerable como un guerrero en batalla sin su espada y sin su armadura; soy como la hoja del árbol seca que ante el primer soplido del viento otoñal, se rinde después de haber temblado unos minutos, cayendo con aplomo sobre el suelo; me siento como el que por ser amable es considerado un idiota, como el que por ayudar es humillado, como aquél que por prestar es robado.
            Las palabras son tan simples, tan livianas que con el aire les basta para llegar a destino, posadas sobre él; pero a la vez son tan poderosas que el mundo podría ser destruido si se las utilizara con ese fin. Pueden dar felicidad a cualquiera, pero asimismo llevan a veces al más profundo sentimiento de tristeza, de desolación, de angustia y desasosiego. Algunas son hermosas, y otras expresan la propia miseria humana; algunas ayudan y otras, en cambio, entorpecen. Cuando le dije a aquél hombre, cuya máscara me pareció una exageración, que no temía nombrarlo en una historia, pues él solo era parte de uno de mis cuentos, debí pensarlo mejor ya que, desde esta mañana, espera frente a la puerta de mi casa a que yo salga, para acabar con mi vida.
            Hace un tiempo, en una noche tormentosa, inundada de relámpagos y truenos, sentí la necesidad de escribir un relato. Ello era algo bastante habitual ya que es mi oficio ser escritor, por lo que tomé de mi mesita de luz mi cuaderno y la lapicera de siempre. Comencé mis líneas explicando la situación en la que yo estaba, y en medio de la historia, volcando el sueño que había tenido hacía unos minutos, sin dejar de narrar en primera persona, comencé el relato del Caballero Skirno. Éste era un ser despreciable, nocturno y que se dedicaba a aniquilar a quien con él se topara, por el solo placer de hacerlo. Su estatura era de unos dos metros, su ancho el de tres hombres y siempre tenía su espada en la cintura y el rostro cubierto por una máscara roja. En la historia irrumpía en un pueblo lleno de familias y, sin escrúpulo alguno, mataba a cada una de las personas que habitaban ese sitio. La sangre inundaba las tierras y las cabezas rodaban por doquier; realmente un historia horripilante, desagradable, de esas que jamás debieran ser escritas, pues ni al escritor ni al lector le producen placer alguno.
            Cuando, por fin, terminé de escribir el cuento, no soporté siquiera releerlo, y sin darle el lujo de tener el punto final, que da por culminada un obra, hice un bollo con las hojas y lo lancé al cesto de basura que estaba junto a mi cama. Apagué la luz e intenté dormirme, pero en mi angustia no podía conciliar el sueño; había sentido tan real la historia que me sentía miserable por haber imaginado algo así, y peor aún por haberlo escrito. Finalmente, el amanecer me encontró sentado en la cocina, insomne. Ese día fue de lo peor; no pude sacarme de la cabeza las expresiones de aquellos que el Caballero Skirno había asesinado sin dejar de reír a carcajadas.
            La noche siguiente no fue mejor. Cerca de las 2:00 pude dormirme, pero no dejaba de soñar con el maldito asesino. Cada media hora me despertaba sobresaltado, sintiendo que estaba a punto de matarme a mí también. Así, todas las noches, desde entonces, soñé con mi relato, cada vez con más detalles, sintiendo en cada pesadilla cada vez más cerca y escuchando cada vez más fuerte los gritos de los acribillados por el despreciable Skirno.
            No sabía que hacer, cómo olvidar al personaje que yo mismo había creado, y que ahora me estaba venciendo, lentamente mataba a su creador, a quién con su puño y letra le había dado vida, a mí.
            Finalmente, anoche mientras escribía en mi diario, se me ocurrió la idea que diera fin a ese monstruo: debía escribir un relato en el que alguien lo matara. Tal vez funcionase, pues si de la ficción había surgido, en la ficción debía morir.
            Ahora estoy sentado en mi escritorio, pasé la noche en vela... No tengo ideas para asesinarlo, mi imaginación está afectada por tantas noches de insomnio. Cada vez que me siento a escribir me quedo dormido, y vuelo a ver al maldito en mi cabeza. Ya es tarde, sé que me está detrás de la puerta de mi casa, sé que está esperando a que yo salga para matarme y, finalmente, vivir para siempre. Pero él no sabe que el miedo, por poderoso que sea, no ha de detenerme, debo enfrentarlo; además, él es mi creación y es mi deber aniquilarlo, para poner cese a su brutal matanza. Ahora mismo saldré a su encuentro, a mirarlo a los pequeños ojos detrás de la máscara roja, con la esperanza de que este manuscrito jamás sea leído por nadie, puesto que después de vencerlo en  la que será, seguramente, una sangrienta batalla, volveré para destruirlo, de forma tal que no queden rastros de él. Empero, me queda el consuelo de saber que, en el peor de los casos, sabrán lo que me sucedió.
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Foto del autor Cristian Omar Alejandro Graf
Textos Publicados: 5
Miembro desde: Apr 30, 2009
2 Comentarios 672 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Un relato de suspenso con un final inesperado

Palabras Clave: suspenso misterio relato historia cuento caballero skirno cristian graf marco conde

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: Cristian O. A. Graf

Derechos de Autor: Cristian Omar Alejandro Graf

Enlace: entrelineas.cristiangraf,over.blog.es


Comentarios (2)add comment
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Cristian Omar Alejandro Graf

Muchas gracias por el comentario! me algero de que te haya gustado, nuevamente, gracias. Cristian.
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May 08, 2009
 

Verano Brisas

Cristian: Buen relato. Esos fantasmas que todos llevamos dentro, y que salen cuando menos lo esperamos, conformasn el mundo de muchos escritores, sean prosistas o poetas. Cordialmente, Verano.
Responder
May 07, 2009
 

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