Desaparecido
Publicado en May 18, 2009
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Desaparecido
En la frutería de mi barrio solían poner las fotos de personas y perros desaparecidos en el cristal del escaparate, justo sobre las  cajas de tomates que ocupaban media acera. Si te parabas para mirar la foto veías los tomates y si lo hacías para comprar el rojo fruto de la tomatera, veías la foto; sea como fuere siempre veías el reloj que había en la pared del fondo y que parecía marcar las horas que habían pasado desde la desaparición o las que faltaban para que los tomates dejaran de ser apetecibles.
Las fotografías, como los tomates, tenían una fecha de caducidad preestablecida por el frutero cumpliendo, creo, con alguna normativa del gremio o del ministerio de personas y perros desaparecidos, nunca me atreví a preguntarlo pese a que estuve tentado a ello en varias ocasiones. También parecía haber una cadencia preestablecida en las desapariciones, las semanas impares le tocaba a persona y las pares a perro, así si un mes tenía cinco semanas, que los hay, tocaban dos personas seguidas (quinta y primera) pero nunca sucedió que tocaran dos perros seguidos…es curioso. También había observado que en las fotografías, los perros te miraban con gesto de compasión como pidiendo”encuéntrame”; en cambio las de las personas te miraban con ojos de “pasa de mi”. Estaba la excepción cuando se trataba de niños, pero todo el mundo sabe que los perros son como niños. Solo una vez vi la foto de un gato porque estos no se pierden, se van, y su mirada era amenazante estuve una semana sin comprar tomates hasta que la foto “caducó”.
Nunca supe de nadie que fuera encontrado, perros y niños sí, pero personas no.
Yo les tenía cierta envidia, a los desaparecidos, siempre había soñado con marcharme y empezar de cero en algún lugar desconocido, pero primero por mi esposa, después por mis hijos… y no me malentiendan, quise a mi mujer durante los 37 años que duró mi matrimonio hasta que para llevarme la contraria, como siempre, se murió. Yo siempre fui de salud delicada en cambio ella era fuerte como un roble, así que un día en que estaba  con un resfriado malísimo le dije “te voy a dejar viuda”. Y aquella noche se murió, para llevarme la contraria. Mis hijos, bueno ese es otro cantar, los quiero y mucho pero desde que nacieron han sido una fuente constante de problemas y al crecer tuve la mala fortuna de que se atrevieran a hacerme abuelo y por alguna extraña razón desde ese momento empezaron a tratarme como si fuera un crío mas: papá no fumes, papá no comas de eso, papá cuidado al cruzar la calle…
Después estaba la cuestión de trasladarme a otro lugar nací en esta ciudad y lo más lejos que estuve de ella fueron quince días en verano, para no escuchar a mi esposa e hijos que se quejaban sino íbamos de vacaciones al mar. Setenta kilómetros justos.
Así que solo me quedaba la opción de mirar las fotos de las semanas impares y  soñar.
Hasta que una mañana y con motivo de un entierro tuve que coger el coche, me costó encontrarlo casi había olvidado donde estaba aparcado, para ir al otro lado de la ciudad y descubrí que a causa de sendos accidentes las rondas norte y sur estaban cortadas. No tuve más remedio que cruzar la ciudad por el intrincado dédalo de calles que conforman el centro; el entierro era de un compañero de clase al que siempre odié y no podía perderme su marcha al otro barrio.
Iba precisamente pensado en eso cuando al pasar por una calle me pareció ver a uno de los desaparecidos, meses atrás. Caminaba tan tranquilo por la calle fumándose un enorme puro.
Y di con la solución.
Despedí a “Carchuto”, así llamábamos al finado en el colegio y nunca supe su nombre,  regresé a mi barrio con una amplia sonrisa, me había parecido oír un gruñido de “Carchuto” cuando me acerqué al ataúd para darle mi más sincero adiós.
La vuelta fue más rápida porque ya habían despejado las rondas y el tráfico fluía por las dos arterias dejando el resto de calles para los habitantes de cada barrio.
Aparqué el coche despidiéndome de él para siempre. Preparé las maletas y al cabo de dos días desaparecí.
Entré en un mundo nuevo, con personas que nunca había visto, tuve que volver a crearme una rutina diferente, buscar nuevas tiendas e incluso me cambié el nombre. Fue fácil, como no me conocían cuando me preguntaban respondía “Alfonso”; siempre quise llamarme así…
Y no tuve que cambiar de ciudad. Simplemente me cambié de barrio, crucé esa frontera invisible que separa un barrio de otro. Cambié mi pisito de alquiler por otro a seis calles más allá, justo al otro lado de la ronda sur. Como nunca tuve teléfono móvil nadie podía llamarme. Paseaba, fumándome un gran puro, por la calle sabedor de que aunque me buscaran nadie pasaría de un barrio a otro, todos utilizaban las rondas para desplazarse.
Incluso me percaté de que había desaparecido la segunda semana de aquel mes, cumpliendo ¿inconscientemente? la regla del frutero.
En aquel barrio las fotografías las ponían en la librería, justo al lado de las revistas porno y aunque ya no estoy para muchos trotes se alegra la vista,  y la cadencia de desapariciones era la misma.
Y ese fue el principio, de eso hace tres años desde entonces he desaparecido cuatro veces y cambiado de nombre tres veces, el de Alfonso me duró dos desapariciones.
Pero no hay problema esta ciudad es muy grande…
Eso sí siempre dejo fotos mías, en el piso, con mirada de “pasa de mi” para la frutería, la librería o el establecimiento que toque.
 Jason Defman
18 de mayo 2009
Página 1 / 1
Foto del autor Jason
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Miembro desde: Apr 06, 2009
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Descripción

Queria comenzar de nuevo

Palabras Clave: Desapariciones comenzar de nuevo barrio ciudad

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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david moreno kortes

Gran relato. Como dice Maria dels Angels ha sido un placer leer esas seis páginas.Se viene a mis favoritos.Un saludo
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June 10, 2011
 

Maria dels ngels

Muy buen relato. Ha sido un placer leer esas seis páginas. Humor negro que no esconde la crónica de un solitario que ya no espera nada de todo lo que tuvo.
Responder
June 10, 2011
 

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