LAS CUATRO PRUEBAS DEL CAMPEN
Publicado en Feb 15, 2010
LAS CUATRO PRUEBAS DEL CAMPEÓN La vasta extensión del wallmapu, desde sus fronteras marítimas hasta las cumbres nevadas, se poblaba de espectadores cuando se desarrollaban sus famosas fiestas anuales de la estación invernal. Miles de mapuches y extranjeros, enmascarados y vestidos para la ocasión invadían de risas y colores las explanadas de las montañas y los valles circundantes. Bebían cántaros desbordantes de muday y chapul doc. , comían carnes de animales salvajes y festejaban hasta el amanecer para descansar un par de horas antes de reiniciar las celebraciones. El festival de invierno era la festividad más importante del universo mapudungún, podían asistir a él hombres y animales aliados, de hecho, una delegación completa de quinientos treinta milodontes y sus familias, habían realizado el largo viaje desde las cavernas sureñas a los campos de araucarias, también llegaban, llamas y alpacas del norte., las nobles viscachas, las parinas viajeras, los búhos sabios y los graciosos chungungos que divertían a los niños mapuches con sus interminables historias de hazañas fangosas, sólo estaban prohibidos los camahuetos por su carácter primitivo, los feroces ictiosauros y todos los seres vivos que comerciaran o se relacionaran con brujos maléficos que hubiesen hecho daño a un hombre o mujer del pueblo de la tierra. Existían dos niveles de competencias: una ritual, sagrada, reservada para los adultos, en la cual los distintos pueblos mapuches presentaban a sus máximos exponentes, verdaderos gigantes de musculatura desarrollada y perspicaz astucia, hombres o mujeres que habían destacado en la guerra o en la paz y otra planificada para los jóvenes, donde los pequeños peñis podían desafiarse en inteligencia y bravura. Colqui no había sido seleccionado para los juegos del festival, su bravura era ya señera entre los de su edad, pero su baja estatura y modales educados, hicieron dudar a los ancianos de la comunidad, que finalmente se inclinaron por Caupolicán , un mocetón fuerte como un puma y alto como una dos varas de coligue. Triste por la decisión de las autoridades, Colqui se encerró durante horas en la ruca de sus padres y sólo salió de ésta cuando el Abuelo Pali lo vino a buscar. -¿Por qué no me defendiste ante los otros caciques Abuelo Pali? Preguntó Colqui contrariado -A lo mejor, porque yo también pienso que aún eres muy pequeño para disputar los torneos de fuerza - Pero tú me conoces, sabes que soy el mejor de los futuros guerreros. -Eso no lo puede decir tu Abuelo -¿Por qué no? - Porque soy tu Abuelo, te amo como amo a tu Padre y para mí siempre serás el mejor ¡¡aunque no lo seas! Terminó de decir el Abuelo con su amplia sonrisa desdentada. Al llegar a la cancha, una música de kultrunes y pifilkas invadió el ambiente con la armonía difusa de miles de instrumentos. A lo largo y ancho de recinto, un millón, quizás, dos millones de espectadores rodeaban el campo de juegos haciendo un ruido vociferarte y espantoso. Antes de iniciar las competencias, Maqui Rayén Quintremán, la gran Maqui machi del pueblo mapuche se dirigió al centro de la vasta extensión de tierra y con una rama de canelo en su mano derecha, agradeció a los espíritus protectores por la salud y felicidad de su pueblo e imploró que ésta se mantuviera por otros mil años. La oración, seguida con un silencio inconmovible, fue escuchada por hombres y animales tomados de las manos. Las acciones se iniciaron con una larga nota de trutruca a la que siguió una flecha ardiente lanzada al vacío. Cuatro niños en representación de las distintas nacionalidades mapuches salieron a la cancha. Caupolicán llevaba la bandera mapuche desplegada entre ambas manos como si poseyera el más preciado tesoro. La primera prueba consistía en arrojar la piedra con boleadora, le correspondió iniciar los juegos al competidor lafquenche quien arrojó la piedra a una distancia de cincuenta lanzas, luego lo hizo el huilliche a sesentaiseis lanzas, después lanzó el pehuenche a setentaicinco y por último, Caupolicán que tomando una fuerza desconocida arrojó el enorme guijarro de tres kilogramos a una distancia de cien metros. La multitud no paraba de celebrar y vociferar el nombre de Caupolicán hasta que observó consternada como el adalid mapuche caía al suelo bajo los efectos de un severo desgarro muscular. Se hicieron todos los esfuerzos; pero el lanzador estrella del pueblo de la tierra no pudo recuperarse. Los ancianos no tuvieron otra opción, Colqui fue nombrado como el nuevo cona representante de la nación. Henchido de orgullo, el pequeño guerrero corrió hacia los competidores y saltando en el aire tomó la insignia de la estrella solitaria que le traspasó, entre lágrimas, el joven Caupolicán. La siguiente prueba consistía en enlazar y montar un guanaco salvaje, esta prueba resultaba particularmente difícil para los noveles campeones, un guanaco es un camélido que puede superar los dos metros de estatura, más aún se trataba de un animal no domesticado que previamente era emborrachado con chicha de algarrobo para aumentar su cólera y por tanto la dificultad de la domadura. El Lafquenche trató de rodear al guanaco, durante tres minutos corrió en torno a él agitando sus brazos frenéticamente, quiso lanzarle el lazo en dos oportunidades, pero el animal finalmente lo escupió y lanzó a más de cuatro metros con un golpe de su poderosa cadera. El huilliche intentó subirse a él, de un saltó se montó sobre la espalda del guanaco, aferrándose fuertemente a su cuerpo lanudo; sin embargo el animal que por un momento pareció obedecer a su joven amo, de pronto comenzó a saltar hasta derribar al improvisado jinete que cayó violentamente sobre la tierra. El niño pehuenche, astuto como todo montañés, rodeó al animal lentamente, sin mover el lazo, incluso, entonó una canción de suave melodía como si intentara adormecer al embriagado cuadrúpedo. En un momento determinado intento avanzar a tomar al animal por el cuello, más el guanaco advirtió la jugada y con un rápido movimiento de cabeza arrojó al suelo. El joven pehuenche se puso de pie y aunque estaba un tanto mareado por el golpe volvió a tomar la iniciativa, arrojando sobre el guanaco el lazo y corriendo hacia él en ademán de montarlo y profiriendo los más obscenos improperios, esta vez el animal lo intentó embestir con instinto brutal y al pequeño pehuenche no le quedó más que correr y llamar a gritos a su madre mientras el público se apretujaba de la risa. Finalmente le correspondió el turno a Colqui que recordó lo que una vez le había dicho su Abuelo:"Nunca le demuestres temor a un animal, míralo a los ojos con tranquilidad, háblale con el lenguaje del corazón; así el se dará cuenta de que no eres su enemigo." Colqui avanzó lentamente hacia el guanaco, éste que ya se notaba muy cansado ni siquiera le prodigó un gesto agresivo. A una distancia prudente hizo no lo que nadie había hecho, se sentó frente al animal y le habló con voz tenue. El animal finalmente se tendió junto al pequeño y éste deslizó suavemente el lazo sobre el cuello del camello amerindio, finalmente, como si estuvieran jugando montó sobre su lomo y siguieron conversando en medio de una ovación atronadora del público. La tercera prueba tenía un significado especial para Colqui: Consistía en nadar de una orilla a otra el Lago Calafquén que se ubicaba a pocos metros de la enorme cancha de juegos, años atrás el pequeño campeón mapuche había estado a punto de morir en sus aguas si no hubiera sido por los brazos de su padre y el apoyo de una serpiente prodigiosa que luego del descomunal esfuerzo paterno los había acercado a los pastizales que bordean el inmenso espacio lacustre. Desde ese momento Colqui había aprendido a dominar con la mayor destreza la natación, perfeccionando hasta el cansancio los movimientos de sus piernas y el ritmo de su respiración. Pese a todo, nunca había intentado hacerlo en el Calafquén y un temor atávico e infantil le hacia evitar el reencuentro con el venerable lago. Al iniciar la prueba, los cuatro jóvenes estaban sumamente tensos, Colqui que tenía tan sólo diez años parecía a punto de desfallecer. En un comienzo los cuatro competidores nadaban casi al mismo ritmo, sin embargo Colqui puso en práctica un estilo que jamás había sido ejercitado: se trataba de nadar, tocando apenas con la yema de los dedos el agua, impulsando el cuerpo hacia delante con el abdomen. Esa forma de nadar se la había enseñado un delfín vagabundo con el cual había conversado tiempo después de su accidente en el lago. "Debes aprender a nadar como nosotros, los delfines no tenemos brazos ni piernas, nos movemos por la naturaleza física de nuestros cuerpos y sobretodo, por la fuerza y alegría de nuestro corazón. Es algo que no reside en la fuerza sino en la disposición." Más que nadar Colqui volaba, se deslizaba con su torso sin estremecer innecesariamente el agua, los otros perdían energía y tiempo levantando y sumergiendo sus brazos que debían luchar contra las barreras burbujas que ellos mismos levantaban involuntariamente. Colqui voló sobre el mar, sus contendores fatigados y derrotados vieron con asombro como el pequeño guerrero mapuche llegó a la orilla opuesta, antes que ellos, exhausto; pero vencedor. La última prueba era la decisiva. Los cuatro campeones estaban cansados y los resultados anteriores no aseguraban el triunfo de ninguno de los competidores que ahora debían demostrar ingenio. La cuarta prueba consistía en subir un altísimo, árbol, antiguo y sagrado, que por los filamentos de su tronco, es prácticamente inabordable, incluso para los recolectores de piñones más avezados. La prueba tenía una diferencia se podía utilizar cualquier artefacto o equipamiento para realizar la ascensión. Sólo estaba prohibida la ayuda de animales naturales o mágicos, la acción de brujos o conjuros o la actitud tramposa de requerir a otros hombres libres o conspiradores. El lafquenche subió con el apoyo de una rama especialmente diseñada para la ocasión, la cual trató de apuntalarla al follaje del árbol mediante un mecanismo de puntas embadurnadas en pegamento vegetal. Cuando estaba en medio de la ascensión, la rama se quebró y el lafquenche cayó casi de bruces sobre la tierra. Desconsolado por su fracaso, abandonó la justa sin saber la suerte de sus oponentes, en una actitud que molestó al público por su falta de respeto al ganador. El fornido mocetón huilliche dudó por unos instantes, luego retrocedió una gran distancia y comenzó a tomar vuelo, pretendió saltar de un solo envión hasta la cima del pehuén. Su esfuerzo fue colosal aunque inútil, pudo levantarse sobre las cabezas de todos los presentes, incluso alcanzó a elevarse por sobre las diez lanzas de alto; pero finalmente cayó demostrando que ninguna fuerza humana podría someter a la altura orgullosa del pehuén. El joven pehuenche declinó participar en la prueba, reconoció su incapacidad para subir este árbol y con ello demostró, nuevamente, la sabiduría y prudencia que le habían enseñado sus mayores en la quietud de las montañas cordilleranas. Colqui sintió que una espada de hielo recorría su espalda. No podré subirlo se dijo a sí mismo en el instante en que debía comenzar su participación. Quizás fue un destello benevolente de los dioses o una casualidad cuando recordó como su abuelo en una conversación que habían tenido hacía ya varios años le había comentado que en su niñez había observado a unos recolectores subirse al pehuén con una cuerda rodeando al árbol y apoyando los pies de tal forma que no se lastimaban las pantorrillas y al mismo tiempo que los filamentos del tronco servían de base para levantar un pie tras otro como un insecto escalador, mecánicamente hábil y maravilloso. En el momento en que Colqui pidió una cuerda, el Abuelo comenzó a sonreír y no pudo ocultar la emoción cuando su nieto comenzó a escalar hasta llegar a la cima del árbol y desde allí saludarlo con la mano. El enorme campo de juegos fue invadido por miles de espectadores que vitoreaban el nombre, subido al lomo de un enorme puma, Colqui fue paseado como el más grande campeón juvenil del Wallmapu, el superatleta que todos querían admirar, aunque su alegría no estuvo completa hasta correr a abrazar a su abuelo Pali que se entrelazó con él, por un breve momento, que pareció tan eterno como la verdadera felicidad...
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