ACERCA DE MORIR JOVEN
Publicado en Feb 11, 2010
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Todos mis conocidos y amigos se reunieron el día de mi entierro. Mi padre se había resignado sólo a contemplar mi tumba, sin soltar lágrima alguna. Mientras tanto, mi madre lloraba, hace días que estaba destruida y aquel día no era la excepción, mi tumba le recordaba el momento en que, la noche del jueves de la semana anterior le habían dicho: -Buenas noches, ¿es la casa de los Hewstone? Y mi madre, con una tranquilidad total y una sonrisa en su rostro había contestado: -Sí. Después de aquella noche, mi madre no volvería a ser la misma. Debo repetirlo, en mi entierro estuvieron presentes todos mis conocidos y amigos, incluso mi asesino fingía bastante bien una cara de tristeza mientras le tendía la mano a mi madre para decirle: -Mi más sentido pésame, señora Hewstone. Por la cabeza de mis padres, jamás pasaría la idea de que John Cotton fuera mi asesino. En vida, mi nombre era Evan Hewstone, era el campeón nacional de ajedrez y el capitán del equipo de futbol de la escuela. Nadie me odiaba, o al menos, eso pensaba... 2 El primer día que estuve en el mundo de la muerte fue extraño, sobre todo, porque las reglas de este mundo eran nuevas para mí. -¡Levántenlo!-. Ordenó una voz y sentí como me elevaba del suelo de aquel mundo, inclusive en un inicio pensé que era posible flotar, pero mi ilusión se vio terminada en el momento en que abrí los ojos para mirar hacia abajo. Cuatro cuerpos me cargaban y se dirigían hacia el lugar de donde provenía la voz. Los cuerpos me bajaron y me dejaron frente una silueta que se encorvaba en una silla revestida como un trono. -¿Cómo te llamas muchacho?-. Me preguntó la silueta frente a mí. En un principio no alcance a distinguir su cara, pero los rasgos que develaba la luz proyectada por los focos en la estancia eran pertenecientes a un viejo: barba gris y descuidada, pelo blanco y arrugas. Aquel era un anciano. -Me llamo Evan, señor. El anciano salió de entre las sombras para posarse frente a mí. Sus ojos eran grandes y azules. Sus manos arrugadas tocaron mis pómulos. Pensé incluso que él iba a besarme, pero cuando intenté soltarme, algo dentro de mí lo impidió. Aquel hombre no era malo, no era ningún John Cotton. -¿De dónde vienes Evan? -De Maine, señor. -Por favor, no me llames señor, mi nombre es Kijska-. Dijo el hombre posando sus manos sobre mis hombros. -¿Kijska? -Así es muchacho, en lengua de muertos significa "Señor de las almas", creo que en tu mundo me llaman simplemente "Muerte". Aún hoy recuerdo aquel primer encuentro con la muerte y me sorprende que mi reacción no haya sido tratar de salir corriendo de aquel sitio. El Señor de las almas me miró conmovido. -¿Hay algún problema?-. Pregunté con mis manos ocultas en los pantalones grises que traía puestos. -No, sólo que desde ahora tu nombre ya no es Evan, ahora eres Keikta-. Exclamó el anciano, como si aquel nombre ya estuviera forjado para mí y ya no hubiera vuelta atrás. De hecho, no la había. -¿Y eso que significa? -"Nuevo señor de las almas". No lo entendía, me costaba trabajo comprender el porqué de aquel nombre. Lo descubrí cuando ya era demasiado tarde. 3 El Señor de las almas y yo dimos un paseo antes de que él desapareciera para siempre. -Tienes un trabajo, Keikta-. Dijo el anciano, estaba posado sobre un bastón que parecía ser la columna vertebral de un humano -Yo ya estoy muy viejo y hace mucho que te esperaba. Una telaraña de dudas y preguntas se tejía en mi cabeza, pero no me parecía prudente hablar. El anciano me miró a los ojos. -Tú tienes el don, sólo debes aprender a usarlo, pero yo ya no puedo ayudarte. Deberás leer el tablero de instrucciones como yo lo hice a su tiempo. Al final, sólo tú decidirás quienes viven y quienes mueren. En el mundo de los muertos siempre hay oscuridad, sólo las luces artificiales iluminan la estancia, los edificios parecen enormes e imponentes. Aquel día mientras aquel anciano se transformaba en arena dejándome con un montón de dudas y pocas respuestas, hubo un apagón general en aquel mundo oscuro. Todo se sumió en tinieblas. 4 El tablero era enorme. Había quince clases de botones diferentes, cada clase señalada con un color distinto. Estaban los botones de nombres y apellidos, de composición de rostros y otro de números y letras, parecido al de las computadoras. Pero ninguna serie de botones llamaba mi atención más que la que se encontraba frente a mí, en ella había señalamientos, como aquellos de peatones que hay en la calle, pero las imágenes que estaban en ellos eran de muerte. En una parte arriba de aquel tablero decía con enormes letras rojas "FORMAS DE MORIR". Fue entonces cuando empecé a planear mi venganza. 5 Sabía que tenía que iniciar mi trabajo. Pero sólo había un nombre en mi mente: John Cotton. Desde la tierra de los muertos podía contemplar a aquel cabrón al cual la justicia quizá nunca descubriría. Hacía las mismas cosas que cualquier humano normal: dormía, comía, cagaba, trabajaba y se masturbaba. Iba a la iglesia los fines de semana, en un intento de eliminar sus culpas, de disculparse a sí mismo y de eliminar de la mente a aquellos niños que había asesinado y violado, entre ellos estaba yo. Deseaba ver a John Cotton muerto. Es una mala costumbre aprendida que cuando a uno le dan instructivos nunca los lea. Siempre llevaré la culpa de no haber leído el instructivo de la máquina de asesinatos antes de cometer mi primer homicidio. El chico al que maté por accidente se llamaba Ken Tatsuda, uno de mis mejores amigos en vida. 6 El día de mi entierro, Ken había llevado flores a mi tumba y se había sorprendido derramando lágrimas de tristeza. Nunca lo había hecho, ni siquiera cuando murió Malvavisco, su pequeño perro pastor alemán, dos años atrás. Me conmovió el verlo llorando, de hecho, ese fue uno de los motivos por los cuales aquel día también yo lloré, no por mi muerte, sino al ver las lágrimas de la gente reunida alrededor de mi tumba. ...
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Ana Fernandez
Salvador David