Todos le tenemos miedo a algo; altura, arañas, muerte, compromiso, fracaso. Cuando somos niños los esquivamos, buscamos protección en nuestros padres, porque pensamos que nuestros padres son superhéroes que harán huir a todos nuestros monstruos y así podemos dormir tranquilos. Con el tiempo nos damos cuenta de que la bruja de nuestra ventana solo eran las ramas de los árboles, los duendes del armario unos zapatos mal ordenados y el monstruo bajo nuestra cama un grabe falta de aseo.
            Desaparecen unos miedos y aparecen otros; mueren los monstruos ficticios y aparecen los reales, como el monstruo del inspector general cuando llegamos atrasados y el clásico rival amoroso al que le tememos más que Fredy Kruger.
Mas pronto   también perdemos esos miedos, nos consideramos valientes, Pero la valentía cansa. Y nos damos cuenta de que los miedos son necesarios, y los vamos a buscar, nos tiramos en paracaídas, nos subimos a la montaña rusa. Todo porque descubrimos que cuando acaban nuestros miedos comenzamos a envejecer.