Aventura municipal
Publicado en Feb 16, 2010
Esa mañana en la que llegué y el negocio ya estaba clausurado por una faja municipal, me encontré a los encargados de aquel bochorno terminando de ejecutarlo; los infelices parecían disfrutar el hecho de cumplir cierto tipo de órdenes con un gozo sonriente de ojos entornados y, superponiendo la nobleza de su misión de contralores, negaban con la cabeza a cada una de las súplicas con las que hacía mi inútil defensa al turbio estado fiscal de mis papeles.
Conseguí hacerme de un ciclomotor volador. El contador Javier, quien no esperaba verme en aquella mañana, estalló en carcajadas al oírlo todo desde su poltrona como de nave espacial, mientras Mirto hurgaba entre varias carpetas para darme, al fin, mis cuatro papeles locos. Lo bueno es que no intentaron sermonearme por mi perpetuo estado de inercia isabelina. Allí se alzaba, como un menhir vidriado y diseñado por Isaac Asimov; los malditos trogloditas debíamos arrodillarnos ante su omnipotencia tecnocrática. Llegué y até el ciclomotor prestado como se hacía con los caballos en los viejos westerns. Ya en el interior del edificio, la actitud de una multitud estática me resultó agobiante; hecho todo un Lee Marvin quise darme la vuelta e ir a comprar un par de kilos de explosivos plásticos a "la Placita" para volverme, ya con turbante puesto, a hacer cenizas al gigantesco conglomerado estatal; mientras miraba que en varias filas apócrifas los ciudadanos esperaban, en actitud bovina, cumplir con sus obligaciones municipales, un cristiano sentimiento se interpuso al vehemente anhelo inicial. Me dirigí hacia la mesa de informes; no había nadie, y un cartel amarillento rezaba: "enseguida vuelvo", con las más insólitas fallas ortográficas (permutar eses por cés y ve cortas por be largas). Lo perezoso en los funcionarios, que se movían como si una sustancia viscosa, almibarada e invisible los sumergiera hasta la altura de los ombligos, terminaba por decirme que muy posiblemente la clausura de mi negocio duraría muchos días, si es que no lograba solucionar la clausura antes del día siguiente, que sería viernes. "¡A la fila!" ordenó un autómata comunal sin siquiera escuchar mi tímida consulta. Ya aburriéndome en la hilera en la que los mustios ciudadanos esperaban como vacas en el matadero, sondeé, con un par de comentarios no tan incendiarios como podrían haber sido minutos antes, la posibilidad de iniciar un motín; no tuve otra respuesta que un par de miradas que catárticamente descargaron en mí toda frustración. En silencio noté que algunos empleados tenían jugosas charlas entre ellos, como cuando uno de rulitos, mientras se llevaba el termo y el mate, le dijo "voy a calentar la herramienta de trabajo" a otra, teñida de rubio, que le contestó con una radiante sonrisa: "ay, qué tonto que sos"; y así, mientras envejecía en aquella hilera, observé que había clandestinas y maravillosas historias de amor entre los escritorios, romances que se manifestaban con poderosos roces apenas perceptibles, u otras veces, en apoyos erógenos cuasi simiescos; y así, observando nomás, también supe que todos esos burócratas ignoraban olímpica e indolentemente las urgencias de aquel centenar de condenados que, en silencio, formábamos en filas.
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inocencio rex
gabriel falconi
sos muy bueno escribiendo cuentos
deberias hacerlo mas seguido
voy por el segundo capitulo
inocencio rex
pero debido al grado de susceptibilidad que estamos experimentando en textale, dejaré nomás el nombre de javier para ese miserable personaje del contador..
gracias por pasarte
nydia
MARIANO
GUILLERMO
JOHEL
GABRIEL
FACUNDO
MATTEO
le sigo...
besos
inocencio rex
inocencio rex
paola ruggero
paola ruggero
Roberto Langella de Reyes Pea
inocencio rex