En un remoto lugar del lejano oriente, en donde los días y las noches corrían sin prisa y sin tiempo, una joven doncella, de nombre Alzahar, tan joven como las perlas recién salidas de sus conchas y tan bella como la misma luna, de una delicadeza que a su andar, todos se reverenciaban ante ella.  La juvenil doncella Alzahar, pronta a cumplir sus 16 años ya estaba en edad de comprometerse.  Una tarde de primavera su padre decide vestir sus mejores prendas, las de seda bordadas en hilos de oro y salir en su camello hasta el mercado del pueblo en busca del mejor mercader, el más guapo y el más respetable. Es entonces cuando se encuentra con Rashan, un jóven tan hermoso como el mismo Nilo, esbelto y del color del almizcle, con un lunar en el labio que lo hacía perfecto. Su fina estampa encandiló al hombre mayor que sin dudarlo  pensó en él como el mejor candidato que desposara a su agraciada hija .
Cuando la Doncella nació hace 16 años su padre colocó en su cuello una cintita rosa y jamás se la quitó. Hizo a la doncella (cuando tuvo uso de razón) prometerle que nunca se la quitaría y así lo hizo.
     Al encontrar al futuro marido de su hija, lo primero que le hizo prometerle es que nunca intentara retirar del cuello de Alzahar la cinta rosa que lo adornaba con tanta delicadeza.
Entonces llegó el feliz momento de la unión y durante la noche de la concreción del amor el apuesto y felíz esposo no dejaba de contemplarla ni por un segundo mientras ella ya dormía. Y era tanta la curiosidad que este  tenía en cuanto a esa cinta rosa, que no pudo contenerse y decidió tirar del moñito que la ataba. Fue entonces cuando terminó de desatar la cinta, que la cabeza de la doncella se desprendió de su cuello y rodó y rodó por el suelo... como una burbuja inerte.
     La curiosidad puede ser nuestra peor enemiga... y las promesas incumplidas traen sorpresas inesperadas..