Aventura municipal (parte 6)
Publicado en Mar 29, 2010
Bajamos por una escalera caracol que desembocaba en un nuevo subsuelo; al experto Petrován, vuelto ya un superintendente, costaba cada vez más seguirle el tranco.
-¿sabés por qué hace tanto calor acá?- Era cierto. Apenas hizo esa pregunta, formulada con su vocecita gallinácea, a mí me dio por sofocarme, y empecé a transpirar como a raudales. Aquel pasillo era de piedra caliza, y parecía arder; noté, allí mismo, un leve vaho a azufre o a pelo chamuscado. Quizás era el tufo de las cloacas. -Acá están las calderas ¿ves?- me dijo Petrován, señalando unos enormes mamotretos ennegrecidos por el hollín. -pensaba que el edificio era nuevo y que no tenía calderas... -ay, Inocencio, tu ignorancia supina resulta agresiva... vos tendrías que saber que a finales del siglo XIX hubo un convento en este mismo lugar... -¿era el Santos Mártires el que estaba acá? -claro, el del incendio; ¿ya conocés la historia del canónigo que incendió la biblioteca? -no. -ah, ¿viste que no te las sabés todas? Porque la historia dice que el incendiario era un inmigrante anarquista, pero no, fue el padre Machuca, un jesuita, una eminencia que enloqueció de tanto estudiar y un día se le ocurrió incendiar la biblioteca. Sí, si, si: el tipo estaba enamorado, tenía un romance con una señora de Sociedad. Y encontró la forma, mediante silogismos, de que permitieran el casamiento de un religioso con una bautizada y confirmada. La Iglesia no sólo no lo permitió, obviamente, sino que excomulgó a Machuca; sí, y el cura prendió fuego todo. Pero yo eso no me lo creo: para mí el jesuita era un masón. Los masones son los que hacen ese tipo de cosas. -no sabía. -seguro que no lo sabías ¿cómo ibas a saberlo si es mentira? Ja ja ja. Seguime. Petrován me condujo ahora por una escalera distinta a aquella por la que habíamos llegado. Y muy pronto abría la jaula del ascensor al que ingresó. -¡Dale! ¿Qué esperas para subir? ¿Vos no estabas apurado por solucionar lo del videoclub?-. Disimuladamente y cubriendo el tablero numerado a mi visión por algún motivo suyo, accionó el mecanismo diciendo: -ahora vamos directo al piso supremo, a la oficina del excelentísimo. Pero para mi sorpresa, el elevador inició un nuevo descenso. Un gélido vacío se me agolpó, como una escalofriante y densa nube negra, en el pecho. Regocijándose en todo mi desconcierto, Petrován se frotó las manos.
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inocencio rex
inocencio rex
Roberto Langella de Reyes Pea
inocencio rex
Roberto Langella de Reyes Pea
Pero que no te preocupe, te diría, en mis novelas se repiten metáforas, cuando menos, que a veces también se cuelan entre los versos de mis poemas. En el poema a Hoz hay un par de versos de otro poema mío, es que le iban muy buen. En todo caso, me plagio a mí mismo, ja.
Roberto Langella de Reyes Pea