Si leo a leones que rugen su prosa ¿qué hacer en textale? ¿Por dónde anda la cabeza de Miguel, aquel tendero maravilla,observador de culos sagrados salvado por ballenas? ¿dónde aquel cubo espacial del ingeniero Palavicini que, tan oscuro, deslumbrara como la misma fatalidad?
Sigue, si, el verso molotov del trosko Aguirre, gracias a dios (ja),incendiando venas como con una droga dura que se inyecta con verga (monstruosa y de Jesucristo, Hoz). Adiós al Borges con prismáticos Gurdjieff-Degraaf registrado, quien diseccionara la existencia misma como a una rana rosa y escuálida. Por suerte aún hay exquisiteces del gran Guillermo Capece, el rocío que dios mío de Carol Love y, por supuesto, vino patero y cuyano en Eduardo Fabio; Dossi, todavía descamisado, no olvida sus pectorales en Ezeiza y me recuerda que hay brisas de verano, versos valientes que segurán viniendo desde Colombia; tampoco olvido yo que, en el trino de algún ritmo de Filiberto, una musa menopáusica vuelve a sus mejores días y reverdece.
Sabe dios de las diabluras chilenas de pus y pisco de Klauss Demon (ruego a tu demonio que estés bien, amigo).
Extraño también a mi querida Siemprelvira.
Es este un manicomio que no ha sido pensado para quedarse mudo ni pintado de blanco. Alabada sea hasta la guerra fría que se ha desatado en las ojivas de Langella, esas que detonan la diplomacia edulcorada de Dorola. Y nos tomamos la sorna sin soda, cejituntos, patéticos, montados en carricoches hemos ganado, a nadie, la carrera armamentista de los poetas.
Suerte que aquí no exista una ONU que evidencie su completa inutilidad.
La paz es silencio, silencio que no contiene palabra alguna y llega con la muerte.
Que no llegue.
 
Dedico a todos estos tontos versos:
Llevo la L a la sien
y disparo.
El punto de la I
me atraviesa el cráneo.
He aquí una muerte poética.
 
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